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viernes, 03 de enero de 2025
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El héroe Artigas, en la pluma de la maestra y escritora Aroma Bernasconi

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Un relato histórico – poético escrito por la maestra Aroma Bernasconi (de quien hemos publicado poemas en otra ocasión) ocupa hoy esta página dedicada a gente de Salto que escribe desde Salto. El tema: Artigas. La cercanía a la fecha de su natalicio, le da el marco perfecto.
19 de Junio de 1764. Artigas
Es el día, la hora y el tiempo. Un niño nace: José Artigas. Ese día, uno como tantos otros. Ese niño, uno de los tantos nacidos en el mundo entero.
Sin embargo, cuán distante estaban los hombres de imaginar que ese niño, tan parecido a otros, se convertiría con el devenir de los años en uno de los conductores más extraordinarios y bellos que la Historia podría consagrar en las páginas de su gloriosa excelsitud!
Me lo imagino ya crecido y dueño de sus actos, galopando por las campiñas verdes de la Patria amada: un cuerpo vigoroso y ágil gestando en su interior la fuerza y el tesón que lo impulsarían más tarde a convertirse en el hombre capaz de tanto!
Desde pequeño se hizo conocedor del campo y la ciudad. Compartió su infancia con los negros esclavos, con esos seres considerados inferiores, marginados a un espacio y a un destino. Esos hombres y mujeres que a pesar de su marcado color de piel dada su raza negra, alimentaron en el alma del pequeño José, sueños y fantasías, pero también despertaron a su razón la idea de injusticia, fortaleciendo en su corazón de niño valores sustanciales: raíces que edificarán un hombre de principios sólidos, fuertes, dignos.
Ya joven, caminó junto al hombre de campo. Se hizo conocedor de sus tareas y también de su vida dura, penosa, atada a un tiempo de vicisitudes y sueños que no podían ni sabían expresar. Pero artigas los palpaba, los intuía en aquellos brazos fuertes, tensos; en aquellas miradas perdidas en un horizonte de lejanía y de espera. Luego se hizo integrante del cuerpo de Blandengues. Así recorrió la Banda y apreció su generoso y rico territorio.
¡Prometedora Banda Oriental! Con sus campos, su ganado, sus ríos y aquella gente que empezaba a amar y a respetar. ¡Su gente!: seres humildes y nobles a los que conoció y de quienes recibió su reconocimiento. ¡Cuánto amor creciendo en su corazón de niño, de joven, de hombre y de anciano!
Porque el amor es la luz más sutil y poderosa que enciende en la vida de los seres humanos la gran capacidad para ver y sentir más allá de lo que la mayoría de las personas es capaz de entender. Ese amor generoso, incondicional y puro colocó a nuestro Artigas en una senda de luchas y esperanzas, de fracasos e injusticias.
Era época de decisiones, decisiones que determinarían el futuro de los Pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo. La antorcha de la libertad se gesta poco a poco en los pueblos de América. Sería tarea de Artigas trabajar para hacerla también una realidad. Comienza así a surgir el caudillo, líder de hombres. La Proclama de Mercedes es un llamado ineludible para los Orientales: “Uníos, caros compatriotas, y estad seguros de la victoria. A la empresa, compatriotas, que el triunfo es vuestro, vencer o morir sea nuestra cifra…”.
Enfrentamientos y acuerdos. Ilusión y desesperanza. Nada lo agobió porque la luz que proyectó su ser al andar encendió de gloria cada palabra suya, cada gesto, cada actitud. Así lo vemos: ofreciendo sus servicios a la Junta de Buenos Aires en donde tiene la difícil misión de guiar a los orientales en su enfrentamiento con los españoles, fieles al Virrey Elío. Luego, en Mayo de 1811 sucede la Batalla de las Piedras, pilar de una gesta heroica en donde nuestro Artigas demostró inteligencia y una increíble capacidad de grandeza al no recibir por sus manos la espada del jefe español vencido Don José Posadas.
¡Y qué maravilloso espíritu de conmovedora solidaridad y respeto cuando su “Clemencia para los vencidos. Curad a los heridos” recorrió el campo de batalla. Así continuó su marcha. Los pueblos lo amaron, lo siguieron, lo veneraron porque en su voz y en su presencia se sentían protegidos y amados.
¿Qué héroe podría decir: Yo conduje un pueblo que abandonó espontáneamente, por su propia voluntad, todas sus pertenencias por seguirme? Artigas lo hizo y se erigió como Primer Jefe de los Orientales en aquella marcha gloriosa que fuera el Éxodo del Pueblo Oriental. Como declama Juan Zorrilla de San Martín en su “Epopeya de Artigas”: “Y Artigas tomó entonces a su pueblo, a todo su pueblo y lo cargó en sus hombros de gigante y dijo: ¡vamos! Y se lo llevó a través de la Patria Oriental”. Así el indio, el negro, el esclavo, el infeliz, encontró refugio y consuelo en la sabiduría y amor de ese hombre bueno y comprensivo capaz de dar todo sin pedir nada a cambio.
Su sabiduría hizo que hasta los hacendados lo vieran como un conductor de pueblos, como un verdadero Padre de todos. Porque el Amor hacia los otros formó parte de sí y nadie miraba al héroe sin dejar de sentirse amado, respetado, considerado. Muestra de ello es su convocatoria a un congreso en 1813 de donde surgen las Instrucciones, baluarte, ejemplo y sendero de democracia, justa exigencia en donde Artigas plasma su sello de luchador incansable por la libertad y seguridad de su pueblo.
Ese mismo año impulsa la creación de lo que sería el primer gobierno patrio para terminar con el desorden y la ruina de la campaña. Crece así la figura del hombre, ahora convertida en una esperanza total por lograr la felicidad de un pueblo oprimido, que estaba aprendiendo a dejar de callar su voz en el silencio.
Su mirada siempre expectante de los más necesitados. Sus oídos siempre dispuestos a escuchar y su alma siempre abierta a recibir y otorgar, hicieron de su figura un verdadero Padre, Padre de una Patria que él soñó al fin liberada y feliz.
1815. Año de gloria para el Artiguismo, para ese hombre corazón y puño levantando en Purificación su cuartel general y ordenando los hechos para bien de su gente y de otros pueblos a quienes hermanó en su Liga Federal. ¡Ese suelo suyo tan tierna y tenazmente anhelado! ¡Ese ideal suyo de libertad y soberanía para el pueblo oriental y para todos los pueblos que bajo su emblema quisieron reunirse! ¡Esa lucha sin miedos ni barreras por conquistar la igualdad, el triunfo de las masas sobre los opresores indignos! ¡Artigas consagrado protector de los Pueblos Libres! Y una y otra vez su afán de protección a los más infelices. Crea entonces el Reglamento Provisorio a la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados. Tierras y bienes repartidos a los más necesitados e indigentes es un ejemplo de meditado pensamiento de justicia. Y da más aún: su año de gloria en los años 1815 y 1816 lo disponen a la creación de un escudo y banderas, de una Escuela de la Patria, de una Biblioteca Pública que sería la primera para responder a aquel santo y seña proclamado por Artigas: “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.
Pero como a todo héroe, lo acompañaron luces y sombras, la dolorosa traición. Años 1816 a 1820: invasión de los portugueses. Años crueles de afanes y desvelos, de una lucha sostenida, tenaz, sin tregua y al final la derrota, la muerte silenciosa en el corazón del hombre de la fuerza y de una nueva ilusión.
En el año 1820 Artigas se interna en el Paraguay. Otro país tuvo la gloria de cobijarlo y de ser testigo de aquel lento transcurrir en la vida de un hombre que aún anciano, siempre estuvo en actitud de trabajo, de siembra. Allí, un 23 de Setiembre de 1850 se durmió para siempre. El viento ayuda a empujar las nubes oscuras. Hoy el tiempo impulsa el andar de los años para que te veamos al fin ¡Padre Artigas! en toda tu grandeza, en el entendimiento de tu legado de justicia que es herencia de nobleza y de un inmenso e infinito Amor por la Humanidad.
¡Artigas! Eres Historia y eres presente. Eres recuerdo y eres memoria. Eres la luz de un sueño vivo. Tus ideas viven. Son los ríos, son los montes, es la aurora de cada mañana. Es la risa de mi gente. Son las manos que se unen. Es esta tierra noble y generosa, nuestra Patria, ¡la República Oriental del Uruguay!
AROMA BERNASCONI

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