Actriz, bailarina, docente, directora y gestora cultural, Marta Cot es un fruto del teatro independiente de Concordia. Desde los años noventa, su nombre está vinculado a experiencias colectivas que marcaron la identidad escénica de la región.
En esta conversación, recuerda los comienzos de su trabajo, reflexiona sobre la relación entre arte y política y adelanta su participación en el Festival FARSA 2025 de Salto.
Tu recorrido tiene varias facetas: danza, docencia, dirección, gestión. ¿Cómo se dio ese proceso?
Yo empecé por la danza. No pensaba ser docente. La docencia llegó después, de la mano de mi necesidad de compartir. En realidad empecé a enseñar para tener pares, para crear con otros. No era un plan pedagógico, sino un modo de construir comunidad artística. Con el tiempo, esos espacios se convirtieron en laboratorios donde íbamos creando un lenguaje propio, identitario.

¿Cómo era Concordia en ese momento?
En los años noventa había un contexto político muy particular. A nivel nacional, el menemismo, pero acá en Concordia el peronismo provincial y municipal apostó a la cultura. Carlos Migoni, que era director de Cultura y además artista, nos dio libertad. Yo era maestra de danza contemporánea, Fabián Nardini era el maestro de teatro, y empezamos a generar un espacio de laboratorio en la Municipalidad. Éramos empleados, teníamos un sueldo, eso nos permitió investigar y sostener procesos.

Eso que decís, “tener un sueldo”, es casi revolucionario para el arte contemporáneo
Totalmente. El Estado fue fundamental. Sin ese apoyo, no podríamos haber sostenido esa búsqueda. Después, en 1998, junto a varios compañeros, armamos una cooperativa de trabajo. Alquilamos una casa, pusimos una sala, y los jóvenes que venían de los talleres municipales empezaron a ejercer el oficio. Fue una experiencia riquísima.
¿Ahí empieza tu vínculo con la gestión?
Sí, ahí empecé a comprender la gestión desde la práctica. En la escuela municipal que dirigía, dábamos danza, producción y gestión. Le llamábamos “taller-escuela” porque combinaba la estructura de una escuela con la práctica viva del taller. Entrenábamos y al mismo tiempo hacíamos obras. Esa contradicción aparente era, en realidad, la esencia del trabajo.

En tus palabras aparece una idea de laboratorio permanente, de creación como proceso.
Sí. En esa época discutíamos mucho si lo que hacíamos era teatro o danza. A nosotros esas etiquetas no nos interesaban. Llegué al teatro a través del cuerpo, desde la danza contemporánea y la antropología teatral. Cuando leí a Eugenio Barba entendí que eso que él describía, nosotros ya lo hacíamos intuitivamente. El teatro es danza. Es cuerpo, partitura, energía.
También hablaste de cooperativismo, de horizontalidad. ¿Cómo fue esa experiencia?
Muy rica, pero también muy compleja. Las cooperativas son un excelente método de trabajo, pero tienen dificultades. Nacen dentro del sistema capitalista, para resolver problemas dentro de ese marco. Y el compromiso de cada integrante es distinto. En nuestra cooperativa, Casa A, participábamos en la federación y nos reuníamos con cooperativas de otros rubros: transporte, salud, educación. Aprendimos mucho, pero mantener la participación constante era difícil. A veces íbamos uno o dos. Transmitir esa experiencia al grupo no era sencillo.

¿Qué estás haciendo actualmente?
Formo parte del colectivo Las Cuencas, desde 2018. Con ellos creamos Cuenca todo debajo, una obra sobre Melchora Cuenca, compañera de Artigas, que vivió y murió en Concordia.
Es una investigación escénica con dirección de Paula Tabachnik y música de Lucía Salamanca. El año pasado la presentamos en el Festival FARSA, con más de setenta funciones realizadas.
También gestiono la agenda teatral de Pueblo Viejo Espacio Cultural en Concordia, donde se presentó el domingo la obra EL EXPENDEDOR DE LÁGRIMAS, como extensión del FARSA.
Este año volvemos al festival con Los libros de Karafufú, un espectáculo de narración y música para las infancias, dirigido por mí y con Lucía en escena.
Vamos a hacer cuatro funciones el jueves: tres en escuelas y una abierta al público a las 19 horas en el Centro Previale. Aunque está pensada para niñas y niños desde tres años, en realidad es para todo público. El teatro, cuando es sincero, no tiene edad.









