El sábado fue el día señalado, cuando Agustín Moreira admitía que la hora de la verdad había llegado. Que en la vida y en el ciclismo en este caso, surgen momentos en que el margen para la vacilación es mínima. No se puede tolerar el error, aunque el ciclista no es una máquina perfecta arriba de la «chiva». Porque además es posible que una caída o una imperfección mecánica, ampute los sueños y lastime el alma.
A Agustín no le sucedieron imponderables.
Ese sábado 17 marzo se mete diáfano y cristalino, en su mismísima historia personal. Porque se quedó con la malla del líder y al día siguiente llegaría la decisión portando la ilusión en estado de pureza. Bien a su manera.
Agustín y su Cerro Largo, contemplaron el operativo final. El salteño la ganó por segunda vez y Cerro Largo la séptima. Una marea arachana en la ruta.
LA PASIÓN EN DOS RUEDAS
No hay caso. Los genes mandan. La herencia es auténtica. El hijo de Isabel Guarino y Federico Moreira plantó bandera otra vez. Mientras Mauricio, el otro hijo ciclista que se alista en un equipo de Portugal, ofrecen el marco justo a una familia que fue transformando al ciclismo «en un deporte que recorre nuestras venas, aunque pase el tiempo. Con Agustín y Mauricio siendo parte del ciclismo, para nosotros es como una suerte de prolongación en todo aquello que vimos en las década de los 80 y 90″, al decir de Federico.
De lo que no hay dudas es que a los 30 años, el nuevo ganador de Rutas de América, no solo fue sabiendo el rescate del elogio encendido desde su rol como ciclista. Porque sucede que sus compañeros del Cerro Largo al que defiende, piropean sin más trámite su calidad humana, su sentido de la solidaridad, sin el menor quiste para la soberbia.
A ese nivel parece ser que Agustín Moreira es un campeonazo también. El hijo de Isabel y Federico. Mientras la genética entenderá siempre sus inalterables razones.
-ELEAZAR JOSÉ SILVA-
