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miércoles, 9 de abril de 2025
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La historia de los nombres

Diario EL PUEBLO digital
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Para rastrear los orígenes de los nombres podríamos pensar en tiempos bíblicos. Y podríamos pensar en aquel Dios creador a través de la palabra, el que «nombraba» las cosas y estas pasaban a existir.
Claro está que un nombre puede ser arbitrario o ser «arquetipo de la cosa», como afirmara Platón.
Dicho de otra manera: Platón plantea que en la esencia de las cosas hay «algo» que determina que se llamen de esa manera y no de otra; contrariamente, arbitrario es el nombre que llevan las cosas simplemente porque alguien así (arbitrariamente) lo quiso e impuso.


Los nombres Adán y Eva responden justamente a lo que mucho tiempo después sostuviera Platón.
¿Por qué? Porque «Adán» fue el primer hombre sobre la tierra, y su nombre significa indistintamente «hombre» o «tierra»; y porque «Eva», la primera mujer, hizo posible la continuación de la vida, y su nombre significa «vida» o «respiro» (de hecho en la Biblia, vida y respiración aparecen en permanente vínculo).
Pero en definitiva, bien se podría decir que comúnmente coexisten ambas modalidades: la del arquetipo o modelo del que se desprende naturalmente el nombre, y la de arbitrariedad.


Esto es, alguien puede llamarse Juan porque es hijo de otro Juan (hay un arquetipo o modelo que se mita), o simplemente por mera ocurrencia y gusto de sus primogénitos. Pero veamos también un jemplo que tenemos muy a mano y en el que se unen ambas teorías: este diario se llama «El Pueblo» porque lguna vez a alguien se le ocurrió tal nombre; pero al mismo tiempo, porque hay algo en su esencia que eñala que es el diario «del pueblo».


Volvamos a los nombres de personas y a la historia remota.
Parece estar claro que primero surgieron los nombres, y después, por necesidad, los apellidos. Los apellidos surgieron cuando se empezaron a repetir los nombres y hubo necesidad de diferenciar a un Juan de otro Juan, a una María de otra María. Entonces se apeló a los topónimos (palabras que indican ugar de origen): Juan el que vivía en la montaña, pasó a ser «Juan Montaña»; María, la que habitaba cerca de un valle pasó a ser «María del Valle».

Además de los topónimos, comenzaron a utilizarse, a modo de pellido, palabras vinculadas a su oficio, a un rasgo físico, etc., palabras que por supuesto fueron con el iempo cambiando. Y evidentemente, los apellidos fueron después tomando carácter más genérico, ya no ara identificar a un individuo sino a un grupo familiar, lo que llevó asimsimo a que adquirieran la condición de hereditarios. Pero esa misma característica de ser una cuestión de herencia, se ha dado aunque no legalmente, claro) con los nombres, y es así que se encuentran familias con nombres que se repiten a lo largo de varias generaciones, casi a modo de patrimonio (sobre todo si son nombres “raros”).


Vale observar que en la antigüedad, no existían los apellidos, bastaba con el nombre.
Tomemos otra vez la Biblia como ejemplo: a los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento se les conocía por su nombre:
Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. No había tal cosa como Abraham Pérez, Mateo Delgado o José García. (Cuidado: Iscariote no era el apellido del traidor Judas, ni Tadeo el del santo; eran sobrenombres, apodos).

Hay quienes dicen, y es un aporte valioso para esta historia, o curioso al menos, que en algunas oportunidades, en diversas ocasiones y lugares del mundo, hubo propuestas para que en el bautismo de un niño, o en su correspondiennte ceremonia civil, no se utilizara ningún nombre, tan solo el apellido y un número (que señalaría qué hijo de ese matrimonio es), por ejemplo «González 1», «Fernández 3», «López 2», etc.
Esto, pensando en dar la posibilidad a la criatura que sea ella misma la que, una vez desarrollado plenamente su raciocinio, eligiese su propio nombre y con él sustituyera al número que le había sido asignado al nacer. Pues bien, esto es menos disparatado de lo que podría pensarse, ya que, salvando diferencias, aquí en Salto hubo un famoso médico de Villa Constitución, el Dr. Lucas, que a sus hijos llamó Primero, Segundo, Tercero… Actualemente, Kintto Lucas, es decir el quinto hijo de aquel recordado médico, es un destacado escritor y diplomático radicado en Ecuador desde hace muchos años.

En definitiva, sea como sea que se haya elegido el nombre de una persona, este pasa a ser un atributo de su ser. Y obviamente, cuando más crece una población, más se repiten nombres y apellidos, aunque también existen para tales efectos los «neologismos», es decir las palabras inventadas que, a veces, pasan a instalarse de tal forma en una sociedad que se fijan para siempre.

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