Las estafas han dejado de ser un asunto excepcional para convertirse en un problema cotidiano que afecta a personas de todas las edades y niveles educativos. Aunque cambian los tiempos, el mecanismo fundamental sigue siendo el mismo, aprovechar la confianza, la distracción o el miedo de la víctima. Lo que sí se renueva, y a un ritmo vertiginoso, son las modalidades empleadas por los delincuentes.
Hoy las estafas digitales dominan la escena. El phishing, mediante correos o mensajes que simulan ser de bancos o instituciones públicas, es una de las herramientas más frecuentes. También proliferan las falsas oportunidades de inversión, especialmente en criptomonedas, donde la promesa de ganancias rápidas termina siendo un anzuelo para vaciar cuentas. Las estafas telefónicas, pese a su antigüedad, siguen vigentes, llamados que alertan sobre supuestos problemas judiciales, premios inexistentes o familiares en apuros buscan generar urgencia para que la víctima entregue dinero o datos.
Evitar caer en estos engaños exige una mezcla de información, desconfianza razonable y hábitos seguros. Nunca se deben compartir claves, códigos de autenticación ni datos personales por teléfono o redes. Es fundamental verificar siempre la autenticidad de los mensajes, ingresar a los sitios web digitando la dirección manualmente y desconfiar de ofertas demasiado tentadoras. Ante cualquier duda, cortar la comunicación y contactar directamente a la institución involucrada es la mejor defensa. A estar atentos.



