Hoy: dos cuentos de Amalia Zaldúa

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Amalia nace en Tacuarembó pero su vida toda transcurre en Salto. Como maestra ejerció entre 1949 y 1979. Como Profesora de Id. Español en el Liceo Nocturno entre 1959-1966. En el 65 fue primer puesto en el Concurso para las Cátedras de Ed. Musical y Dirección de Coros en el IFD, de Salto. En 1981 obtiene el Primer Premio en el Concurso de Cuentos para Niños organizado por el Instituto Italiano de Cultura y AGADU con su relato Los largos veranos. En 2007 publica el conjunto de relatos Los largos veranos. En 2018 participa del libro colectivo Cuentos y Poemas de Salto. De este último son extraídos los presentes datos y textos que siguen:

EL BANCO

La plaza era el lugar del encuentro diario y el banco frente a la iglesia, el sitio que compartían; en invierno, al mediodía y en verano, al atardecer.

Liliana Castro Automóviles

Mingo y Tulio no se puede decir que fueran amigos; se conocían hacía un buen tiempo porque compartían ese banco de hierro.

La primera vez que se encontraron charlaron de cualquier cosa y sintieron simpatía uno por el otro, tal vez por ser tan diferentes. Mingo vivía frente a la plaza y Tulio unas cuadras más lejos. Uno era alto y delgado, rostro enjuto, cabello canoso, nariz prominente y manos deformadas por la artritis. El otro, gordo, cabeza calva, sonrisa fácil, mirada pícara. Le gustaba ver pasar a las muchachas y hacer algún comentario risueño que Tulio escuchaba sin agregar nada. Los silencios de Tulio eran impenetrables. Mingo nunca pudo saber qué pensaba ese hombre serio y triste con el que todos los días se encontraba

Generalmente Mingo era el primero en llegar. Se entretenía tirando migas a las palomas que merodeaban por allí. Siempre guardaba en el bolsillo una galleta que desmigaba en la plaza. Las palomas ya lo conocían y apenas lo veían aparecer con su andar lento y balanceante volaban hacia él. Un rato después Tulio llegaba, alto y erguido, caminado despacio, casi arrastrando los pies.

-Buen día, amigo- decía invariablemente con voz suave.

-¡Hola! Compañero ¿cómo anda?

-Como puedo, mire. Hoy ando mal de una rodilla que me duele según apoye el pie… Pero ando…

-Lo bien que hace. No hay que aflojar. Si se afloja, los años empiezan a pesarle más. Cuidarse sí, hay que cuidarse pero no hay que dejarse estar. Mi vieja me rezonga porque salgo todos los días y yo le digo: salí vos también. Si seguís así, la casa te va a atrapar…

Tulio se ríe con la charla de Mingo y queda sumergido en su silencio que el otro intenta romper.

-Usted está jubilado ¿y qué hacía antes?

-Soy músico, violinista. Pero ya no toco. Mire mis manos, los dedos están rígidos, apenas puedo doblar la mano. Imposible tocar ese instrumento ni ninguno que requiera agilidad en los dedos.

-Mire usted…jamás lo hubiera imaginado músico…

-¿Y qué creía?

-Me lo hacía hombre de libros, no sé por qué…

-¿Hombre de libros?… ¿Y qué quiere decir?

-Sí, un estudioso que pasa sus días en las bibliotecas.

-Y…algo de eso soy ahora. Mi vida es leer. Cuando no estoy aquí, estoy en eso.

-No me equivoqué entonces.

-¿Y usted qué hacía?

-Hice de todo un poco. Fui albañil, chofer de camión y terminé con un quiosco en una plaza. Tengo hijos grandes, nietos y uno de ellos se metió de cura.

-¿Va usted a la Iglesia? -dijo Tulio mirando las torres que tenía enfrente.

-De vez en cuando. Un día un cura me quiso confesar y yo le dije: Mire Padre, yo no maté ni robé, de lo demás hice todo…Él me miró, se sonrió y dijo: Dios es misericordioso y perdona todo si estás arrepentido…

Tulio rió, sacudió la cabeza y volvió a su silencio mientras una música de violín le recorría la memoria.

RESCOLDO

La casa es grande, luminosa, con dos enormes patios y un jardín cuidado. Ahora están florecidas las glicinas y las azaleas. En el fondo, contra los muros, las madreselvas repletas de flores con su perfume invaden el ambiente. Bancos diseminados entre los canteros están ocupados por los residentes, otros, vacíos, esperan… Voy, con Luciana colgada de mi brazo, caminando a su ritmo, lentamente, tratando de amoldar mis pasos a los suyos, arrastrantes. Nos sentamos cerca de la fuente. El agua desata su murmullo claro, rompiendo este silencio vegetal que nos envuelve.

No he podido lograr que Luciana responda a mis preguntas. Su hosco silencio me entristece. Imposible llegar a su entendimiento. Su frente contraída y sus ojos de mirada dura me conmueven… Ella, tan activa, tan conversadora, tan llena de iniciativas cuando presidía la Comisión en la que yo colaboraba… Me impulsó muchas veces a realizaciones en las que nunca había pensado…Tan cuidadosa de los detalles en todo lo que hacía y hasta de su ropa… No es la misma persona. Su cabello despeinado, mal vestida y esa expresión adusta y contraída, cuando siempre estaba dispuesta a la sonrisa, a la palabra amable, al chiste… No sé si es consciente de su entorno. Me mira sin mirarme. Nada parece quedar de la persona que conocí. Me siento una inútil compañía pero permanezco junto a ella largo rato, a veces en total silencio, otras hablándole de cosas conocidas sin percibir ninguna reacción. Al cabo de una hora o más, me levanto. Ella se prende de mi brazo con fuerza y dice: ¡VOLVÉ!

Me siento nuevamente a la espera de otra palabra. Inútilmente… Fue sólo un rescoldo de conciencia.

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