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sábado, noviembre 29, 2025
Columnas De Opinión
Gustavo Boksar Cámpora
Gustavo Boksar Cámporahttps://elpueblodigital.uy
Director de la 3ra época de Diario EL PUEBLO, responsable de desarrollo informático en el Instituto Nacional de Donación y Trasplantes de Células, Tejidos y Órganos de Uruguay. Profesional independiente en el área de las tecnologías de la Información y especialización en servicios web con seguridad avanzada para documentación electrónica.

La falsa ilusión de ser indispensables

La falsa ilusión de ser indispensables

En el ámbito municipal, como en cualquier otra organización, existe una tentación recurrente: la de creer que uno es indispensable. Es una percepción que a menudo se instala en algunos funcionarios, convencidos de que el gobierno local no podría funcionar sin su presencia. Sin embargo, la realidad es clara: las instituciones existían antes de que llegaran y seguirán existiendo cuando ya no estén.

La permanencia del Estado, en cualquiera de sus niveles, no depende de nombres ni de cargos específicos, sino de la continuidad institucional. El error surge cuando se confunde el valor del trabajo bien hecho con la autoimportancia. Ser empleado público, lejos de otorgar un título de eternidad, es una responsabilidad que se justifica en los hechos y en los resultados.

Un funcionario se vuelve realmente indispensable, no porque se lo crea, sino porque su labor aporta soluciones, mejora procesos y genera confianza en la ciudadanía. Esa diferencia entre la auto percepción y la utilidad concreta es la línea que separa la soberbia de la verdadera vocación de servicio.

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Este fenómeno, claro está, no es exclusivo del funcionariado municipal. Se repite en todas las áreas laborales: en empresas privadas, en organizaciones sociales, en la política. Quien se siente imprescindible suele terminar siendo rehén de su propio ego, alejándose de la humildad que exige el trabajo colectivo. Al final del día, ninguna persona es insustituible; lo que perdura es la calidad del esfuerzo y la huella que deja en los demás.

Además, hay un riesgo mayor: esa sensación de centralidad es terreno fértil para ser manipulado. Existen actores que saben aprovechar esa vanidad para movilizar, presionar o generar conflictos que, en el fondo, no responden a los intereses de los trabajadores, sino a objetivos políticos o personales de terceros. La “manija” funciona precisamente sobre quienes confunden el protagonismo con la importancia.

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Reflexionar sobre esto es fundamental. La humildad no significa resignarse ni bajar la cabeza, sino entender que lo que da valor a un empleo es la dedicación, la honestidad y la capacidad de mejorar el entorno. Aportar, construir y mantenerse fuera de los juegos de poder ajenos es la mejor manera de evitar ser utilizados.

Un gobierno se sostiene en el tiempo porque se adapta, porque cuenta con instituciones que trascienden a las personas. Y lo mismo vale para cualquier organización. Ser conscientes de ello debería invitarnos a dejar de lado la ilusión de ser indispensables, y en su lugar, abrazar la certeza de que lo único que realmente importa es el trabajo bien hecho.

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