Se ha vuelto a mencionar el caso de Cecilia Fontana de Heber, registrado en la década del setenta (es decir hace casi 50 años atrás). Lo primero que tenemos que decir es que nos alegra que pese a que ha pasado el tiempo, este delito no ha prescripto y se continúan las investigaciones para saber quien fue el responsable de tamaño crimen.
No nos duelen prendas en este aspecto y entendemos que él o los autores del mismo deben pagar su deuda con la sociedad, es una vida inocente que clama justicia y el caso no puede ser saldado con el secretismo o el silencio oficial como ha sucedido en otras ocasiones.
Para graficar, recordemos que Rocco Morabito, uno de los cabecillas del narcotráfico y líder de la mafia Calabresa (Italia) fugó de cárcel central, lo que a simple vista parecía impensable, todo se saldó con el silencio.
Antes había vivido en Punta del Este, durante muchísimos años y sin que nadie “lo molestara”.
Si las autoridades creen que cuando se sostiene que “la policía investiga el hecho”, alguien lo cree está equivocado. Más diríamos para nosotros la cuestión es otra. Lisa y llanamente no se quiere investigar, en parte porque se tendría que asumir la realidad y en parte porque se sabe que la corrupción en el país es mucho mayor de lo que trasciende.
Mientras tanto seguimos insistiendo con estadísticas y cifras que están lejos del interés de la gente común y permitimos que la delincuencia avance.
Cuando esto decimos nos referimos todas las autoridades las de hoy y las de ayer, porque nadie ha escapado a esta situación.
El caso que nos ocupa fue paradigmático. Hoy se sabe que nunca se investigó en serio, hoy las consecuencias comienzan a trascender y hay varios procesados o destituidos, pero en aquel momento el pueblo fue ignorado por completo.
Morabito, uno de los cabecillas del narcotráfico más buscado en todo el mundo se fue de cárcel central caminando, salió por una casa vecina y tomó un taxi. Pero no sólo eso, sino que llegó a Brasil (por algún lado debió pasar la frontera) y meses después logró ser recapturado en Brasil, donde se había refugiado.
Lo volvemos a decir, somos defensores y admiradores de los buenos policías, pero al mismo tiempo somos los más acérrimos enemigos de los corruptos y de estos hay y lamentablemente no son pocos.
Cuando alguien se dedique a investigar “en serio” seguramente lo tendrá que admitir.
A.R.D.
