En pleno corazón de la ciudad, en la esquina de Uruguay y Treinta y Tres, se levanta un puesto que ya es parte del paisaje cotidiano de los salteños. Allí, entre el aroma dulce del maní acaramelado y las sonrisas de quienes se detienen unos minutos a comprar, trabaja Héctor Díaz, vendedor de garrapiñadas desde hace más de 12 años.
Su historia comenzó gracias a su madre, quien supo ganarse a los transeúntes con el mismo producto antes de que él tomara la posta y transformara la venta en un verdadero negocio familiar, que hoy ya va por la segunda generación.
Héctor no solo heredó la tradición, sino también la confianza de sus clientes, que ven en él mucho más que un comerciante: alguien con quien charlar, compartir recuerdos de infancia a través de un sabor, o simplemente encontrar un momento de cercanía en medio de la rutina.
Con el correr de los años, amplió la oferta de su puesto, sumando maní con chocolate, gomitas, malvaviscos y golosinas que despiertan la nostalgia de los más grandes y la alegría de los más chicos.
Pero su vida no se resume únicamente a las garrapiñadas. Fanático del carnaval desde niño, Héctor integra la batería de la Escuela de Samba del barrio Ceibal y, junto a su familia, vive con intensidad cada febrero, cuando las comparsas desfilan por calle Uruguay.
Entre tambores y dulces, combina dos pasiones que se entrelazan en una misma identidad: la de un trabajador que supo construir con esfuerzo, constancia y alegría un oficio que hoy lo sostiene y que, como él mismo afirma, piensa continuar hasta el final.
El protagonista de la historia de vida de hoy es Héctor Díaz, quien es vendedor de garrapiñadas en la esquina de Uruguay y Treinta y Tres.
“Hace más de 12, 13 años que estamos acá en esta esquina emblemática de la ciudad y ya es un negocio de vida, un negocio familiar, que va por la segunda generación.”
¿Te acordás del primer día que comenzaste a vender garrapiñadas?
“Sí, arranca un poquito antes que yo porque acá vendía mi madre. Un tiempo vendió mi madre, después ella siguió con otro negocio y ahí seguí yo. Ya va a hacer unos 15 años de todo esto.”
¿Ese primer día cómo fue?
“Yo trabajaba en otro negocio, trabajaba en la planta que era Caputto por aquellos años, que ahora ya tiene otro nombre. Como allá es zafral, igual que este negocio que es zafral, inicié acá un poquito haciendo frente a la falta de trabajo y seguí yo.
Pero desde el primer momento la gente aceptó bien el negocio, siempre el tema de la garrapiñada en la ciudad fue un buen negocio, que ya había otros, y ya venían de muchos años, gente que trabajaba de esto y que le iba bien.
Y ahí empezó un poquito todo esto de la garrapiñada y esta esquina, que por muchos otros años, antes de que estuviese mi madre con el tema del cine, también hubo otros garrapiñeros acá. Entonces, siempre fue una esquina donde siempre hubo, vamos a decir, garrapiñada, y seguimos el legado.”
¿Recordás cuántas garrapiñadas vendiste el primer día?
“No, ya no, son muchos años y uno se va olvidando las cosas.”
Un día complicado, un día de lluvia, ¿cómo se hace?
“Y por lo general, cuando llueve demasiado no se viene, porque en realidad este es un negocio de al pasar, de gente que pasa y compra. No es tanto un negocio como que vengan de la casa a comprarme garrapiñadas acá, como que no es tanto. Cuando llueve o el día está muy complicado ya no se viene, porque la venta ya no es la misma.”
¿Te dedicás a otra cosa o solamente este es tu trabajo?
“Tengo otros negocios, tengo un minigrill de comidas rápidas que también lo trabajamos como quien dice por temporada, porque también el tema de la comida rápida funciona mejor en verano que en invierno. Entonces, en invierno se abre menos, se abre, pero menos. Se abre tres días a la semana y cuando el negocio de la garrapiñada, que también es zafral, termina en invierno, ahí arrancamos con el otro negocio firme que es el tema del minigrill.”
Además de la garrapiñada, ¿qué más vendés?
“Se vende de todo un poquito. Con el pasar de los años fuimos atendiendo ciertas necesidades de la gente, de los niños que pasaban por acá con sus padres y ahí empezamos a incluir maní con chocolate, maní salado, maní sin sal, golosinas como gomitas azucaradas, confitadas, malvaviscos y un montón de cosas, todo para los niños que a veces el adulto también. Muchas cosas que nosotros traemos les recuerdan a la infancia. Mucha gente grande que también trabaja acá en el centro, y a veces anda acá a la vuelta, se tiene que quedar por el tema del trabajo y, a modo de postre, compra alguna golosina o algo.”
Te hemos visto en el carnaval.
“Sí, el carnaval es otra de las cosas que hace muchos años que lo hago. Empecé con todo el tema del carnaval a los 5 años, ya tengo bastante tiempo de carnaval. Nacido y criado en Bella Unión, de ahí empezó un poquito todo el tema de la pasión sobre el carnaval y a los 17 me vine, me mudé para Salto y ahí empezó todo el tema carnaval de acá de Salto. Un tiempo formamos nuestra escuela de samba con nuestra familia, a quien lo recuerde, Imperio del Samba. Y ahora seguimos, hoy por hoy estamos trabajando con la escuela Barrio Ceibal, del barrio Ceibal. Por 4 años tenemos un contrato firmado. Vamos a trabajar yo en lo mío, batería, que es mi fuerte. Un poquito por ahí va el tema carnaval.”
Debe de ser lindo esas bajadas por calle Uruguay las noches de febrero. “Sí, es toda una tradición. Para el carnavalero, más que algo de todos los años, es algo lindo porque, en mi caso, lo comparto con mi familia: mi hijo, mi hija salen, mi señora me acompaña. Es todo un tema familiar, no sólo algo de vez en cuando. El tema de batería te lleva mucho tiempo, demanda mucho tiempo, gran parte del año, para llegar de buena manera al carnaval.”
Volviendo a la venta, ¿cómo es el trato con la gente?
“Excelente. La gente que nos conoce ya hace muchos años acepta bien el producto, ya conoce bien el producto, ya nos conoce de muchos años acá.”
“Ya se genera esa confianza cliente-vendedor, esa confianza que muchas veces uno busca en un producto. A veces venir y charlar un rato, mucha gente que por ahí necesita contar algo viene y te lo cuenta porque ya te tiene una confianza de estar todos los días acá. Son
seis, siete meses que trabajamos acá en el centro, entonces como que la gente te agarra ese cariño, ese afecto, y es recíproco.”
“Nosotros hacemos un producto de materia prima que lo elaboramos nosotros y la gente lo consume, entonces es recíproco.”
Dentro de unos años, ¿te ves todavía vendiendo garrapiñadas o aspirás a algo más?
“No, yo ya con la edad que tengo hoy pienso terminar acá. Si la vida no gira demasiado drástico, vamos a terminar acá con mi señora, que somos los dos que vendemos acá en el centro, cada uno tiene su puestito, y vamos a terminar acá. Es un negocio que para nosotros es rentable, para nosotros hoy por hoy mantiene a nuestra familia y nos puede dar lo que necesitamos. Y por el momento sería esto. Es todo cambiante en este mundo, hoy por hoy es todo cambiante, hoy un negocio que da mañana no da, y tenés que cerrar y tenés que invertir en otra cosa. Pero yo el futuro que veo es terminar acá, viejito, más viejito de lo que estoy, y sería eso: terminar con este negocio.”
“Muchísimas gracias a ustedes que hacen esto posible, un poquito visualizar a pequeños rasgos nuestra vida, y es algo que se debería de hacer más seguido y otros medios de comunicación deberían de hacerlo también, porque mucha gente que trabaja en la calle, que vive de la calle como quien dice, honestamente de la calle, honestamente, y eso muchas veces pasa desapercibido. Todo esto que ustedes hacen y otros medios que hoy o mañana lo puedan replicar también da un poquito de visualización en lo que nosotros hacemos.”









