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miércoles, agosto 20, 2025

La última caja

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Diario EL PUEBLO digital
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Benjamin mira con asombro una caja olvidada; es la última que le falta ordenar en su nueva casa. Se detiene frente a ella y no logra descifrar qué contiene, no está etiquetada como el resto. No es una caja linda: el cartón está gastado, las esquinas blandas y las cintas que la envuelven apenas despegadas.

La abre y, tras el aroma a humedad y nostalgia, se asoma un frasco de vidrio lleno de bolitas, algunas de colores brillantes y otras transparentes con líneas en el centro. Benjamin sonríe. —Cuida las lecheras, Gurí, que valen oro —recuerda la voz de su abuelo. Jugaban en la calle y, si caían en la cuneta con agua, igual había que rescatarlas.

Debajo, una muñeca de trapo, pelo desordenado y mirada indescifrable; el vestido floreado era lo más agradable. Recuerda a su madre: —Yo me sentaba con ella en el patio, hasta mate le daba. En su dedo índice enreda un yoyo de madera, pesado y con marcas en los bordes.

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—Mirá cómo baja y sube —recuerda a su tío, que le enseñó a hacer la vuelta al mundo. Él la hacía en los recreos y los gurises miraban; esa era la medalla de oro. Casi al fondo, una caja con un mazo de cartas, con las esquinas dobladas, listas para jugar al truco.

—Quiero, vale cuatro —suena el eco de la voz de su padre en los asados de domingo. Casi al final encuentra su autito azul, sin una rueda, un poco despintado; las patas de la mesa eran su pista favorita. Y llega al final: un trompo, de una sorpresita de algún cumpleaños; una figurita de Forlán, del Mundial Sudáfrica 2010 y ese superhéroe con capa de tela que parece mirar todo esto con curiosidad.

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Benjamin cierra la caja. No es de nadie y a la vez es de todos: cada objeto es de un niño distinto, con su propio barrio, su propia historia y las miles de formas de jugar y crear mundos.

La infancia no se pierde, se guarda; a veces en el fondo de la memoria y otras en el fondo de un placar, y basta un ratito para volver a ser “guri”, “botija”, “niño” o como nos hayan llamado cuando creíamos que el mundo entero cabía en el recreo.

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