Hablar del General Fructuoso Rivera es hablar de una de las figuras más trascendentes en la formación del Uruguay y del Partido Colorado, colectividad política que nacería bajo su inspiración y que ha acompañado al país en sus momentos más decisivos. Nacido en 1784 entre Florida y Durazno, su vida estuvo íntimamente ligada a los grandes procesos de independencia y consolidación de nuestra República. Su nombre aparece asociado tanto a la lucha libertadora al lado de Artigas, como a la etapa fundacional del Estado Oriental, donde se convirtió en el primer Presidente Constitucional de la Nación (1830-1834).
Su gobierno se destacó por la organización institucional del país. Fue bajo su mandato que se afianzó la vigencia de la Constitución de 1830, estableciendo las bases de un Estado que debía perdurar más allá de caudillos o partidos. Rivera impulsó la creación de cuerpos militares y policiales permanentes que aseguraran el orden, la defensa y la soberanía. Asimismo, fomentó la economía mediante políticas de apertura comercial, esenciales para un país naciente que buscaba integrarse al mercado regional.
Rivera no solo gobernó en la capital, sino que recorrió y ejerció autoridad real en la campaña, uniendo territorios que hasta entonces se encontraban dispersos. Su figura era la de un jefe que conocía al gaucho, al soldado y al hombre de trabajo, y que a la vez entendía la necesidad de un gobierno civilizado.

En los últimos años, ciertos relatos han intentado reducir a Rivera a una visión sesgada vinculada exclusivamente al episodio de Salsipuedes. Como bien señalan Eduardo Acevedo y Ariosto Fernández en sus estudios históricos, ese hecho debe leerse en el marco del siglo XIX, un tiempo marcado por enfrentamientos armados, inestabilidad y tensiones sociales. Rivera no puede ser comprendido desde categorías anacrónicas, sino como parte de la compleja construcción del Estado oriental.
Rivera, lejos de ser un destructor de la patria, fue un constructor de Estado, un hombre de acción que supo pasar de las lanzas artiguistas al gobierno institucional. Fue presidente en dos períodos, y en ambos dejó huellas concretas: el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, la apertura económica y la consolidación del territorio nacional.
No debe olvidarse que con Rivera nació también la tradición del Partido Colorado, un partido que desde sus orígenes se identificó con las banderas de libertad, progreso y modernización, y que jamás debemos dejar de lado más allá de las herramientas electorales que ocurren en nuestra época. Sus enseñanzas y su visión de un Estado en marcha fueron la semilla de una colectividad política que ha acompañado a la República a lo largo de casi dos siglos, marcando de manera decisiva la historia nacional. Esa línea de continuidad se prolongó en los grandes presidentes colorados del siglo XX, como José Batlle y Ordóñez y Baltasar Brum, quienes llevaron adelante profundas transformaciones sociales, democráticas y económicas inspiradas en aquella primera construcción riverista de un Estado fuerte y moderno.
A casi dos siglos de aquellos acontecimientos, debemos rescatar la isión integral de Rivera, como caudillo, presidente y patriota. Opacar su legado bajo la sombra de un relato parcial es negar la verdadera historia del Uruguay. La memoria nacional debe valorar que Rivera fue, por encima de todo, un fundador.
Como expresó el propio General Rivera: “Mi espada y mi vida están consagradas a la libertad de mi patria.”
Este texto es un sencillo homenaje de un colorado al General Fructuoso Rivera, por su legado de libertad y por haber dejado al Uruguay un Estado en funciones, cimentado en la Constitución y en el orden republicano.GECS.





