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martes, diciembre 2, 2025

Las 33 entrevistas de la 33 | Jorge Molina: un accidente llamado literatura

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Diario EL PUEBLO digital

Jorge Molina tiene 48 años. Lleva 28 ejerciendo como maestro y, en paralelo, los mismos 28 sobre el escenario. “El año que me recibí debuté en teatro”, cuenta. Desde entonces, la docencia y la actuación avanzan trenzadas, con la misma respiración. 

Fue en 1997, en un curso del Ministerio de Educación y Cultura, cuando conoció a Ricardo —director de La Galera— que lo invitó a integrarse a la puesta de Inodoro Pereyra. Ese cruce fortuito definió el resto de su vida artística. “Desde ese día no dejé más el teatro”, dice.

Durante muchos años fue actor, hasta que sucedió el primer “accidente”: una necesidad interna del grupo lo empujó a escribir. “En La Galera siempre intentamos innovar y terminé siendo el dramaturgo de El Quijote.

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Quise que la historia naciera en una biblioteca y que el personaje se obsesionara no con las novelas de caballería, sino con la literatura misma”. Así, casi sin proponérselo, Molina reescribió el mito cervantino desde una mirada metateatral. Fue su primer texto. Arrancó bien, con libertad y de osadía: “No lo pensé mucho, me largué y después me gustó”.

Ese impulso de “no pensarlo mucho” es casi una poética. Molina escribe como quien tropieza y descubre en la caída una nueva forma de mirar. La dramaturgia, en su caso, nació del ensayo, del juego escénico, del diálogo entre compañeros. No se reconoce escritor. “Tal vez lo diría si escribiera todos los días”, confiesa. Pero es, sin duda, un dramaturgo. Y uno que se deja guiar más por la intuición que por la técnica.

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

Su segundo gran “accidente” fue Mujeres Mariposas (2017), obra creada colectivamente por La Galera para el Día Internacional de la Mujer. “Nos pidieron hacer algo y no teníamos nada armado. En un mes la escribimos, ensayamos muy poco y la estrenamos como lectura dramática. Gustó tanto que después la fuimos transformando. Durante cinco años la hicimos en distintos lugares, incluso en gira”.

La pieza rescata figuras femeninas olvidadas de la Revolución Oriental —entre ellas Melchora Cuenca y Guyunusa—, a las que Molina dio voz a través de monólogos poéticos. “Nos nutrimos de historia, de poemas, de relatos, y de ahí surgió todo”.

Aunque Molina se define más actor que escritor, su relación con la palabra tiene una raíz hondamente literaria. Lee con la misma atención con la que escribe. En sus libretos se percibe la respiración de otros autores: Cervantes, Bécquer, Shakespeare, Quiroga. 

Son presencias que dialogan con él desde la memoria, continuando una conversación con esos libros que lo formaron como maestro y como lector. Su dramaturgia surge entre la palabra escrita y la palabra dicha, entre la literatura y la voz.

Escribe con oído, con la musicalidad del actor que conoce el peso de cada pausa, la cadencia de una réplica, el espesor de un silencio. Para él, la escena es una página viva, una forma de escritura en movimiento. Lo que en otros géneros se traduce en puntuación o estructura, en su teatro aparece como respiración, gesto, ritmo corporal.

Interpretar un texto es encarnar la palabra, ponerla a prueba, dejar que resuene en el cuerpo propio y en el del público. Desde esa práctica, el teatro se vuelve también una pedagogía. Quizá por eso sus obras nacen del aula, del taller, de los encuentros con otros. Allí donde la palabra deja de ser solitaria y se transforma en experiencia colectiva está la delgada línea que divide el impulso del método.

En Mujeres Mariposas y también en Mi Amigo Horacio, el proceso comienza con una “lluvia de ideas” compartida. Molina junta todas esas ideas “en una bolsita” y las ordena. Luego escribe. 

Así surgió Mi Amigo Horacio, la nueva obra del grupo, inspirada en Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. “Queríamos hacer algo con Quiroga hace tiempo. Es tan nuestro, tan cercano. Empezamos imaginando que un grupo de estudiantes visita su casa en Misiones. Dos se pierden en la selva buscando Wi-Fi y se encuentran con personajes de los cuentos… y con un tal Horacio”.

El elenco está formado por niñas y adolescentes del taller de La Galera, con edades entre seis y trece años. “Ellas no se ponen límites. Nosotros los adultos siempre decimos ‘¿y será?’, pero ellas van y lo hacen”. De ese aprendizaje inverso —maestro que aprende de sus alumnas— surge parte del encanto del proyecto.

En la obra, la literatura y el teatro se entrelazan: los personajes de Quiroga dialogan con el presente, los adolescentes descubren en la selva no solo al escritor, sino al poder de la imaginación. La dramaturgia de Molina construye ese puente: entre lo cotidiano y lo fantástico, entre el aula y la escena, entre la lectura y la experiencia.

El estreno agotó sus entradas varios días antes. Cincuenta localidades, pensadas para cuidar la cercanía entre público y actores. “Queremos que todos vean bien, que escuchen bien, que disfruten”, dice Molina. Detrás del escenario, los nervios se mezclan con la euforia. 

Esa energía que solo los que están detrás de la escena conocen —la que antecede a la escena, la que sostiene la palabra, la que genera el vínculo con el público— es la que Molina considera más interesante, porque si algo demuestra su trayectoria es que la literatura dramática puede nacer del accidente, pero solo se sostiene con vocación, disciplina y una inquebrantable vocación de compartir.

“Mi Amigo Horacio» de Jorge Molina – La Galera – Sábados 11 y 18 de octubre – 20:00 hrs – Salón de Casa Diocesana (25 de agosto esquina Artigas) – Sábado 11 Entradas Agotadas.

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