Hay una creencia instalada: la literatura es muy aburrida para un fin de semana. La conversación con la actriz y docente salteña Maria Ana Pérez propone lo contrario: leer también es entretenimiento, un espacio de juego y de reconocimiento.
Su manera de hablar de libros tiene influencias de su experiencia como actriz: “El teatro te invita a la introspección, te interpela, te obliga a mirarte como en un espejo”, dice. Su biografía escénica y lectora avanzan en paralelo. Estudió Antropología Teatral con Zully Vallarino y encontró en el teatro un modo de nombrar lo que antes intuía.
“Siempre me consideré una persona sumamente reservada”, cuenta. “El diálogo con el teatro es de interpelación”. En 2018 integró el elenco departamental con Los guardianes de los tesoros: “Estaba hace tiempo sin actuar y pasé de cero al cien en un segundo”.
De esa etapa le queda una certeza sobre el ecosistema cultural: el teatro necesita cimientos que exceden a las compañías y a los edificios. Hoy actúa en el grupo Pandora, al que llegó invitada por Jorge Molina y, además, es profesora de literatura.
Del escenario a las páginas: la literatura como refugio
La literatura —su oficio— aparece también como refugio. Ella vuelve a la pandemia para explicarlo: “Parece que fue ayer… Nos salvó la medicina, pero también nos salvó la ficción: series, películas, documentales, libros”. De ahí la diversión de leer en sábado: no es una obligación curricular, sino un descanso activo que puede competir con cualquier maratón de series cuando se encuentra la puerta de entrada adecuada.
El libro como puente: confianza antes que canon
En el aula, su método empieza por la persona antes que por el canon. “Lo primero es vincularte desde lo humano”, explica. “La literatura surge como una necesidad de buscar una identidad”.
La pregunta incómoda llega sola: ¿un gran libro se impone por su propia fuerza? La respuesta de Mariana es tajante: “No”. Y precisa: “La forma de acercar a los estudiantes a la obra es a través de la confianza que vos puedas darles en sí mismos”. El libro es puente; el cruce lo hace la confianza.
Ese enfoque discute la épica individualista del artista. “Desde el teatro somos una maquinaria, una actividad total y absolutamente colectiva donde uno depende del compañero”, sostiene. También observa el clima de época: una fuerte “era de las series” que convive con la intolerancia y propone una definición que expone una insuficiencia de estos tiempos: “No es únicamente ponerse en el lugar del otro: es entenderlo desde su biografía”.
De Kafka a Mary Shelley: encontrar el género justo para leer un sábado
Cuando la charla aterriza en recomendaciones, ella evita listas rígidas y propone un método. Primero, detectar afinidades: ¿qué series te gustan?, ¿qué atmósferas te atrapan? Después, ofrecer la puerta justa.
“A todos nos gusta leer, solo que tenemos que encontrar cuál es el género con el que más nos identificamos”, asegura y se permite una consigna que condensa el programa: “Necesitamos un Netflix literario”.
Los nombres propios aparecen como estaciones de un mapa personal. Del lado de los “clásicos vivos” se confiesa kafkiana: “Es el hombre de hoy, por siempre: todo es Kafka”.

En el plano latinoamericano asiente ante Juan Rulfo y el inolvidable Pedro Páramo. Y cuando mira la estantería contemporánea se detiene en autoras: Mariana Enríquez, con su gótico de atmósferas y Nuestra parte de noche como hito, y Asa Larsson, con su saga policial del Círculo Polar.
Su “libro vedette” confirma esa ética de las mezclas: Frankenstein de Mary Shelley. Y lo cuenta con brillo de admiración: una joven de 1818 que, partiendo del gótico, encendió sin saberlo la mecha de la ciencia ficción cien años antes del apogeo de este género.

En esa novela conviven géneros y aparece un tema que sigue interpelando: la criatura sin nombre como espejo de identidad. Por eso su lectura actualiza el símbolo: “Frankenstein es la vida artificial, es la inteligencia artificial de alguna manera”.
Que el sábado no te encuentre sin un libro
La lectura nos renueva, es tan solo encontrar el género que te capture. La puerta puede estar en cualquier parte, como decía un escritor: hay que dejar libros por todas partes y esperar que alguien los encuentre y suceda el milagro.
María Ana bien lo sabe: leer los sábados es divertido. Porque en el centro de esa diversión no hay ruido ni apuro, hay una conversación íntima que la lleva, una y otra vez, a donde todo vuelve a comenzar.
La semana que viene la seguimos, y ya sabés, queda en el 32, pero no es 34; es la 33.









