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    «Mapas literarios», el libro que recopila la geografía de la literatura

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    Un libro recopila dibujos, bocetos y mapas de los espacios geográficos en los que transcurren algunas de las historias más célebres de la literatura

    Revista Galería
    Así como algunos lectores necesitaron garabatear el árbol genealógico de la familia Buendía para entender los parentescos en la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad (de hecho, una edición reciente lo incluye impreso entre sus páginas), a veces tener un mapa a mano de las tierras en las que transcurre una historia ayuda a situarla con mayor tino. De hecho, a veces son los propios autores los que necesitan garabatear el espacio geográfico en el que se moverán sus personajes. Algunos, incluso, parten de ahí para construir su relato. «Empecé sabiamente con un mapa e hice que la historia encajase», dijo JRR Tolkien en 1954 refiriéndose a su obra El Hobbit. contra
    Huw Lewis-Jones, un historiador doctorado en la Universidad de Cambridge, recopiló mapas de clásicos de la literatura, algunos de ellos dibujados por sus propios autores y otros inspirados en sus obras y publicados en ediciones muy posteriores a la primera. «La mayoría de los escritores, como muchos de nosotros, adoran los mapas: los coleccionan, los crean, los describen o los reconfiguran, los rehacen por completo. Los mapas les atraen tanto por sus posibilidades creativas como por su utilidad para dar forma a un territorio», escribe Lewis-Jones.
    Mapas literarios es el título de este volumen, que abre las páginas a croquis, como el trazado a mano por el propio Jack Kerouac mientras escribía En el camino, y a bocetos o mapas definitivos que acompañan textos en los que los escritores o ilustradores hablan de ellos, de su importancia en el proceso de creación literaria y de su afición por la cartografía, definida por Miraphora Mina -la artista gráfica que dio forma al Mapa del Merodeador, de uno de los libros de Harry Potter- como «un acto diario de gestión del caos». «Dibujar mapas, escribir libros, seleccionar letras, imprimir carteles, la dirección artística de películas o incluso diseñar parques temáticos: en todos los casos se trata del arte de introducir algo de orden en un caos de posibilidades creativas, ¿no es cierto?», escribe.
    Mapas Literarios de la editorial Blume ya se encuentra en librerías en Montevideo. Precio: 1.990 pesos.
    El mapa inicial. «Mi abuelo, ya un héroe para mí, se convirtió en mi figura paterna cuando mis padres se divorciaron. Le acompañaba un amor rotundo por los mapas, y me contagió», escribe el autor de Mapas literarios en la introducción. El historiador se remonta a su niñez para explicar su pasión, e invita al lector a hacer memoria: «Todos recorremos nuestros propios viajes literarios, pero ¿recuerda dónde comenzó el suyo? Párese un momento a pensar en los libros de su infancia. Piense también en el primer mapa que vio, al menos el primero que recuerde. ¿Era el mapa del mundo colgado en una pared de la clase? ¿Era el mapa de un lugar favorito, colocado en la parte interior de la puerta de su dormitorio, un mapa que solo veía usted cuando cerraba la puerta? ¿O se trata de algo sencillo, como un mapa de la ruta de su autocar al colegio, un callejero con su casa, un mapa del metro, el horario del tren, o incluso un laberinto en un paquete de cereales? (…) O un recuerdo de unas vacaciones, un plano de las habitaciones del hotel o de las cubiertas de un barco, la distribución de un camping, las filas de un teatro para ayudarle a elegir asiento, un juego de mesa favorito, una pequeña isla en una postal con un sello extranjero, una guía de las atracciones de un parque temático… el mapa siempre es el comienzo de un gran día, de una gran aventura». Si los libros hacen vivir (virtualmente) otras vidas, los mapas permiten viajar (mentalmente) a cualquier sitio, real o imaginario.
    Los primeros mapas literarios son, según el historiador, los de una Biblia alemana de 1536, y muestran un mundo centrado en el Jardín del Edén. «Los cristianos creían que el paraíso era un lugar en la tierra, diferenciado del mundo y situado en una geografía real».
    Pero la primera obra de ficción en incluir el mapa de un lugar inexistente fue Utopía (1516), de Tomás Moro. El título, que es el nombre del lugar en el que transcurre la historia, una isla que es «una pequeña república en armonía», deriva de dos términos griegos que significan no y lugar. «Quinientos años después, continúa siendo una idea sorprendentemente radical, inalcanzable, un reflejo para tiempos convulsos», escribe Lewis-Jones.
    Robinson Crusoe, Lemuel Gulliver y Huckleberry Finn. Robinson Crusoe, la novela de Daniel Defoe publicada en 1719, no incluyó un mapa en su primera edición, pero dado el éxito de la novela el editor decidió sumar más capítulos y un mapa de la isla en la que vivió por 28 años el náufrago. «La isla de Defoe despertó la imaginación del público y el apetito por historias estimulantes de naufragios y supervivencia de náufragos en islas selváticas, un apetito que no muestra señales de haber remitido casi tres siglos después».
    Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, ubicó las islas imaginarias de su relato en mapas reales. Liliput se sitúa al oeste de Australia, Brobdingnag está unida a Alaska y Laputa está muy cerca de Japón.
    Una de las islas ficticias más famosas de la literatura es la Isla del Tesoro, que da título a la novela de Robert Louis Stevenson. El origen de la historia fue en realidad el mapa, que Stevenson dibujó en el verano de 1881 para entretener a Lloyd Osbourne, su hijastro de 12 años. El niño estaba aburrido en unas vacaciones familiares demasiado lluviosas en Escocia y Stevenson empezó a esbozar una isla escarpada con bosques y cuevas.
    Aparecían entonces por primera vez el monte El Catalejo y la Isla del Esqueleto. En el mapa se puede ver al sur un galeón, una rosa de los vientos y un detalle de la profundidad de las aguas que rodean a la isla y de las zonas donde hay «fuertes corrientes». Una inscripción señala que en el corazón de la isla está «el grueso del tesoro». «La caligrafía revela habilidad y seguridad», dice Lewis-Jones. Este mapa, que comenzó como una forma de entretener a un niño, inspiró a Stevenson a escribir más adelante la célebre novela La isla del tesoro.
    Un lugar real como el estado de Misisipi fue también escenario de historias legendarias y, con algunas modificaciones, fue cartografiado de acuerdo a la ficción. En su libro de memorias La vida en el Misisipi (1883), Mark Twain escribió: «Cuando juego, utilizo los meridianos de longitud y los paralelos de latitud como una red, y rastreo el océano Atlántico en busca de ballenas». Allí, en Misisipi, se sitúan las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, que cartografió años más tarde, en la década del 50, el artista visual Everett Henry.
    Misisipi, de donde es oriundo el escritor estadounidense William Faulkner, se convirtió naturalmente en el espacio geográfico que albergaba el condado imaginario de Yoknapatawpha, en donde transcurren, entre otras, su novela ¡Absalón, Absalón! (1936). Faulkner diseñó él mismo el mapa de Yoknapatawpha, lo que supuso, según Lewis-Jones, «una especie de alivio para sus lectores fieles, que tenían que esforzarse para dar sentido a la lógica y la secuencia de los hilos de su narrativa».
    (Fragmento)

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