back to top
22.1 C
Salto
miércoles, diciembre 17, 2025

Marta Rodríguez: 40 años vendiendo suerte y sonrisas

- espacio publicitario -
Diario EL PUEBLO digital

En la esquina de Uruguay y Joaquín Suárez, entre el ir y venir del tránsito, los saludos cotidianos y el bullicio del centro salteño, se encuentra una figura que ya forma parte del paisaje urbano: Marta Delia Rodríguez Cristaldo, una mujer de 71 años que desde hace más de cuatro décadas dedica sus días —y muchas veces también sus noches lluviosas o de calor intenso— a vender quiniela.

Su pequeño puesto, testigo de innumerables historias, alegrías y desvelos, se ha transformado en un punto de encuentro para vecinos, amigos y clientes que la buscan no solo para hacer una apuesta, sino también para compartir una palabra, una sonrisa o un rato de conversación.

Marta comenzó en los años 80, cuando la vida transcurría a otro ritmo y las calles de Salto eran el escenario de sueños modestos pero cargados de esperanza. Su historia se entrelaza con la de un kiosco que pertenecía al periodista Garaventa, ubicado donde hoy funciona Radio Tabaré. Allí se vendía de todo: diarios, caramelos, cigarrillos, tómbola y quiniela.

- espacio publicitario -SOL - Calidez en compañía

Fue su hermano —también periodista— quien le avisó de la oportunidad, y así comenzó una aventura laboral que, con el paso del tiempo, se convertiría en su forma de vida y su vocación. Cuando el edificio se vendió, Marta no se rindió: trasladó su puesto a la vereda y siguió adelante, con la misma energía y calidez que la caracterizan hasta hoy.

Con una actitud siempre positiva y una sonrisa dispuesta, recuerda aquel primer día como una experiencia maravillosa. “El trato con el público y el desafío de decir ‘tengo que vender, esto tiene que ser lo mejor y mi mejor día’”, dice con la convicción de quien aprendió que cada jornada puede ser única si se la vive con entusiasmo.

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

Para Marta, la atención al cliente es más que un deber: es un lazo humano, una forma de conexión que va más allá de los números y los premios.

A lo largo de los años, ha visto pasar generaciones enteras de vecinos. Muchos de sus clientes se han convertido en amigos, y no faltan las anécdotas que guardan pequeñas muestras de solidaridad y humanidad. “A veces alguien necesita una recarga y no tiene dinero; a veces se le va el ómnibus; y otras veces simplemente se acerca a conversar”, cuenta. Son historias simples, pero cargadas de ese valor cotidiano que solo quienes trabajan de cara al público pueden comprender.

El avance del tiempo no la ha detenido. Hoy, gracias a la tecnología, recibe apuestas por WhatsApp de clientes fieles que la acompañan desde hace décadas. “Soy una agradecida de la vida y de la gente —afirma—, porque a veces escuchás, otras veces das un premio o ayudás a alguien que está en apuros. No siempre se trata de un juego de azar, sino de un cambio, de una oportunidad.”

Su rutina comienza a media mañana y se extiende hasta las ocho de la noche. Ni la lluvia ni el frío logran detenerla, porque disfruta de lo que hace. “Cada cliente se ha formado como una pequeña gran amistad. Para mí, la atención es preferencial siempre; todos los clientes son preferenciales”, asegura con orgullo.

Entre tantas historias, una de las que más recuerda ocurrió hace unos 25 años, cuando una creciente del Río Uruguay afectó a muchas familias. Una mujer que vivía a orillas del río se acercó a jugar a la tómbola, sin trabajo ni comida.

El destino —o quizás la fe— quiso que acertara y ganara. Con ese dinero pudo volver a su casa y alimentar a sus hijos. Marta aún se emociona al contar cómo, tiempo después, esa misma mujer regresó para agradecerle. “Esto es cuestión de Dios también, que a veces nos da una mano”, reflexiona.

Hoy, con más de cuarenta años de oficio, Marta se reconoce feliz. No solo porque su trabajo le permitió ganarse la vida con dignidad, sino porque encontró en él un sentido profundo: el de acompañar a las personas en sus pequeños momentos de ilusión, esperanza o necesidad. “Soy feliz porque lo hago con mucha tranquilidad —dice—, porque sé que atender a la persona es mi motivo.”

Así es Marta Delia Rodríguez Cristaldo: una mujer sencilla, perseverante y agradecida, que transformó un puesto de quiniela en un espacio de encuentro humano. Su historia no solo habla de trabajo y constancia, sino también de empatía, fe y amor por lo que se hace, día tras día, desde esa esquina donde ya todos la conocen por su nombre y su sonrisa inconfundible.

Por tal motivo, la protagonista de la historia de vida de hoy es Marta Delia Rodríguez Cristaldo, quien tiene 71 años y vende quiniela en la esquina de Uruguay y Joaquín Suárez.

¿Cómo surgió la idea de vender?

“Eran los años 80 y donde está Radio Tabaré había un bar y tenía un kiosco. Ese kiosco era de un periodista, Garaventa, y lo vendía. En el cual, mi hermano, que era periodista, me avisa y después compró el kiosco a este otro periodista Garaventa. Ahí se vendía de todo: quiniela y tómbola. Luego pasaron los años, se vendió el edificio y, bueno, yo empecé a vender quiniela en la vereda.”

¿Recordás cómo fue el primer día que vendiste quiniela? Si te fue bien, si te fue mal, si diste algún premio.

“Eso depende de uno mismo, porque para mí todos son maravillosos. O sea que el primer día fue la primera experiencia: el trato con el público y el desafío de decir ‘bueno, tengo que vender, esto tiene que ser lo mejor y tiene que ser mi mejor día’. O sea que es una pregunta que te la contesto de esta manera, en positivo, como soy yo.”

¿Cuánto hace que vendés quiniela?

“Del 80 al 2025… hace varios años.”

Tendrás varias anécdotas de clientes que vienen. ¿Recordás alguna?

“Como anécdotas hay montones. Hay gente que a veces necesita una recarga y en ese momento no tiene dinero, que se le va el ómnibus —porque eso pasa—, como también puede ser quiniela, como a veces gente que de cruce lo ha comprado.”

¿Y algún detalle o alguna palabra linda que a veces uno se va a su casa pensando?

“Como palabras lindas, la calle tiene la variedad de que vos conocés mucha gente, y soy agradecida de las personas, de la gente, porque es saber tratar y es saber también recibir.”

¿Trabajás solamente de esto?

“Trabajo solo de esto. Siempre trabajé de esto, y ahora con más razón, porque tenemos el WhatsApp y mis clientes, justamente por los años que hace, me mandan apuestas por WhatsApp.”

Debe de ser gratificante para vos ver cómo te siguen eligiendo.

“Sí, justamente por eso digo que soy una agradecida de la vida, de la gente, porque a veces escuchás, a veces das un premio, a veces sacás de apuro a una persona, y eso es lo interesante que tiene esto. A veces no es un juego de azar, sino simplemente un cambio.”

Un día de lluvia, ¿cómo hacés? ¿Te quedás igual? ¿En qué horario estás?

“Yo comienzo en la mañana, pero no muy temprano. Con el cambio de horario, el mes que viene comienzo más temprano, porque cambian los horarios de los bancarios. Entonces ahí empiezo a las diez, diez menos cuarto, hasta las 20 horas.”
“Son horas seguidas, pero las hago muy bien porque me gusta lo que hago, me gusta tratar con el cliente. Cada cliente se ha formado como una pequeña gran amistad. Eso es lo bueno, que para mí la atención es preferencial siempre. Todos los clientes son preferenciales, eso es lo más importante.”

¿Qué te llevás de toda la jornada?

“Llevo primero el cariño de la gente, y es reconfortante.”
“No me imagino, como siempre digo, no tener a mi gente.”
“Cada persona que conocés, cuando te cuentan cosas, cuando conversan, cuando sacan premios, que te lo comentan —‘me salvó de tal cosa’—, porque esto no es un casino. Es el ciudadano común y corriente que quiere a veces sacar un peso para pagar la luz, el agua… y eso es realmente interesante.”

¿Tenés alguna anécdota que nos puedas contar?

“Hace 25 años más o menos, el Río Uruguay creció y había una señora que vivía lejos del río. Como tenía muchos hijos, en verano se iba a la costa del río, pero el tema era la creciente del Río Uruguay. Resulta que estaban sobre la costa y ese día llovía mucho. La señora y su esposo estaban sin trabajo, entonces comían pescado, vivían en la ribera del río.

Estas personas se acercaron a mí y me dijeron que querían volver a su casa, pero que no tenían nada para comer ni trabajo. Jugaron la tómbola y acertaron, sacaron la tómbola. La mujer volvió y me agradeció. Hace poco más de un mes volví a ver a la señora y recordaba esa anécdota, cómo gracias a la tómbola pudieron tener un techo y comida. Esto es cuestión de Dios también, que a veces nos da una mano.”

¿Estás feliz con el trabajo que hacés?

“Soy feliz porque lo hago con mucha tranquilidad, porque sé que es un motivo para mí: atender a la persona.”

Enlace para compartir: https://elpueblodigital.uy/mer2
- espacio publicitario -Bloom