Me transformo según quién me habita:
Si pudiera mostrarme, te diría que tengo mil formas, distintos colores y un solo nombre. A veces soy suave, otras, áspera; a veces, sombra, y a veces, luz. No me eligen o buscan como a un trabajo, ni me desean como a un amor; a veces, ni se dan cuenta de que me estoy formando.
Llego despacio, no tengo reglas claras ni fecha de aniversario. Soy “la amistad”, y estas son algunas de mis versiones.
Para Ana soy una manta de color beige, que abriga; tengo perfume a café, a libros subrayados, a casa con luz suave. Llego cuando las palabras ya no alcanzan, no pido explicaciones, solo estoy y espero. Ana sabe que mi nombre es presencia.
Para Adrián soy una risa desordenada, soy un par de zapatillas embarradas, una playlist que solo nosotros entendemos y memes enviados a cualquier hora. Nos hablamos con códigos, con miradas que se contestan solas. A veces soy mate y política, otras, fútbol y silencio. No nos decimos todo; él cree que no me necesita, pero yo siempre estoy.
Con Patricia soy cicatriz. Nos perdimos; quedé esperando a alguien que nunca llegó. Pero cuando volvió, abrí la puerta. Ahora soy reencuentro, palabras viejas en una historia nueva. No brillamos como antes, pero lo que queda es más real.
En la vida de Tomás soy viento. Llegué de casualidad y sin planes: una charla corta, una mirada limpia. Fui viaje y descubrimiento. Le mostré que se podía confiar otra vez. No me tiene todos los días, pero si me recuerda le robo una sonrisa y eso es suficiente.
Para Julia soy infancia. Estoy en los patines, las cartas escritas con marcadores, en los veranos eternos. Soy esa parte que no volvió, pero que aún late. A veces me busca en personas nuevas y yo le sonrío desde la memoria.
Con Valentina soy espera. Soy ese WhatsApp que no llega, ese recuerdo que se piensa mil veces y ese reencuentro que no se anima. Estoy ahí, en pausa. Necesito que me llame, porque también tengo límites, y aunque duela, sé soltar si no me cuidan.
En la historia de Rocío soy renacimiento. Ella estaba rota, yo apenas aparecía. Nos fuimos haciendo al mismo tiempo. Fui espejo e impulso. Hoy le recuerdo que siempre puede volver a confiar en ella.
Yo, “la amistad”, no tengo un rostro único: me parezco a quien me cuida. Si alguna vez fui algo para vos, todavía estoy ahí. Quizás eso somos al final: las formas que toma el amor cuando no necesita juramentos ni papeles.
Feliz día a todas las formas de “la amistad” que supimos habitar y a las que tenemos por construir.