No es un final, es un nuevo inicio.
Obispo Arturo Fajardo
“El recuerdo agradecido de los que estuvieron antes que nosotros”

EL PUEBLO consultó la palabra de Monseñor Arturo Fajardo, Obispo de la Diócesis de Salto, ante la llegada de un nuevo 2 de Noviembre.
– Monseñor, se nos viene el 2 de noviembre, ¿pero no hay 2 de noviembre sin el 1 de noviembre para la Iglesia?
– Son dos fechas que están profundamente ligadas, la santidad, que es la fiesta de la luz y de la vida. Recordamos los santos, ¿qué son los santos? Son amigos de Dios, nada más. Cuando recordamos a algunos santos que son especialmente queridos, como San Francisco, San Agustín, la madre Teresa de Calcuta, ahora este muchacho Carlo Acutis. Pero también recordamos a todos los santos, los que sin nombre, porque la Iglesia propone a algunos como modelos, intercesores, amigos, pero seguramente, como decía el Papa Francisco, está el santo de la puerta de al lado, ese que vivió lo ordinario de modo extraordinario, que eso es la santidad, vivir lo ordinario, las dificultades, las pruebas, los conflictos de modo extraordinario, por eso también los recordamos.
Después, unido a eso, desde el siglo IV se celebra, y después en el siglo XIII, para toda la Iglesia Universal, el Día de Todos los Fieles Difuntos, que es como recordar a aquellos que de alguna forma están en nuestras raíces, los que hicieron lo que somos. Mis padres, mis amigos, los que ya no están. Es un día de recuerdo y de oración. Sobre todo la Iglesia siempre ha recomendado la oración por los difuntos para que puedan participar plenamente de la gloria de Dios.
– ¿La muerte es un final o es un comienzo?
– Hay una comparación linda de un monje que trabajó mucho con la Landriscina, Menapace, que él decía que la muerte era un nuevo parto, que cuando nacimos, nos estaban esperando, salimos de lo calentito del vientre de nuestra madre y sin embargo afuera nos estaban esperando, y dice la muerte va a ser un nuevo parto que también tiene su clave de dolor, sin duda, pero que nos estaban esperando nuestros familiares, nuestros amigos y alentándonos a dar ese paso. Entonces, él decía, vive de tal manera que cuando tú naciste, tú lloraste y todos rieron. Vive de tal manera que el día que tú te mueras, todos lloren y tú te rías. Esa me parece que es lo lindo de todo esto.
He recordado al concilio, por ejemplo, que habla de que es el máximo enigma de la vida humana porque sabemos que es lo que nos toca. Y que el hombre sufre el dolor por la disolución progresiva de su cuerpo y que lo vive como dificultad. Pero la fe cristiana está basada en la certeza de que la muerte no es lo definitivo, es un paso hacia la vida y hacia la luz. Si no, sería un fracaso tan grande. También pienso, tantos esfuerzos, tantas luchas, tantas realidades que la gente vive para mejorar el mundo, si todo termina con la muerte y solo termina ahí como una realidad más incluso de la fe cristiana de que no puede ser así. El centro de la fe cristiana es la certeza de que en la muerte de Jesús fue vencida nuestra muerte y que de alguna manera los santos interceden por nosotros y nosotros rezamos por los difuntos en ese misterio que es la comunión de los santos, que llamamos en la iglesia. Creo en la vida eterna, el credo de la Iglesia Católica dice creo en la vida eterna.
– ¿Esto es un poco también el consuelo para la familia cuando pierde un familiar de que, como se dice comúnmente, pasó a mejor vida?
– Creemos que sí. Me cuesta mucho cuando hay una pérdida decir palabras, el mismo Jesús lloró ante la muerte de Lázaro, de su amigo. La muerte siempre es un desgarrón y muchas veces, sobre todo cuando muere una persona joven en un accidente, no encuentro palabras, sino esa certeza. Siempre digo, y le recomiendo a los curas que se atengan al ritual que ya dice de por sí. El prefacio de la misa de difuntos dice, al deshacerse nuestra morada terrenal, tú preparas una casa eterna en el cielo. Menapace, que tenía muchas imágenes, decía que es como un rancho de barro que se va deshaciendo. Todos sentimos que a lo largo de la vida nos vamos poniendo más viejos y vamos perdiendo el pelo y las cosas. Pero la certeza que el Señor prepara una morada eterna en el cielo.
Y después me acordaba de las coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique, que son muy lindas. Dice, recuerda el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte tan callando. Como presto se va el placer, como después de acordado da dolor, como a nuestro parecer todo tiempo pasado fue mejor. Y después él dice, nuestra vida son los ríos que van al mar que es el morir. Luego hay otra cantidad de versos donde dice que la muerte es la gran igualadora, que ahí llegados son iguales los que viven con sus manos que los ricos. En ese sentido, también frente a la muerte, como decía el Papa Francisco, ningún ataúd tiene bolsillo. Entonces nos deja a todos iguales.
– ¿Cuál sería su mensaje para este 2 de Noviembre?
– Uno es el recuerdo y agradecido de los que estuvieron antes que nosotros, nuestros familiares, mis padres, mis educadores, aquellos que me hicieron lo que soy. Le debo tanto a tanta gente que hoy ya no está. Y lo segundo, es la oración por ellos, para que puedan participar plenamente. La misa es el lugar del consuelo, de la luz y de la paz. Y después también la esperanza, que es propio del cristiano. El Papa Benedicto tiene una afirmación muy linda que me gusta. Dice que desde la meta se entiende el camino. Cuando uno quiere llegar a la meta, las dificultades del camino las enfrenta distinto si uno espera la llegada, porque sabe que lo están esperando, como cuando uno viene de un viaje largo y te están esperando con un buen mate, te están esperando para compartir la vida. Esa es la mirada cristiana, llena de esperanza y de confianza. Lo que no quiere decir, y yo lo he vivido también con el sufrimiento y el desgarramiento que supone la pérdida de un ser querido, que tenemos que respetar y hacer el duelo. En esto hay que hacer el duelo y hay que normalizar la muerte porque creo que también hoy a veces se oculta la muerte. Se oculta porque antes se moría en la familia, rodeado de los afectos de los amigos y muchas veces en el CTI, solo. La medicina ha ayudado, pero también de alguna manera, entre comillas, ha quitado la normalidad de una realidad que es lo más seguro que tenemos.









