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viernes, septiembre 12, 2025
Columnas De Opinión
Dr. Ignacio Supparo
Dr. Ignacio Supparo
Ignacio Supparo Teixeira nace en Salto, URUGUAY, en 1979. Se graduó en la carrera de Ciencias Sociales y Derecho (abogado) en el año 2005 en la Universidad de la República. Sus experiencias personales y profesionales han influido profundamente en su obra, y esto se refleja en el análisis crítico de las cuestiones diarias, con un enfoque particular en el Estado y en el sistema político en general, como forma de tener una mejor sociedad.

LA VIOLENCIA NO TIENE GENERO

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Los estudios muestran de forma consistente que la violencia física en las parejas es bidireccional, con tasas similares de perpetración en hombres y mujeres.

John Archer

El mito del feminismo radical

Un nuevo crimen aberrante conmociona al Uruguay: un padre asesinó a sus dos hijos y luego se quitó la vida. La reacción fue inmediata y previsible. Desde el feminismo radical se alzó el mismo libreto de siempre: “violencia vicaria”, “el patriarcado asesino”, “el hombre violento por naturaleza”.

Cada tragedia se convierte en excusa para repetir un discurso que demoniza a todos los hombres, instalando la idea de que son culpables por definición.

Pero hay un problema: ese relato es una mentira. Y lo más grave es que, en nombre de esa mentira, se está sembrando odio, división y discriminación contra millones de hombres de bien, padres honestos y trabajadores que nada tienen que ver con esos crímenes.

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En lo que va de 2025, Uruguay ha sido testigo de una serie de tragedias familiares que golpearon a la sociedad:

  • En septiembre, un padre secuestró a sus dos hijos de 2 y 6 años y los arrojó al arroyo Don Esteban, quitándoles la vida y suicidándose después.
  • En agosto, un hombre asesinó a su hija de 12 años en Maldonado y luego se quitó la vida.
  • En febrero, un joven de 19 años fue acuchillado por su propio padre.
  • Y en junio, una madre fue imputada tras la muerte de su bebé de nueve meses y las graves heridas de su melliza.

Estos casos muestran algo que el feminismo radical calla: la violencia intrafamiliar no es patrimonio de un sexo. También hay madres que asesinan a sus hijos. También hay mujeres que cometen atrocidades. El horror tiene muchos rostros, y negarlo es manipular la realidad. 

No se trata solo de casos recientes. El informe “Los homicidios de niños, niñas y adolescentes en Uruguay 2012-2018”, elaborado por UNICEF, revela datos que incomodan al relato ideológico:

  • Entre los homicidios de niños de 0 a 5 años, las madres fueron autoras en 10 casos, los padres en solo 3, y las parejas o exparejas de la madre en 8.
  • Entre los homicidios de niños de 6 a 12 años, madres y padres aparecen empatados: 3 casos cada uno.

La conclusión es clara: las madres aparecen más veces como autoras que los padres en la primera infancia. Esto lo dice UNICEF, no una opinión.

Lo que muestran los datos en Uruguay coincide con lo que confirman las investigaciones más serias a nivel internacional:

  • John Archer (2000, Psychological Bulletin): en un metaanálisis de más de 80 estudios, concluyó que las mujeres son tan propensas como los hombres a ejercer violencia física en relaciones íntimas, y que gran parte de esta violencia es bidireccional.
  • Murray Straus (Conflict Tactics Scale): múltiples estudios en EE. UU. y otros países demostraron que hombres y mujeres ejercen violencia en proporciones similares.
  • Machado et al. (2024, revisión sistemática): al analizar 42 estudios recientes, encontró que la forma más común de violencia en pareja es la bidireccional, con agresiones mutuas en más de la mitad de los casos.

Es decir: la violencia no tiene género. Es bidireccional. Y la ciencia lo viene diciendo desde hace décadas.

El fanatismo siempre se alimenta de lo mismo: generalizaciones, estigmatizaciones y discriminaciones colectivas. Así operaron los regímenes más oscuros de la historia: fascismo, nazismo y comunismo, que persiguieron y destruyeron pueblos enteros en nombre de ideologías.

Hoy, el feminismo radical repite ese patrón, instalando un relato que señala a todos los hombres como culpables por naturaleza, que destruye la presunción de inocencia y que convierte la discriminación en norma.

La complicidad de los medios de comunicación en este engaño es escandalosa. Cuando el agresor es un hombre, los titulares no dudan en etiquetar con frases como “padre asesino”, “violencia vicaria” o “el patriarcado mata”, instalando la idea de que todo el género masculino es culpable. Pero cuando la autora es una mujer, los mismos medios suavizan el hecho: hablan de “problemas de salud mental”, de “madre desesperada” o de una “crisis emocional”. Ese doble rasero manipula la percepción pública, culpando a todos los hombres por los crímenes de algunos y victimizando a las mujeres incluso cuando son victimarias. Lejos de informar con objetividad, los medios se vuelven cómplices de un relato ideológico que divide, estigmatiza y destruye familias.

Yo me pregunto: ¿acaso no quedan periodistas hombres con la valentía suficiente para defender la verdad, aunque les cueste caro? 

Y si no lo hacen por compromiso con la verdad, ¿no deberían al menos defender la dignidad de su propio sexo, hoy estigmatizado y demonizado por un discurso ideológico? ¿Tan sometidos están a los intereses del feminismo radical y de la industria del género que prefieren callar antes que confrontar la mentira?  El silencio de los periodistas varones no solo es cobardía: es complicidad con un sistema que criminaliza a los hombres y destruye la familia y sus hijos. Una agenda de odio que amenaza la convivencia social, debilita a las familias y deja a los niños aún más expuestos.

Como padre y como ciudadano, no puedo aceptar que se nos diga que la violencia tiene un solo rostro. Hechos recientes – y de toda la vida – muestran madres y padres capaces de actos atroces porque la única verdad es que la violencia atraviesa a ambos sexos.

El feminismo radical, con su discurso sesgado, no busca proteger a los niños: busca generar odio, manipular y dividir. Y el precio lo pagan los más inocentes.

Lo que necesitamos es verdad, no consignas. Justicia, no ideología. Unión, no división. Porque si algo debe quedarnos claro, es esto: 

La violencia no tiene género. Y mientras sigamos negándolo, seguiremos condenando a nuestra sociedad al odio y al dolor.

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