Escribe: José Luis Guarino
En el transcurso inevitable del tiempo, este año se recordará a Florencio Sánchez en el centenario de su muerte, acaecida el 7 de noviembre de 1910. El mismo año de la desaparición física del poeta Herrera y Reissig, ambos nacidos también en 1875.
A los dos escritores, poeta uno, dramaturgo el otro, la primera década del siglo XX les permitió consolidar sus respetivas creaciones literarias, que hoy los mantiene vivos en la historia del arte.
Para comenzar, un primer concepto sobre el autor de «Canillita», se refiere a su estatura literaria. Florencio Sánchez no es una figura de primera magnitud en el género dramático, si bien pasó por su momento de gloria y euforia en la región rioplatense, en los últimos años de su vida y unos cuantos después de su muerte. Nos parece exagerada la comparación con Eugenio O’Neill, al cual, puede ser que Sánchez se haya acercado en los puntos culminantes de su teatro («Barranca abajo», «En familia»), pero no en el nivel sostenido de las también numerosas piezas escritas por el norteamericano.
Sus dramas, comedias y sainetes, fueron estrenados y representados con mucho éxito en estas latitudes durante algunas décadas. Pero la vigencia de su obra, ha pagado tributo al paso del tiempo, que al llevarse algunas o muchas de las características propias de la época en que esas obras surgieron, ha quitado a estas algo o mucho de su vitalidad.
Desde este punto de vista, se impone una reinterpretación de todo su teatro, dejando de lado las condiciones geográficas, socioeconómicas y culturales que lo motivaron.
Entonces sí, nos queda aquello que da valor permanente, lo que universaliza a un tema o a un personaje, más allá del contexto que les dio origen.
Es probable, que Florencio Sánchez fuera en camino de convertirse en un gran dramaturgo. Pero el destino le jugó en contra. Murió a los 35 años a poco de llegar a un continente europeo donde pensaba hacerse conocer, y donde seguramente hubiera encontrado muchos elementos provechosos para la maduración de su genio de escritor.
No le fue posible. Pero esto no cuenta en el momento de valorar lo que produjo. Cuenta la obra efectivamente escrita. Un legado en cantidad y calidad que, pese a todo, lo torna un autor insoslayable en la literatura dramática de Hispanoamérica.
Mirando la totalidad de la obra sancheana, se puede intentar una clasificación de sus piezas teatrales, aunque ellas no respondan a un orden cronológico exacto. Existe un grupo de títulos que están relacionados con el criollo, el hombre de campo, con su conservadurismo, su machismo, su ignorancia, su pasión, y los inevitables choques generacionales. «M’hijo el dotor» (1902), «Cédulas de San Juan » y «La gringa» (1904), «Barranca abajo» (1905).
Un segundo grupo tiene por escenario el suburbio, arrabalero y compadrito, y por personajes los pobres y también los burgueses en decadencia: «Canillita» y «La pobre gente» (1904), «En familia» (1905) «Los muertos»(1905), «Mano santa»(1905), «El desalojo» (1906), «La Tigra» (1907), «Moneda falsa» (1907) «Marta Gruni» (1908),
«Un buen negocio» (1909).
Un tercer grupo tiene por centro la problemática de los burgueses: una clase de cierto nivel cultural, de tendencia liberal, progresista, que trata de imponer un nuevo estilo de vida: «El pasado» (1906), «Los derechos de la salud» (1907) «Nuestros hijos» (1908).
Estas categorías no son excluyentes, pues un mismo título puede ubicarse en más de un estamento. Hay, además, otras maneras de clasificar, la que atiende a las obras de entorno rural y la ubicada en contexto urbano, por ejemplo.
Como se ve una producción incesante en pocos años. Este apresuramiento, obligado a veces por sus problemas económicos, le impidió un nivel de mayor calidad.
Peca a veces en su técnica por un excesivo esquematismo y apresuramiento en el desarrollo de las escenas, la ausencia en muchas de ellas de acción dramática, poca definición sicológica de personajes, pasajes inverosímiles y algún desenlace absurdo, excesivo enfoque de la realidad del momento por falta de cosmovisión.
En ese panorama total de su obra, algunas de sus creaciones todavía navegan: es el caso de «Barranca abajo» y «En familia». En ambas hay desintegración familiar, derrumbe económico y social.
En la primera sopla un viento trágico, que hace del protagonista una víctima de sí mismo y de la sociedad; en la segunda auténtica acción dramática con personajes bien definidos y un conflicto progresivo bien estructurado. En fin, dos excelentes piezas, que hubieran bastado para mostrar el talento creativo de Sánchez y hasta dónde podría haber llegado con una vida más prolongada y asumiendo una disciplina de trabajo más conveniente.