La restricción del voto individual en pos de una obediencia idéntica, bajo la amenaza de sanciones, quebranta el ideal discursivo y participativo de la función pública, que supone el ejercicio libre y responsable del mandato popular.
El episodio en la Junta Departamental de Salto puso en evidencia, nuevamente, este viejo duelo entre obediencia y libertad. En una maniobra política para aprobar un fideicomiso que, con el maquillaje de “línea de crédito a largo plazo”, implica un endeudamiento real al servicio del Ejecutivo, el oficialismo necesitaba sumar votos de la oposición para alcanzar la mayoría. La coalición republicana, compuesta por 18 ediles, junto con al menos tres del Frente Amplio, logró el pase gracias a cuatro votos opositores, detonando la ira furibunda en las barras.
Lo que siguió fue un espectáculo grotesco: insultos y gritos contra aquellos ediles que se atrevieron a disentir, acusados de traicionar una disciplina partidaria que debe mantenerse por sobre la libertad de conciencia y el deber de representación. Mientras tanto, la democracia, esa gran promesa, quedaba reducida a un teatro en el que voces independientes son silenciadas y la disidencia debe pagar penitencia.
Un representante del Frente Amplio admitió que los ediles deben respetar la disciplina y asumir las consecuencias, como si simplemente fueran soldados de un partido y no representantes electos que deben responder a sus votantes y su conciencia. Esto es, sin duda, una reducción burda de la función pública a la mera obediencia ciega, negando la pluralidad que debería ser columna vertebral del proceso legislativo.
La función pública es un ejercicio complejo que demanda pensamiento crítico, deliberación independiente y, sobre todo, valentía para enfrentarse a los propios sectores cuando la causa lo exige.
La verdadera democracia no se edifica sobre la disciplinaria sumisión, sino sobre la diversidad activa y el debate libre. La institución jurídica que representa la justicia persigue ese equilibrio, aunque la política muchas veces se empeñe en desdibujarlo.
Para cerrar, una paradoja: en el teatro político, los actores principales no siempre son los que tienen el guion. A veces, los verdaderos protagonistas son aquellos que se atreven a romper la disciplina, a disentir, a poner en riesgo su asiento para defender una voz propia.
Hasta la próxima semana.





