Hay oficios que trascienden el tiempo y se funden con la identidad de una ciudad. Uno de ellos es el del canillita, ese trabajador incansable que cada mañana, con el diario bajo el brazo, reparte algo más que noticias: reparte cercanía, constancia y comunidad. Entre el aroma del pan caliente, el saludo apurado del vecino que va rumbo al trabajo y el murmullo de las primeras horas, los canillitas siguen siendo la voz de la calle.
Muchos los ven solo como vendedores de diarios. Pero quien se detiene un instante a observar su rutina descubre algo más profundo: el canillita es también un mensajero de esperanza, un puente entre el diario y la gente, un rostro familiar que transforma cada esquina en un punto de encuentro. Su labor no conoce de feriados ni de excusas; amanece con ellos, se moja con la lluvia y se abriga contra el frío. Y, aun así, nunca pierde la sonrisa ni el saludo.

El ejemplo de Julio César Machado nos recuerda esa vocación. Su historia es la de muchos otros: Remigio, Argain, Ana, Carolina, Maidana, Gabrielli y tantos más que, día tras día, hacen posible que Diario EL PUEBLO siga llegando a cada hogar salteño. Cada nombre encierra una vida de sacrificio y orgullo por un oficio que, pese a la modernidad y la inmediatez digital, mantiene viva la tradición del contacto humano.
Pero a esta lista imprescindible debemos sumar a los repartidores: Cristian, Hugo y Franco, responsables de hacer llegar el diario a todos nuestros socios suscriptores. Ellos cumplen una tarea silenciosa, meticulosa y fundamental: que cada socio reciba en su puerta, a primera hora, el ejemplar que lo conecta con su comunidad. Su trabajo es la prueba de que la distribución también es una forma de cercanía, de respeto y de compromiso.
Y es que ningún diario es el resultado de una sola persona. Todo periódico se forja en equipo, pero me atrevo a decir que esto se da aún más en Diario EL PUEBLO. Canillitas, repartidores, administrativos que coordinan, redactores que buscan y escriben, diseñadores que transforman ideas en páginas, impresores que dan vida al papel y armadores que preparan cada ejemplar. Todos unidos en una misma cadena de esfuerzo, que hace posible que la información de calidad llegue a la gente.
Hace apenas cuatro meses que me sumé a este equipo humano, y cuanto más aprendo de su funcionamiento, más me gusta. Cuatro meses en casi 66 años de historia del diario pueden parecer apenas un instante, pero me han alcanzado para comprobar que detrás de cada ejemplar hay pasión, compromiso y un enorme orgullo compartido.
En un mundo globalizado, donde las redes sociales ofrecen un océano de datos tan inmenso como confuso, el diario sigue siendo el refugio de lo cercano. La voz local, la noticia que importa a la comunidad, el registro de lo que somos y lo que hacemos. Y son los canillitas y repartidores quienes, con su caminar firme, convierten esa información en un gesto cotidiano: el de acercar el diario a cada lector.
Por eso, hoy más que nunca, es justo levantar la vista y reconocerlos. Porque su tarea no se mide en ejemplares vendidos, sino en vínculos creados, en confianza cultivada, en constancia demostrada. Son parte del alma de Salto, trabajadores que honran un oficio noble y duro, y que encarnan la verdadera fuerza de Diario EL PUEBLO.
A todos ellos, gracias. A nuestros canillitas, repartidores, administrativos, redactores, diseñadores, impresores y armadores. Gracias por hacer posible que, cada día, el diario llegue a las casas con la misma pasión de siempre. Ustedes son, sin dudas, el verdadero orgullo de Diario EL PUEBLO y de toda nuestra comunidad.
