POR: JORGE PIGNATARO
Hablemos de Ulises Costa porque es un poeta olvidado, o prácticamente olvidado, y su nombre no lo recoge casi que ningún diccionario ni antología de la literatura uruguaya. Hablemos de él porque es cercano a nosotros en tiempo y espacio (nació en Artigas en 1923 y falleció en Montevideo en 1989), pero, por sobre todas las cosas hablemos de Ulises Costa porque es un poeta que vale la pena rescatar, leer y revalorizar.
Su poesía nos descoloca siempre, nos desacomoda, nos sorprende y desconcierta por una particular combinación de palabras/ideas, con las que además de hacer un gran trabajo imaginativo y lingüístico, cumple con aquel rasgo tan necesario en la poesía y en la literatura toda –y no siempre tenido en cuenta- que es la desautomatización. Leer a Ulises Costa es salir por un momento –momento que felizmente se hace largo- del automatismo cotidiano al que nos empuja esta materialista posmodernidad carente de asombros; es enfrentarse al extremo opuesto de lo lógico y convencional, mediante una bien lograda mezcla de ironía y exquisita imaginación.
Ulises Costa fue peluquero y empleado de cuadrillas de OSE; su formación literaria fue enteramente autodidacta. Vivió algunos años en Montevideo y otros en la Argentina. En 1961 publica su primer libro de poemas: Testigo de mi Tiempo (Editorial Albatros). Luego vendrán Aire de Prisa en 1964 (Editado por Nudo Sur) y Agua Redonda (en la misma editorial) en 1966. La muerte no le dio tiempo a publicar lo que tenía previsto que fuera una especie de antología de su obra, a la que pensaba llamar Testiculizo; pero en el año 2006, un grupo de amigos encabezados por el también poeta Jorge Meretta lo publican (con Editorial Botella al Mar y selección a cargo de Meretta).
Es en ese volumen que comenta Jorge Meretta: «Su obra sorprende, lo individualiza y separa del resto de la poesía uruguaya aunque nos empecináramos en procurarle parientes. Con un lenguaje frontal de agresiva y seductora textura, ahonda el significado de su discurso con una broma agónicamente vital buceando en la condición humana pero sin desechar la ternura». Y en otras páginas evoca: «Los bigotes de Ulises eran una fortaleza inexpugnable para su sonrisa y sus ojos dos ardientes brasas con un niño quemándose. Lo conocí en un bar de la calle Minas donde su dueño, un violinista húngaro, nos esperaba en el centro de todas las mesas vacías sonando siempre el mismo vals destemplado. A las diez de la noche, cada miércoles, el vino iba de copa en copa hasta que Ulises echaba mano a su intemporal portafolio negro y todos hacíamos silencio. Él escribía sus versos en los papeles que le envolvían el pan y para leer se ponía de pie sobre sus alas, se retorcía los bigotes como quien gira las llaves de una puerta, entraba a su poesía y seguía cada vez más alto hasta que lo sentábamos aplaudiendo. Después nos íbamos a lo de Emilio Píriz a esperar que amaneciera cantando tangos con voz de refugiados en un país sin nombre. Pasaron más de quince años y en un invierno recibí la noticia que mi amigo Ulises Costa había muerto. Y aunque ya no importe qué fue del violín del húngaro, las noches en lo de Emilio, las copas sobre aquellas mesas, cada vez que llego sus libros (es decir a su casa) me recibe su sombra y huele a pan su poesía».

Poemas de Ulises
Yo sé que hay maestros,
mas llevo treinta y siete años
escribiendo seis letras
sin poder grabar Ulises en el aire.
En el agua uno se moja
y puede hundir un barco.
No lo escribo.
Y el cielo es muy alto
para seis letras secas.
No lo escribo.
Me mojo en tinta y ando en papeles
de una comisaría
o en un archivo donde un ratón
por aprenderme me come hasta el punto
de la «i» de Ulises.
No me preocupa.
Puede que así llegue
hasta el centro de una montaña.
NO ENTIENDO
No entiendo.
Que se mató un hombre,
hoy, domingo?
Hay tanto tiempo en la semana
para cortarse un dedo, arañarse la cara,
comerse las uñas, lucir un traje
y hasta hablar de amor.
Pero dije amor distraído.
Sí. En mi barrio están velando
una cabeza con una bala.
Comentan que era malo,
que tenía dos mujeres
y un revólver.
Otros, que era bueno, que dejaba una hija,
un auto, una jubilación:
para mí, fue un hombre
que quiso matar el domingo.
APUNTES
Cuando la sangre
haya recorrido
su distancia,
entonces,
este hombre
cansado
de mirar el mundo
se acostará
para ver
si se puede
escribir amor
con los ojos
cerrados.
NOCTURNO
A veces parece
que la noche
fuera un poco de tristeza
que se quedó
adentro,
donde un duende
viste de negro
y un payaso
espera el tren
en la estación de los muertos.