Fue abuela a los 34 años. Hoy, con 57, tiene cinco nietos y casi tres décadas como cuidadora en Asisper. Esta es la historia de una mujer que supo encontrar en el amor a su familia y a su vocación, el verdadero sentido de su vida.
“Me reparto, me reparto porque es lindo ser abuela”, dice Mariela Álvarez con palabras están llenas de emoción, de experiencias, de anécdotas vividas y por vivir. Fue abuela joven, a los 34 años, y esa primera nieta, Florencia, hoy tiene 23. Después vinieron Francesco (19), Lorenzo (17), Benjamín (8) y el pequeño Bastián, de apenas dos meses.
“Me tocaron todas las edades”, cuenta, y se nota que disfruta de cada una como si fuera la primera vez. «Los comparto en casa, en alguna salida, en mis días libres. Como trabajo de noche, muchas veces vienen a almorzar conmigo, a pasar un rato. Lo importante es estar, y siempre estuve presente.»
Mariela no solo se reparte entre los nietos. Desde hace 29 años trabaja en Asisper como cuidadora. Empezó a los 28, y desde entonces no ha dejado de acompañar a personas que necesitan atención y afecto. “Amo lo que hago. Mi trabajo lo hago de corazón. Es un trabajo que me marcó, que me formó como persona, y que también me dio herramientas para ser mejor abuela.”
Y es que su vida entera ha girado en torno al cuidado. De su familia, de sus pacientes, de sus afectos. Ser abuela y ser cuidadora no son, para ella, dos mundos separados, sino parte de la misma esencia. “Acompañé siempre a mis hijas en la crianza. Nunca de forma estricta, con horarios o reglas, pero sí siempre al lado. El apoyo, la contención, eso siempre estuvo.”
Una abuela moderna con alma de raíz
Mariela habla de sus nietos con orgullo. Se emociona. Los nombra uno por uno. Conoce sus tiempos, sus gustos, sus preguntas. Lorenzo, por ejemplo, el de 17 años, es quien más la visita. “Va al liceo, juega al fútbol, pero siempre encuentra un momento para venir a verme. Me pregunta dónde estoy trabajando, con quién me tocó cuidar esa noche. Es muy especial.”
Cada nieto es único, y Mariela lo sabe. “Los cinco son muy pegados a mí. Estoy agradecida, muy agradecida, porque hoy en día los adolescentes y jóvenes tienen otro ritmo, otras prioridades. Pero ellos están. Siempre están.”
Mariela también recuerda con cariño a su propia abuela, Tomasa, la abuela materna y más presente, una mujer que la marcó y cuya memoria mantiene viva a través de historias y enseñanzas. “Mi abuela fue muy importante. No solo conmigo, también con mis hijos. Llegó a ser bisabuela. Siempre la nombro, siempre les cuento anécdotas. Porque lo que uno vivió, hay que transmitirlo.”
En ese relato intergeneracional, Mariela encuentra una manera de trascender. “Los abuelos de antes eran diferentes, pero el amor era el mismo. Hoy somos más modernos, sí, pero lo importante es seguir contando historias, hablarles a los nietos de nuestras experiencias, de lo que vivimos. Eso queda.”
Una familia que acompaña
Mariela tiene tres hijos, todos muy unidos a ella. “Mis hijos son muy pegados, y mis nietos también. Son incondicionales. Me siento muy acompañada por ellos”, dice. Y en ese “acompañada” hay mucho más que presencia físic, hay una conexión emocional profunda, una red de afecto construida día a día.
Cuando habla de Florencia, su primera nieta, recuerda una anécdota que guarda como un tesoro. “Ella era chiquita, y cada vez que veía el logo de Asisper decía ‘Estamos a tu lado’, porque me veía salir a trabajar todas las noches. No sabía leer, pero reconocía el cartel. Con todos mis nietos pasó lo mismo. Siempre supieron dónde estaba, qué hacía.”
La presencia de Mariela no es solo física, es emocional, simbólica, constante. “Aunque uno ya no tiene el rol de educar como padre, sí puede guiar, aconsejar, acompañar. Lo más importante es eso, disfrutar del rol de abuela. Yo los disfruto, juego con ellos, les hablo, les cuento cosas de la vida.”
Cada etapa con sus nietos ha sido distinta, y ella ha sabido adaptarse, sin dejar de ser ella misma. “Con Florencia era todo nuevo. Era joven, me tocó ser abuela pero lo viví con la misma intensidad que vivo ahora con Bastián, el más chiquito. Solo que distinto. Con otra mirada. Con otra experiencia.”
Un legado de amor
En cada palabra de Mariela hay una certeza: lo ha dado todo. Su tiempo, su cariño, su dedicación. No busca reconocimiento, solo quiere seguir compartiendo la vida con los suyos. “Soy feliz con lo que tengo. Agradezco cada día. Mi familia es lo más importante.”
En el mes del Día del Abuelo, su historia nos recuerda que ser abuela no es solo un título, es un rol que se ejerce con el alma. Que los recuerdos que se siembran en la infancia, florecen toda la vida. Que la ternura no tiene edad, y que el amor —el verdadero— no se gasta, sino que se multiplica.