En la nota anterior, describíamos la importancia de incorporar la dinámica permanente del tiempo, en la consideración de las decisiones a largo plazo.
El tiempo es fungible, “se gasta” aunque no se lo utilice en nada. Las cosas también se gastan más lentamente; los autos envejecen, nosotros envejecemos, los pavimentos envejecen, se deterioran, como es ostensible en nuestras calles después de veinte años de despilfarro.
Pero, si se va a elevar por encima de la cota #15 el puente de calle Sarandí sobre el arroyo Ceibal, nada impide financiar la obra a veinte años, porque si se construye bien, su duración excederá largamente el medio siglo.
Idéntico criterio puede aplicarse a los necesarios viaductos a cota #15 en Calle Zorrilla y 19 de Abril, y en Joaquín Suárez y Agraciada, para impedir el aislamiento por inundación de la zona noroeste de la ciudad, que hace años se reclaman.
Diferente es la compra de maquinaria o vehículos, que en diez años estarán a punto de chatarra; o los pavimentos asfálticos, que con los calores del verano salteño son de dudosa duración, y no hablemos de pagar sueldos, que a los treinta días hay que volver a pagarlos.
Resumiendo: el plazo de la financiación debe estar acorde a la duración de lo que se va a pagar con ella; no es cuestión que, dentro de 10 años, las maquinas vehículos y obras realizadas se habrán “gastado”, pero se debe seguir pagándolos por diez años más.





