Siempre me llamó la atención cómo en los salones de clase, las personas se dividían casi de forma natural: los del frente, los del medio y, claro, los del fondo. Cada grupo con sus características únicas, como si representaran tres maneras distintas de ver el mundo.
Los del fondo, esos visionarios de la despreocupación, entienden desde jóvenes que la vida debe tomarse como una gran broma. La risa es su escudo y el relajo, su filosofía. No importa si el mundo se cae a pedazos: ellos siempre encuentran la manera de convertirlo en un chiste. Por otro lado, están los del frente, los perfeccionistas inmaculados. Son veloces para captar ideas, hábiles con las palabras, y expertos en trepar utilizando las cabezas ajenas como peldaños. Y luego están los del medio, los eternos nadadores que, pese a esforzarse al máximo, siempre parecen quedarse a medio camino, atrapados entre la seriedad del frente y las risas contagiosas del fondo.
Como docente, lo veo a diario. Cada grupo tiene su lugar, su esencia, su contribución única. Los del frente, sentados erguidos, siempre atentos, con sus mochilas perfectamente organizadas. Levantan la mano antes de hablar, toman apuntes como si su vida dependiera de ello y se convierten en los aliados predilectos de los profesores. Luego, están los del medio, que van intentando no llamar mucho la atención. Participan lo justo y necesario, balanceándose entre lo correcto y lo espontáneo. Pero es en el fondo donde se libra otra batalla, la de la creatividad desbordante y el caos controlado.
Ahí están ellos, los arquitectos del desorden, fabricando bromas mientras creen que no los veo. Un chumbito lanzado con precisión quirúrgica, un apodo recién inventado, una risa contenida que se expande como un virus entre sus filas. Son los que me retan a diario a mantener el equilibrio entre la autoridad y la risa, entre la paciencia y la firmeza.
Sin embargo, mientras los observo, no puedo evitar pensar en su futuro. Los del frente probablemente estarán diseñando las políticas que moverán al mundo, liderando empresas o encabezando estrategias globales. Pero, ¿qué sería de ellos sin los revoltosos del fondo? Porque los del fondo, aunque desorganizados, son esenciales. Serán quienes prueben esas políticas, quienes trabajen en los proyectos innovadores, quienes enfrenten los desafíos cotidianos con el mismo ingenio con el que hoy fabrican sus bromas.
Y ahí está la verdadera magia: los del fondo, aunque no se conviertan en «cerebros con piernas», serán quienes mantendrán viva la chispa de la vida. Serán los que arrancarán carcajadas, los que romperán la monotonía, los que, con un comentario ingenioso o una risa compartida, transformarán cualquier día gris en algo memorable.
Por supuesto, siempre hay excepciones. En cada generación, hay un revoltoso que llega lejos, tan lejos como el más aplicado de los del frente. Y a veces, un estudiante del frente sorprende, soltando una broma inesperada que arranca carcajadas a toda la clase. Al final, lo que define a cada persona no es dónde se sienta, sino cómo elige jugar el papel que la vida le asigna.
Y así, el ciclo se repite. Porque, mientras existan salones de clase, siempre habrá un grupo en el fondo, recordándonos que la vida es más llevadera cuando se la vive con humor.