De profesión Ingeniero Agrónomo, salteño aunque radicado en Valencia, Jorge Agulla Menoni adelantó a EL PUEBLO que ya está en imprenta su primer libro. En realidad el primero en este género, la creación literaria, porque publicaciones técnicas vinculadas a su profesión ya tiene otras.

“Estoy por publicar un libro de historias y sueños. Un canto a la esperanza. Acá les envió una de las historias como adelanto….Mezcla de realidad y fantasía”, nos dijo. Y acá va:
ENSUEÑO
Voy corriendo a toda velocidad hacia el área contraria, logro eludir a dos rivales, llevo la pelota dominada, es de mañana y ha llovido durante la madrugada.
El césped está mojado, mis zapatos de fútbol están mojados y pesados y la pelota pesa una tonelada, pero igualmente, logro golpearla justo al dar un pequeño salto cuando choca contra un minúsculo montículo, logro calzarla con todo el pie y la coloco fuera del alcance del cuidavallas contrario.
Fue gol, sí gol, un golazo, desde el borde del área grande.
En Salto, Uruguay, la cancha de Chaná, un importante equipo de fútbol, es mi lugar de gloria.
Tengo 17 años y juego en el Club Atlético Fénix, uno de mis últimos partidos antes de irme a estudiar a Montevideo.
Me siento exultante, alegre, emocionado, la alegría me invade y estoy tocando la gloria.
De repente, escucho, «Señores pasajeros, debido a problemas técnicos, nos vemos obligados a realizar un aterrizaje de emergencia en la isla San Nicolás, en medio del Océano Atlántico. Por favor, ajusten sus cinturones, plieguen sus mesas, abran sus ventanillas y pongan sus asientos en posición vertical».
Me despierto enojado, ha sido un sueño.
Ahora tengo 45 años y aún me duele el pie por la fuerza que golpeé a esa pelota de cuero mojada, me quitaron la gloria que había alcanzado y me trajeron a la realidad.
Qué malvados!!
Miré hacia afuera y vi una turbina del avión, la del ala izquierda, del lado que estoy sentado, echando humo negro.
La gente empieza a rezar.
¿Qué hago yo?.
No soy creyente.
Pues, me aguanto, porque para rezar, tendría que haber creído, tendría que haber tomado la comunión, haber ido a misa y ser mejor persona.
Estaba sumido en mis pensamientos cuando sentí un fuerte sacudón, un impacto muy grande del tren de aterrizaje en la pista, que provocó gritos, llantos y lamentos.
El piloto forzó el aterrizaje, para evitar que el avión patinara en la pista con agua por la fuerte tormenta que estaba azotando la isla.
Se prenden las luces del avión y se abre el parlante.
Se oye decir a la azafata «Bienvenidos a San Nicolás, son las 6 y 37 de la mañana, la temperatura es de 28 grados y la sensación térmica es de 30 grados.»
«El aterrizaje de emergencia ha sido exitoso»
“Por favor, permanezcan en sus asientos hasta que se apaguen las luces de aviso”.
«Serán huéspedes de nuestra aerolínea durante su estadía en la isla».
Me pregunto qué hago perdido en esta isla en el medio del océano.
Tengo que trabajar, la empresa que me contrató me paga por día trabajado. Si no trabajo, no me pagan.
Además, soy profesor, doy clases de estadística en la carrera universitaria de Ingeniería Ambiental en la Escuela Agrícola Zamorano de Honduras, una de las más importantes de Centroamérica, con alumnos de toda América.
Las azafatas recorrían la nave entregando unas tarjetas de plástico, rojas, con nuestros nombres impresos.
Nos comunican: «Los pasajeros se alojarán en un hotel de la playa y tendrán todo incluido, hasta que se sustituya la pieza dañada de la nave
o la empresa envíe otro avión a por nosotros. Esto puede ocurrir en las próximas 48 a 72 horas.»
Nos suben a unos buses muy modernos, con nuestros equipajes y nos alojan en un complejo hotelero, en cabañas individuales, con piscina en cada cabaña y construidas sobre pilotes dentro del océano.
Apenas llegué, tomé mi desayuno, jugo de naranja, tostadas, mantequilla y mermelada y un exquisito café caribeño.
Luego abrí mi maleta, saqué mi malla de baño, el equipo de música, me serví un vaso de agua, prendí un puro «Romeo y Julieta» y me fui a meter en la piscina.
Era las 8 y 30 de la mañana, no había rastro de la tormenta y en su lugar el sol imponía su presencia.
La vista desde la piscina era monumental.
La vecina, con una trenza dorada que le llegaba hasta el centro de los omóplatos y una cintura de ensueño, también entraba a la piscina y me saludaba con su mano en alto.
Me coloco los auriculares y me pongo a escuchar a Elvis Presley, cuando comienza a sonar mi teléfono móvil.
Miro a mi vecina y está hablando por teléfono, atiendo, esperando noticias de la aerolínea, cuando escucho,
«Hola vecino, veo que está solo, lo invito una copa».
Veo a mi vecina levantar una copa.
Le contesto «Gracias vecina, es muy temprano para beber, es usted muy atenta, lo dejaremos para otro momento».
Salí de la piscina, ingresé a la cabaña, tomé una ducha y comencé mis comunicaciones con mi trabajo, mi docencia y mi familia.
Llamaron a la puerta y allí estaba, la rubia de las trenzas, con una malla blanca, sandalias blancas, sombrero blanco, lentes de sol y un pañuelo blanco diciéndome «Bienvenido a San Nicolás».
Joder, qué suerte tengo, pensé ¿esto será un regalo, en compensación por el susto del aterrizaje de emergencia?.
«Soy la propietaria de este complejo turístico, me llamo Nahir y le doy la bienvenida». ¿Quiere almorzar conmigo?. Me dijo Nahir con voz segura
Le contesté que sí, que me gustaría. «Lo espero a las 15 horas en mi cabaña», me volvió a decir.
Asentí con la cabeza sin articular palabra.
Terminé mi tarea.
Me puse un pantalón blanco, una camiseta blanca, un gorro, con visera azul, lentes de sol y zapatillas azules y me fui a caminar por el malecón.
A las 15 horas llegaba a la puerta de la casa de Nahir, cuando de repente se abre la puerta y me dice, «estaba mirando por la ventana y lo vi venir».
«Aunque en realidad estaba nerviosa, creí que se había arrepentido».
Me tomó de la mano, dio media vuelta y me llevó caminando, hasta la cocina, una belleza total.
Este día, con esta hermosa mujer, tenía ya indicios, de llegar a ser, memorable.
Comencé a escuchar unas sirenas, se hacían cada vez más fuertes, miré a Nahir y vi que se desvanecía.
Abrí los ojos y, sí, estaba soñando.
Fue un sueño dentro de otro sueño.
Suerte que ambos sueños fueron agradables.