Llámame por mi nombre, afortunadamente lo conservo.
Cada vez más países se alarman por la baja natalidad, pero ¿Cómo trata el sistema a las mujeres que son madres? ¿Por qué la moda de congelar óvulos y tener hijos en la jubilación? Como todos los problemas sociales, con seguridad la respuesta es multifactorial, pero, ¿Cómo es la experiencia de las mujeres que siendo madres quieren seguir posicionándose como personas?
Los estados se quejan de que la gente ya no quiere tener bebés. Los bebés son lindos, tal vez hay que notar y anotar en la ecuación, el hecho de que, parece existir unanimidad, en la idea de que debemos elegir, de que late una oposición. Son muchas las puertas que aparentemente se cierran o abren dependiendo de tu elección como mujer. Ya lo dijo Lina Meruane en su diatriba «Contra los hijos», el problema no son los hijos sino lo que esos hijos (y la sociedad) esperan de nosotras”.
He sostenido una larga cantidad de conflictos, de los que rara vez escribo, que parten no solo de cómo la sociedad nos trata como mujeres, sino de cómo nos comienza a tratar desde el momento en que pasamos de mujer a «mamá». Primero el ginecólogo y luego tu hijo sustituyen tu nombre por el de mamá, es un gesto simbólico: la sociedad hace lo mismo. Al principio te parece tierno, luego notas la literalidad en el asunto.
Cuando decidí ser madre estaba cursando mi segundo año en la universidad. Era una militante políticamente muy comprometida, estudiaba, trabajaba. Todos sin excepción me dijeron que era un error, que no iba a poder continuar con mis estudios, que mejor me convenía abortar. Trato de pensar ahora en los maliciosos comentarios que recibí como un acto inusual de fe hacia mi talento. Allí se forjaría definitivamente el epíteto loco. El otro día el maestro particular de mi hija le preguntó ¿Cómo es tu mamá? Ella respondió: Está loca. Tal vez en mi epitafio debiera rezar: aquí yace eternamente esta mujer, que estaba loca.
Cuando tenía ya el vientre abultado, en una asamblea de mi centro de estudiantes, en la que me proponían encabezar la lista para representar al estudiantado en el Consejo de facultad, en unas disputadas elecciones universitarias, un compañero argumentó: «No puede ser nuestra candidata, porque está embarazada, no va a tener tiempo para cumplir con las obligaciones del cargo». En aquella época las hormonas mandaban, creo haberle gritado unas cuantas cosas al chico. Pero por suerte no me defendí sola.
Finalmente fui consejera y asumí con 8 meses de embarazo, voté a la nueva decana, y asistí a la siguiente asamblea de estudiantes con mi bebé recién nacida en brazos. Ser madre en esas circunstancias (a una edad que yo personalmente consideraba ideal) me hacía sentir sin embargo como un personaje de la película «Los hijos de los hombres»; mis compañeros se la pasaban o la sostenían con asombro, nada como eso había pasado antes.
Los años de universidad asistía a casi todo con mi bebé, algunos profesores con los que compartía Consejo me ayudaban, Federico me pasaba a buscar por mi casa, en alguna oportunidad me pagaron taxis de su bolsillo para asistir temprano en la mañana a las reuniones, la cargaban cuando intervenía, y pobre de quién osara reclamarme, mi pensamiento era: si el sistema no está preparado para acoger mujeres madres, no es mi problema, ¡Aggiornense mes chers amis!
Las mujeres somos las que más cuidamos, pero debajo de las tareas acumuladas y los niños prendidos a una, somos una persona. Cuando te colocan como condición «no tener niños a cargo» en programas de intercambio, de estudio, de deporte, de oficio, están limitándonos injustamente. Nos están discriminando. Discriminación que se acentúa con la falta de programas específicos de apoyo para mujeres que tienen hijos a cargo.
Pero ante todo, primero eres tú la que se limita, la que interioriza esa voz aparentemente unánime que te excluye por maternar pero al mismo tiempo te juzga por priorizar tu carrera ¡Y no darle hijos a la patria que cada vez registra menos nacimientos y pone en jaque la economía del futuro! Tú dejas caer los brazos ante la norma, tú te resignas en vez de protestar, exigir y negociar.
Personalmente.
Hay batallas que se dan y se ganan con el ejemplo, resolver incluso esas “pequeñas injusticias personales» tiene el potencial de cambiar el curso de lo establecido, no rindiéndonos nosotras primeras, luchando por lo que nos parece discriminatorio podemos sentar un gran precedente.
En la facultad, luego de mi, otras mujeres tuvieron hijos, funcionarias, docentes e incluso alguna estudiante como mi amiga Katya. Primero hicieron una sala de lactancia y luego instrumentaron un sistema de cuidados en la institución para los hijos de la comunidad.
Lo mismo sucedió, cuando en una formación partidaria de la que participaba nos exigían presencia a las mujeres con hijos en función de las responsabilidades asumidas, pero cuando íbamos con nuestros niños, porque oh casualidad no teníamos con quién dejarlos, era un descontrol, y había quejas. Allí la idea “estarías mejor en tu casa”.
«Lo personal es político, tal vez hoy sea más político que nunca.»
Nada de sentirnos culpables. Tuvieron que instrumentar en las reuniones, que en general duraban varias horas, ‘sistemas de cuidados’ con otros compañeros para cubrirnos. Todo un logro. Sin embargo, recuerdo una “compañera” que sigue representándonos en asuntos de género y desgraciadamente, representando también bastante de lo que me cae mal del feminismo actualmente, que en una reunión tuvo el tupé de replicar a mi exigencia de mejorar nuestro sistema de cuidados. Como quien tiene ensayada una respuesta en su mente en avance, me dijo «no es obligación de la organización hacerse cargo de los problemas «»personales»» de cuidados de las mujeres».
Claro que lo personal es político, tal vez hoy sea más político que nunca, y por esa razón las organizaciones e instituciones, particularmente las educativas y académicas, por su voluntad humanista y progresista, tanto como por la necesaria autocrítica en relación a su tradición masculina y machista, deben reformar sus programas y dispositivos para acoger familias, para acoger realidades de tutores con hijos a cargo, particularmente mujeres, porque para los hombres la paternidad rara vez ha sido documentada como un problema en su desarrollo personal, los hombres nunca deben poner su vida en pausa por la familia.
Cuando llegué a Francia con mi hija a cuestas, si bien tenía información de que no era la primera en hacer el programa en esas condiciones, era una extrañeza. Pero incluso antes de llegar fueron muchas las voces que (otra vez) intentaron hacerme «entrar en razón» frente a mí desafiante plan. La familia, los amigos y lo más molesto: las instituciones. Solo Dios sabe todas las barreras a las que tuve que hacer frente para conquistar mis metas.
«Sos increíble y estás loca», me dijo una amiga.
Sé que hay milenios de historial sobre mujeres con hijos a cargo que hicieron cosas increíbles, pero no se les exigía lo que se les exige a las mujeres hoy, y sobre todo, creo que nosotras mismas debemos ponerle fin a la idea de que las omnipotencia femenina, No. Es hora de hablar de lo que nos duele y pedir ayuda.
En las Olimpíadas son muchas las deportistas que se han rebelado contra estas normas. La gimnasta Simone Biles, no es madre pero recibió toneladas de “hate” por retirarse en Tokio 2021 para cuidar su salud mental. La velocista Allyson Felix, protagonizó una icónica polémica contra Nike quien tenía (al igual que otras marcas) la política de bajar el patrocinio de las atletas cuando cursaban un embarazo. Nike le había rebajado su contrato un 70% y se reservaba la opción de rescindirlo si su rendimiento disminuía durante el embarazo.
Reclamar, eso nos hace fuertes, no aguantarlo todo a costa de nuestra salud física y emocional, para dar una imagen de fortaleza ante los demás.
Esa es la idea de fortaleza que impera en el esquema de la masculinidad: cuanto menos demostrativo, cuanto menos ayuda pide y menos se queja más fuerte es.
Si en la sociedad que queremos construir deseamos justicia para nosotras (para todos claro, pero estoy hablando de nosotras mujeres madres) es imperativo exigirle al estado, a las instituciones privadas, a los sistemas educativos, académicos, deportivos, etc., que contemplen y dejen de degradar a las mujeres que son madres y aún así siguen timoneando el barco de su vida, que no empieza ni termina en el ejercicio de la maternidad pero sí la determina, mayoritariamente por las pretensiones del sistema en relación y a costa de nuestra vida.
No quiero que mi hija reciba el ejemplo de una mujer que se rindió y dejó de perseguir sus sueños.
Verónica Pellejero