«Amorim murió el jueves,/ el Día de Jupiter/ el del 28 de julio/
su cansado corazón dejó de latir/ la congoja fue popular/
y de tanto llanto/ adentro y afuera/ se desató la lluvia».
El jueves 28 de julio de 1960, un gélido día de invierno, se apagó el corazón cansado de Enrique Amorim. La congoja se extendió por Salto, estremeció a un pueblo y llegó hasta sus amigos intelectuales del mundo, que sintieron la partida de aquel hombre de letras, compromiso y bondad.
La noticia corrió como un lamento por las calles de Salto: Enrique Amorim había muerto. El escritor, poeta, dramaturgo y productor cultural, que supo tender puentes entre el campo y la ciudad, entre el Uruguay profundo y las vanguardias latinoamericanas, se fue en silencio, dejando tras de sí una estela de palabras y de luchas.
Los obreros que había defendido, los artistas que había cobijado en su casa, los militantes que encontraban en él un camarada de ideas y de actos, todos sintieron el peso del adiós. Lo lloró la tierra de Salto que tanto caminó y defendió, y lo lloraron escritores e intelectuales de América Latina que lo reconocían como un faro de generosidad y rigor.
«Las calles eran un espejo de ceniza,/ los eucaliptus inclinaban su luto,/ el río arrastraba silencios y recuerdos,/mientras las chimeneas temblaban/ bajo un cielo que se abrió de golpe/ en una herida de agua».
La muerte siempre nos toma desprevenidos, pero en este caso más, y ocurrió en medio de una semana intensa, de noticias, comentarios y chirridos de ciudad al que Salto no escapaba.
Las heladas de esos días eran intensas y se comentaba que seguro iba a quemar los huertos, echar a perder las verduras, pero, por otra parte terminar de endulzar las naranjas…
Los agoreros decían que el próximo verano sería de una sequía enorme que dejaría finito al río, como para dejar atrás definitivamente el horror de la creciente del año anterior, la del 59, esa en que el Patrio río se desbocó y llenó de agua las calles, como nunca y dejó a tantas familias fuera de sus hogares.
Los salteños hablaban del gobierno blanco, de la crisis económica, de los violento que se estaba poniendo el mundo, de lo raro, de lo distinto. Había guerra fría, surgían las píldoras anticonceptivas,se multiplicaban palabras como “Cuba”, “Barbudos”, “Fidel”, pero también del deporte local porque una epidemia de gripe había diezmado a los jugadores de Ferro Carril y se pensaba que para el partido del domingo iban a jugar varios muchachos de la reserva…
Todo eso pasó a un segundo plano, cuando se supo que Amorim ya no era de este mundo. Poco se sabe y poco se dice de su muerte, si fue repentina, si fue una enfermedad…
Según la información disponible, Enrique Amorim falleció en 1960 debido a «la fatiga de su corazón enfermo desde hacía años». Se menciona que «concluyó su más hermoso viaje» en una gélida tarde invernal en su chalet «Las Nubes».
Pero en la memoria de la cultura uruguaya quedó su legado: la pasión por la palabra, la dignidad de los humildes, y ese compromiso irreductible con la belleza y la justicia.
«Quedaron los papeles,/ las historias que brotaron de su pluma,
las piedras de su casa callaron,/ y Salto se detuvo un instante
bajo el manto gris del invierno».
PASARON 65 AÑOS Y SU LEGADO LITERARIO Y CULTURAL VIVE
Hoy, lunes 28 de julio, se cumplen 65 años del fallecimiento de Enrique Amorim, una de las personalidades más complejas y fascinantes de la literatura uruguaya del siglo XX.
Su presencia aún resuena en nuestra ciudad. El Chalet Las Nubes, su antigua residencia, se ha convertido en un museo y espacio de encuentro cultural. Allí, entre muebles originales, fotografías, manuscritos y una biblioteca personal invaluable, puede rastrearse el mundo interior del escritor que fue amigo de Federico García Lorca, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges, Picasso, Portinari, Quiroga, entre otros.
Pero Las Nubes no es solo un lugar de memoria estática: también alberga un pequeño teatro, donde con frecuencia se celebran veladas poéticas, presentaciones de libros, música y encuentros culturales que revitalizan el legado amorimiano en clave contemporánea.
En paralelo, se proyecta ahora la recuperación del viejo museo histórico de Salto, ubicado muy cerca del Chalet y que perteneciera a Candelaria Areta, madre del escritor. Este espacio, que supo resguardar objetos y documentos vinculados a las raíces de la ciudad y de la propia familia Amorim, podría convertirse nuevamente en un nodo de valor patrimonial y comunitario.
La vigencia de Enrique Amorim no radica solo en sus textos —algunos de ellos, como La carreta, siguen siendo leídos y estudiados—, sino también en el modo en que su figura articula memorias literarias, políticas y afectivas de la región. A 65 años de su partida, su casa, su historia y su obra siguen siendo un faro en el paisaje cultural del norte uruguayo.