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lunes, diciembre 8, 2025

El Perfume de La Última Cena: la otra mirada de la imagen en acción

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Diario EL PUEBLO digital

Según la concepción de J. Azevedo, se politiza la educación, ya que al otorgar oportunidades de expresión estaríamos dando la posibilidad de que el sujeto se vincule con el mundo que le toca vivir y transformarlo desde la comprensión. Comprender es mucho más que conocer una respuesta al mandato social de desarrollo estético (Torres; 2007; 13,14)

Como conjugar dos hechos artísticos fue la consigna como poner en diálogo dos lenguajes para sintetizarlos en un tercero a través de la experimentación. Ese fue el desafío planteado para un extenso proceso iniciado en el mes de marzo, en el marco de la educación artística dentro de las instituciones educativas.

En pleno proceso de experimentación colectiva, los participantes indagan, buscan, descubren detrás de lo oculto… miran desde otro lugar lo mismo… imaginan como transformar una imagen ya existente… una nueva cara donde las texturas, el color y las formas juegan a las escondidas y aparecen cambiadas desde el lugar de lo inesperado.

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Uno de los objetivos fundamentales fue el de que cada participante de los espacios fuese, gradualmente, encontrando su Lenguaje Creativo propio a través de desafíos creativos, enfocados en la pregunta/duda.

El abordaje planteado fue netamente sensorial, teniendo al cuerpo como el gran receptáculo de nuestros sentidos y emociones. Fue así que llegamos a la Novela “El Perfume” de Patrick Süskind, a través de esta historia nos focalizamos en el sentido del olfato como vehículo para explorar la condición humana.

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

La obsesión y la búsqueda de la identidad a través de un sentido…  la importancia del olor como símbolo de identidad y la importancia para la integración en ese mundo donde todo huele a algo…

« Este personaje, al nacer sin aroma, se siente terriblemente solo, perdido, ignorado. Tener su propio aroma lo hace completo. Lo hace humano»

Para darle vida al conflicto creativo, fue que pusimos en escena a la icónica obra de Leonardo da Vinci “La Última Cena”, porque artísticamente, revolucionó la composición y la perspectiva al capturar el momento dramático en que Jesús anuncia la traición, mostrando una gama de emociones en los apóstoles.

Además, simbólicamente, representa un momento clave de la fe cristiana (la última cena de Jesús y la institución de la Eucaristía) y, según el mecenas, también tiene una capa de significado político relacionada con la corte de Milán.

A lo anterior se suma que culturalmente, se ha convertido en una obra maestra icónica que ha inspirado innumerables artistas, es un testimonio del ingenio de Da Vinci y un símbolo del patrimonio cultural.

La conmoción grupal surgió al momento de “enfrentarla” a la novela “El Perfume”, para ir al encuentro de conexiones, al lenguaje propio. La experimentación brindó la respuesta en el dinamismo de los personajes que, en lugar de permanecer inertes, reaccionan enérgicamente ante las distintas situaciones… los cuerpos en acción creativa. Es en este momento donde el impacto en los demás sentidos se hace presente y donde la versatilidad de Da Vinci muestra su fuerte vínculo con el sentido del gusto.

El olfato y el gusto como los dos sentidos que conducen al grupo a tocar su nuevo hallazgo, mirando desde sus cuerpos en acción y escuchando el sonido del llamado de su nueva Imagen. 

La experiencia me llevo a detenerme en lo que denomine: EL MUNDO DE LOS OLORES.

Es desde ese lugar que quiero destacar que: El rasgo más curioso del olfato humano es que podemos aceptar cualquier aroma dulce, como el de las flores, pero no soportamos el olor característico de nuestros semejantes, por lo que intentamos camuflarlo con fragancias como los perfumes, los detergentes de buenos olores para la ropa que nos ponemos, o los saquitos de hierbas para los armarios. Preferimos un olor externo al de nuestro propio cuerpo y estamos cada vez más preocupados por reemplazar nuestro olor natural por uno artificial. ¿Por qué?  Porque se identifica con nuestros instintos animales y durante años fue considerado el sentido más bajo debido a su relación con el sexo y a los mensajes no verbales emitidos por el cuerpo.

El proceso se inició considerando que en los seres humanos los sentidos no se limitan a funcionar como un sistema fisiológico o medio de comunicación con el ambiente, sino,  que están vinculados con la psiquis.

Desde los tiempos de la Grecia Clásica se creó una jerarquía sensorial donde los principales eran la vista y el oído; el gusto y el tacto, los del medio y, por último, el olfato.

La escala enmarcada en el campo de la filosofía ha invisibilizado la relación entre los receptores, incluso, resulta interesante cómo el olfato es segregado y el menos transcendental.

Los datos anteriormente mencionados generaron un motivador grupal hacia la investigación:

 Es cierto que los humanos poseen una condición olfativa reducida respecto a otros animales, no se puede detectar, ni distinguir olores primarios de los secundarios, como sí ocurre en los colores percibidos por la vista.

El olor es efímero porque se desvanece en el aire, es único porque está compuesto por diversas moléculas irrepetibles en la atmósfera, es invisible a los ojos por no tener apariencia ni forma.

Las esencias olfativas del mundo se escapan por las rupturas ocasionadas por la sobredimensión de la vista en las teorías estéticas, las cuales han inducido, de cierto modo, a que no se le haya prestado la suficiente atención al sentido del olfato en las ciencias.

Lo positivo de las acciones de Grenouille (Protagonista de la Novela), fue demostrar la relación que existe entre el sentido olfativo y el espíritu.

Sócrates le explica a Fedro que “La esencia sin color, sin forma, impalpable, no puede contemplarse sino por la guía del alma, la inteligencia” (Platón, 1871: 22)

Se refiere a la belleza inteligible, la cual Grenouille podía percibir a través de su olfato superdotado…

La belleza pura no tiene carne, piel o envoltura; el exterior de la materia consigue engañar y la vista no es confiable del todo porque se detiene en la superficialidad, mientras que el olor de un ser es la esencia más profunda del alma. Jean-Baptiste Grenouille al poder llegar al reconocimiento de los seres u objetos solamente con la contemplación estética, trasladó al sentido del olfato de lo primitivo a lo más intelectualizado.

A esta experiencia sensorial e imaginativa la finalizamos generando un nuevo comenzar, convencidos de que la interacción es imposible sin los cinco sentidos… poseer el ojo del pintor, la oreja del músico, la lengua del epicúreo, el olfato del perfumista, y el tacto del escultor.

Educar visualmente, abre los ojos a lo otro: al prójimo, a lo diverso, a lo silenciado, a lo extraño o a lo marginal. Una educación que nos haga responsables del otro a la vez que nos forme críticos con el entorno y construya, a través de nuestra creación, las bases para lograr un mundo más habitable.

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