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domingo, mayo 18, 2025
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Mónica Frola: Una vida entre pizarras, tambo y amor de familia

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Hay mujeres que, sin proponérselo, van dejando huellas profundas en todo lo que tocan. Así es Mónica Frola: maestra, madre, abuela y emprendedora, nacida en Parada Herrería, donde los caminos son largos pero la voluntad es más larga todavía.

Desde muy joven supo que quería enseñar. A los 21 años ya era maestra recibida, con una valija llena de sueños y el corazón dispuesto a sembrar futuro.

Llegaron Agustina y María Eugenia y eso , al tiempo, cambió el rumbo……tomar una decisión donde dos amores la pusieron en una encrucijada.

“Vivíamos en el campo, y con mis hermanas tomábamos el ómnibus para ir al liceo. Nuestra abuela materna fue clave: gracias a ella pudimos instalarnos un tiempo para terminar los estudios”, recuerda con gratitud.

Una maestra entre caminos de tierra y luz de farol

Su primer destino fue Paso Cementerio, a 130 km de la ciudad. Era la única casa de material, no había luz eléctrica ni agua corriente. “Extrañé muchísimo. Era todo muy precario. Apenas pude, renuncié. Era muy jovencita y soñaba con una familia, con otra vida”.

Y esa vida llegó. En 1994 se casó y se instaló con su esposo en Colonia El Charrúa. Él con su tambo, ella con su vocación. Comenzó entonces una etapa de vida donde el aula y la casa compartían tiempo y espacio: las escuelas eran unidocentes, y sus hijas pequeñas iban con ella todos los días. “Trabajé con una ayudante, y así podíamos estar juntas. No quería ser una mamá ausente”.

Cuando sus hijas crecieron, Mónica supo que era tiempo de cambiar de rumbo porque a otra edad ya no las podía lelvar con ella, a pesar de esa fuerza interior de educar. “Me prohibí elegir escuelas porque sabía que no podría soltar. Tengo guardadas en una cajita todas las cartas de amor de mis alumnos. ¡Qué divino! Esas cosas te marcan para siempre”.

No    vivió esa decisión como un sacrificio, sino como una elección. Acompañarlas en la adolescencia, estar presente en sus decisiones, en sus caminos. Hoy, Agustina —la mayor— también es maestra. María Eugenia eligió otro rumbo, y ambas formaron sus propias familias. “A veces una educa más con el ejemplo que con las palabras”, dice. Y en su caso, el ejemplo fue de entrega, ternura y convicción.

Del tambo familiar a una industria con identidad propia

En el año 2015, en medio de una crisis del sector lechero, la familia decidió transformar el desafío en oportunidad. “Empezamos algo muy familiar, muy de a poco: procesar nuestra leche. Hacíamos quesos, yogures, muzzarella. Se sumaron vecinos, tíos, mi suegro… y de a poco nos dimos cuenta de que aquello tenía futuro”.

Así nació un nuevo capítulo, la industrialización de productos lácteos con Familac , cuyo nombre lo dice todo. Lo que comenzó en la cocina, hoy llega a casi todo el país. “Fuimos aprendiendo, chocando con las inspecciones, haciendo papeles. Hoy tenemos un contador, técnicos, un equipo hermoso. Algunos de ellos fueron mis propios alumnos. ¡Qué orgullo!”

Las raíces siguen dando frutos

Hoy, con dos nietos —Juan Manuel y Valentín—, Mónica siente que el amor que sembró se multiplicó. “Es el amor más puro que uno puede experimentar. Son mi desconexión, mi alegría. Lo más lindo que me pasó en la vida”.

Cuando se le pregunta si se arrepiente de haber dejado su carrera por su familia, responde sin dudar: “No lo siento como un sacrificio. Lo siento como una decisión que nos permitió estar siempre juntos, apoyándonos en todas las adversidades”.

Mónica no busca reconocimiento. Dice que le cuesta hablar de sí misma. “Uno hace las cosas por amor, no para que lo aplaudan. Pero si mi historia puede inspirar, entonces vale la pena”.

Y claro que vale la pena. Porque es la historia de tantas mujeres madres que, con entrega callada y firme, hacen país. Madres que enseñan con el ejemplo, que se reinventan, que crían, emprenden y aman sin medida. En Mónica, el Día de la Madre se celebra con el corazón lleno, la mirada puesta en el futuro… y el alma agradecida por cada paso dado.

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