No es un final, es un nuevo inicio.
José Buslón – Historiador
Día de los Muertos: la sensibilidad que vence al olvido

Un nuevo 2 de noviembre abre la interrogante de por qué, para qué y cómo se celebra una fecha que contiene una profunda connotación religiosa y espiritual.
La muerte, como epicentro de esta peculiar celebración, encierra tradiciones, culturas y rituales específicas muchas veces incomprendidas.
El Prof. José Buslón, historiador y reconocido investigador, explica lo mencionado, con base en profundos estudios al respecto.
MÁS QUE EL FINAL
La muerte, lejos de ser solo un final, ha sido para las distintas culturas un momento de encuentro con lo espiritual. Desde las antiguas necrópolis hasta los cementerios modernos, las sociedades buscaron mantener un vínculo con sus difuntos a través de rituales, símbolos y memorias colectivas. En América Latina, esa sensibilidad tiene raíces profundas: el Día de los Muertos expresa una forma de relación con la muerte que combina tradición, afecto y creencia en la trascendencia. Tal como señala José Pedro Barrán, la sensibilidad “bárbara” del siglo XIX entendía la muerte como un hecho compartido, cargado de emoción y comunidad. En esa línea, la conmemoración de los muertos revela una espiritualidad viva, donde recordar es también mantener presente a quienes partieron.
LOS ENTERRAMIENTOS
Los enterramientos de los difuntos se realizan desde tiempos prehistóricos. Los primeros registros datan del Paleolítico Medio, hace unos 100.000 años, con el Homo neanderthal.
Estos entierros ya mostraban cierta intencionalidad simbólica: los cuerpos eran colocados en fosas, a veces acompañados de objetos, flores o pigmentos (como ocre rojo), lo que sugiere una conciencia de la muerte y quizá una creencia en algún tipo de vida después de ella.
Más tarde, en el Neolítico, las prácticas funerarias se volvieron más complejas, con tumbas colectivas, dólmenes y túmulos que, además de cumplir una función religiosa o espiritual, marcaban el territorio y la memoria del grupo. Así se distinguía el espacio de los vivos del de los muertos, y los objetos utilizados en los rituales funerarios adquirían un carácter sagrado, reservado a estas prácticas. De este modo, se fue consolidando lo que podríamos denominar una cultura de la muerte.
NUESTRA CULTURA
Nuestro occidente judeocristiano es heredero de una cultura sincrética de la muerte, una amalgama de sensibilidades, percepciones y prácticas que surgen de los aportes de las civilizaciones babilónica, egipcia y grecorromana. También es cierto que hemos incorporado elementos de los pueblos originarios de América, aunque, en el área rioplatense, de la que formamos parte, nunca llegamos a comprender plenamente las prácticas rituales ni las filosofías que las inspiraban.
Con el transcurrir del tiempo, los lugares de enterramiento fueron variando, dependiendo del credo practicado y del sitio donde se establecían los grupos sociales.
CONMEMORACIÓN ESPIRITUAL
El Día de los Difuntos, celebrado cada 2 de noviembre, es una jornada dedicada a recordar y honrar a quienes han partido. Su origen se remonta al año 998, cuando los monjes de Cluny instauraron una fecha especial para rezar por las almas del purgatorio, tradición que luego adoptó la Iglesia Católica en todo el mundo. Con el tiempo, esta conmemoración se transformó en una expresión de fe, memoria y afecto, donde el recuerdo de los muertos reafirma el valor espiritual de la vida y la permanencia del lazo entre los vivos y sus ancestros.
Para comprender la espiritualidad que emana de la muerte, es preciso preguntarnos primero cómo se la concibió a lo largo del tiempo.
En la historia occidental, la muerte ha sido interpretada de maneras muy distintas según las creencias y sensibilidades de cada época. En la visión cristiana, representa el paso hacia la vida eterna, donde el alma alcanza su destino espiritual. Con la modernidad racionalista, se la entiende como un hecho biológico inevitable, sin dimensión trascendente. Durante el Romanticismo, en cambio, se la mira con emoción y belleza, como un retorno a la naturaleza o una unión poética con el todo. Los existencialistas la consideran parte esencial de la condición humana: el límite que da sentido a la existencia. Finalmente, en la sociedad contemporánea, la muerte suele ocultarse y medicalizarse, convertida en un tabú más que en un momento de reflexión colectiva.
Esa visión contemporánea influye profundamente en la espiritualidad y las prácticas conmemorativas actuales. Al volverse la muerte un tema tabú, se reduce el espacio social para el duelo y la expresión simbólica del dolor. La espiritualidad se vuelve más íntima y silenciosa, centrada en recuerdos personales más que en rituales colectivos. Sin embargo, esta misma ausencia de lo comunitario ha generado, como respuesta, un renacer de ceremonias alternativas, homenajes personalizados y celebraciones como el Día de los Muertos, que buscan reconciliar a los vivos con la memoria de los ausentes y devolverle sentido espiritual al acto de recordar.
LOS RITUALES
Las prácticas rituales actuales tienden a negar la muerte. El tiempo de duelo en las casas velatorias se ha reducido, y son muy pocos los que permanecen durante la noche. Algunas familias optan por la cremación, y otras por enterramientos en cementerios parque, donde el cuerpo no pasa por el momento de la reducción, ese último reencuentro con el familiar o amigo ahora reducido a restos óseos, que genera un impacto profundo al confrontar lo que ya no es.
Estas prácticas evasivas, no siempre plenamente internalizadas, no fueron siempre así. En otros tiempos, desde los orígenes de nuestro país y hasta fines del siglo XIX, la muerte era concebida como un hecho visible, social y profundamente sentido. Las personas convivían con ella sin temor ni ocultamiento: el cuerpo del difunto se velaba en la casa, rodeado de familiares, vecinos y rezos. El dolor se manifestaba de manera intensa y pública, a través de llantos, cantos y rituales religiosos que reforzaban los lazos comunitarios. Para Barrán, esta actitud expresaba una espiritualidad cercana y corporal, en la que la muerte no separaba, sino que unía a los vivos en torno al recuerdo y la fe.
Las prácticas descritas tienen su correlato en situaciones de la vida cotidiana, y nuestra ciudad no es ajena a esa interrelación. El mercado de la muerte tenía sus productos a consideración del público: en la intersección de las calles Uruguay y Joaquín Suárez, José Verdemiró, luthier devenido en carpintero funerario, organizaba velorios en la vereda. Para ello contrataba actores, desde lloronas hasta el propio difunto, y así promocionaba, de una forma muy real, las virtudes de su pompa fúnebre. Esta práctica se mantuvo hasta que las señoras que acudían a misa en la parroquia del Carmen solicitaron a las autoridades policiales que pusieran fin a tales representaciones.
EL 2 DE NOVIEMBRE
Seguramente este 2 de noviembre no se realizará la actuación de la Banda del 4º de Cazadores, que solía amenizar la jornada recordatoria mientras los deudos visitaban los panteones de sus familiares y amigos. Tampoco veremos, quizás, a los vendedores de bebidas alcohólicas, ya que una reciente resolución gubernamental prohíbe su comercialización durante la jornada, a raíz de los incidentes provocados por quienes, bajo los efectos del alcohol, olvidaban el carácter solemne de la conmemoración.
Lo que sí es seguro es que el cementerio contará con una alta concurrencia. Las tumbas y panteones se verán engalanados con flores de las más diversas variedades, mientras los operarios del cementerio estarán atentos a que todo transcurra dentro de lo previsto. Al mejor estilo de guardianes de este rico patrimonio funerario, terminarán la jornada agotados, pero regocijados de haber cumplido. Porque ese es otro elemento actual: quienes trabajan en el camposanto entablan un vínculo con la muerte que los vuelve respetuosos y solemnes.
Quizás porque, entre lápidas, flores y memorias, aprenden que la muerte no es solo ausencia, sino también presencia y continuidad. Cada jornada en el camposanto los acerca al misterio de lo eterno, recordándoles que honrar a quienes partieron es también una forma de celebrar la vida.









