Por Germán Milich Escanellas
Me acuerdo de que, a los 2 años, tuve una discusión con mis padres y armé mi mochila, puse un paquete de galletitas, un autito de colección, una botella con agua y salí por 19 de abril, caminé 10 metros hasta la esquina, en la panadería La Neutral, y como no sabía cruzar la calle tuve que claudicar y volver masticando rebeldía.
Pero antes de entrar me quedé sentado en el zaguán hasta las 9 de la noche planificando mi huida. 16 años después me animé a cruzar y no me vieron más ni la sombra. Salto, te abandoné; lo confieso.
Por eso, tengo ganas de escribirte la mejor carta de amor, la que nunca te escribí, la que te quedé debiendo, la que solo es posible acuñar con ausencias y distancias.
Me fui sin despedirme, impelido por un impulso, di un portazo y salí, me fui de mi puerta cancel, de mi zaguán, de mi 19 de abril, de mi Plaza de Deportes, de mí.
A veces nosotros, los hombres, los estúpidos hombres, los violentos hombres, resolvemos todo con portazos, como queriendo cerrar a la fuerza un desengaño, jugarlo al todo o nada, de aquel lado quedaste vos, de este quedé yo y en el medio la puerta cerrada.
Y hoy te escribo porque por primera vez creo las palabras que nunca pronuncié, siempre quise decirlo y nunca lo dije porque pensé que lo sabías, es la tonta tentación de la telepatía, del adiviná mi pensamiento, entender quién soy, mientras que era yo el que nunca te entendía.
Mi Salto, mi amor, mi distancia, mi quimera, mi jardín escondido, mi primer beso, mi olor a pasto mojado, mi invierno con escarcha, mi verano con río, mi ciudad, mi nacimiento, mi destino, mi paraíso perdido.
Me fui, pero no era a vos que abandonaba ni siquiera a mí mismo, abandonaba una pena, un sinsabor, una falta de cielo, una energía densa y agobiante que en tus calles me oprimía, una pastosa apatía inapetente que lentamente me calcificaba el alma, un pensamiento arcaico, una siesta sin ruido.
Yo era tan joven y vos estabas dormida que aproveché la puerta abierta para escaparme de una jaula vacía, y anduve tanto campo cabalgando lejanías hasta entender que el tiempo es una celda y sus barrotes son días.
Me fui y vos bien sabías que no me podía quedar, al partir te prometí nunca te voy a olvidar. Soy un árbol peregrino que aprendió a levitar, fui germinado en las nubes y mi raíz es volar. Por eso te escribo hoy desde una patria que no es mía, ni triste ni arrepentido, la historia todo lo junta en su textura de ayeres mezclando nuestro relato de ganares y perderes.
Te escribo porque hoy es día de escribirte y nada más, entendí que el caminante que vive en su caminar, puede cambiar geografías siempre en el mismo lugar. Te escribo porque mi amor por vos es lo único real y a veces pienso que todo no es más que un sueño del cual voy a despertar, de nuevo tengo 2 años, son las 9 de la noche y aún estoy en el zaguán.