Vuelve carnaval y se viene el Concurso Oficial de Murgas 2026, todavía sin mucha información de ASAC, sin mucha información de las murgas, generando esa fuerte pregunta: ¿para quién canta la murga, para el pueblo o para ella misma?
Cuando el dato reaccionario mata al relato progre
El Carnaval de Salto 2026 se organiza alrededor de una cifra que corta cualquier discurso: cinco murgas, 85 integrantes y… 3 mujeres (datos aproximados, esperando la confirmación de ASAC).
Este dato funciona como un corta-mambo. Impide la épica, desarma el relato tradicional de la murga como espacio de diversidad y expone un fenómeno interno que ayuda a explicar por qué el público ya no las acompaña como antes.
Las murgas mantienen un relato propio —el espíritu crítico, la herencia barrial, la pertenencia popular—, pero el dato desmiente parte de esa identidad. Son grupos semi-cerrados que perpetúan legados de un tiempo —que no consiguen abandonar—, en el que solo los hombres podían cantar.
La composición de sus elencos revela una estructura rígida, patriarcal y poco permeable a transformaciones sociales que sí ocurrieron fuera del tablado.
La ausencia de público surge de una reactividad interna: un carnaval que defiende su tradición como si fuera un refugio en vez de un motor. Ese encierro estético, organizativo y humano genera un efecto acumulado.
Primero se vacía la Murga, los talentos se van. Después se vacía el repertorio y ya no cantan tan bien, ni sus versos son del pueblo, ni hacen reír tanto. Finalmente, se vacía el público, porque ya no le interesa tanto la murga.
Huella antigua, origen económico
Para entender esa distancia conviene volver al origen del género. La murga uruguaya nace de la industrialización batllista y de la inmigración —italiana y española— que llegó al país a principios del siglo XX. Familias enteras trabajaban en fábricas y talleres; compartían horarios, almuerzos, sindicatos y fiestas.
En esos espacios surgió la mezcla entre las formas corales europeas y la clase asalariada local. Los ensayos comenzaban después de la jornada laboral y la bohemia era la sociabilidad entre trabajadores que criticaban a los patrones.
La murga nació para pedir plata
El término “murga” fue incorporado al diccionario de la RAE hacia 1880: «un conjunto de músicos callejeros destemplados y desafinados que salen en días festivos a tocar a las puertas de las casas acomodadas con la esperanza de recibir propina»
Es decir, la murga era sinónimo de pedir plata. Por eso, a la compañía de zarzuela que quedó varada en Montevideo, cuando salió a cantar a la calle para juntar dinero y tomarse el buque, la bautizaron Murga La Gaditana Que Se Va.
Esta etimología nos recuerda que la murga nace como solución económica y creativa de los sectores populares. La murga siempre supo que la única libertad que existe es el presupuesto propio.
Las comisiones vecinales verdadera gestión cultural
El aporte de Uruguay fue el fuerte espíritu ciudadano que se transformó en comisiones vecinales que refinaron el concepto de pedir plata y lo organizaron, transformándolo en colecta puerta a puerta para que cada barrio tuviera su propio escenario y su programación.
Fue así que la murga montevideana se volvió un género músico-teatral sofisticado, con presupuesto autónomo y con la libertad de criticar sin depender económicamente de nadie.
Salto y la curva histórica
La diferencia entre la murga montevideana y la murga salteña es que la primera mueve mucho público y dinero y la segunda no.
En Salto, el período de mayor intensidad se dio entre 1987 y 1989. Las agrupaciones crecían, los tablados reunían a toda la ciudad y las letras circulaban como parte de la conversación diaria. Había permeabilidad: la murga absorbía el clima social y la gente respondía.
Ese pacto cultural funcionó porque el escenario y la comunidad compartían códigos, preocupaciones y ritmos. En 2026 el panorama es otro, el pueblo cambió, pero la murga salteña no y, sin duda, ha perdido la representatividad de lo popular.
La construcción de un nuevo pacto entre el pueblo y la murga
El alejamiento del público no requiere teorías complejas, si la murga no hace reír el público deja de ir.
Cuando la estructura humana de un género cambia poco, la propuesta artística también cambia poco. Las murgas de Salto conservan un estilo que funcionó durante décadas, pero la ciudad alrededor se movió.
Esa diferencia se percibe en la elección de temas, en las referencias culturales y en la energía de los espectáculos. El Carnaval perdió capacidad de sorprender y de captar el pulso de la vida local.
La diferencia entre arte & cultura
La murga continúa siendo un fenómeno cultural, pero ha perdido calidad artística. La lógica de irse a Montevideo se lleva los principales talentos, los grupos se cierran en sí mismos empobreciendo las referencias, los repertorios son interesantes únicamente para un pequeño grupo de personas.
Hablamos de cultura cuando decimos 3 mujeres entre 85 murguistas, una participación del 2.8%. Eso no es arte, es la revelación de que la murga continúa “como aferrada a un rencor”.
Esa composición condiciona el repertorio, reduce la diversidad de miradas y restringe la lectura del presente. No se trata de “incluir por incluir”, sino de entender que un género que se presenta como expresión de lo colectivo necesita un correlato en la realidad que refleje eso.
La murga salteña sigue organizada con criterios que pertenecen al pasado y esa brecha impacta directamente en la recepción del público.
¿La culpa es del público que no va o de la murga que no hace reír?
La gente dejó de acompañar en la medida en que el carnaval dejó de ofrecer una lectura reconocible del presente. El público no se aleja por falta de interés cultural: se aleja cuando no encuentra una conexión entre su vida y lo que ocurre en escena.
La repetición estética reduce la expectativa y la ausencia de diversidad limita la identificación. El público se “tapó de bichos”, sin conflicto, porque sintió que las murgas dejaron de dialogar con él.
La murga salteña es machista
El Carnaval de 2026 tiene la oportunidad de reinterpretar su propia historia. Empezamos mal, con una estadística que nos interpela y evidencia que no somos ni tan sabios, ni tan populares, ni tan progresistas.
La murga salteña es machista y necesita rever sus prejuicios y recuperar los valores positivos de su historia, como por ejemplo la construcción económica que le brinda autonomía ideológica y posibilidades de prosperidad.
Recuperar ese vínculo exige abrir espacio a nuevas voces, revisar la composición de los elencos y volver a construir un discurso escénico que refleje a la ciudadanía.
El público perdido no está lejos, está esperando señales. Está esperando que el carnaval vuelva a ser un espacio donde la comunidad se vea reflejada y donde las murgas retomen su capacidad original de leer el presente con claridad y humor.
Si el 2026 logra activar ese movimiento, Salto puede reencontrarse con un carnaval más representativo, permeable y conectado con su tiempo.









