Es conocida a nivel popular la máxima de que “todos los que se mueren son buena gente”, ahora, porque se han muerto. Es lo primero que hemos analizado al momento de escribir esta columna y llegamos al convencimiento de que no es el caso cuando nos referimos a la muerte del ministro del Interior, Dr. Jorge Larrañaga.
Y creemos que no es del caso, porque es difícil hallar a alguien que cuestione el hecho de que quien acaba de fallecer demostró en todo momento ser una buena persona y un político con mayúscula.
Es que en el entendido de que todo político debe ser un servidor público y éste debe -a nuestro criterio- debe ser alguien dedicado por entero a servir a sus conciudadanos, nadie mejor que el extinto Larrañaga asumía esta característica.

Quienes estuvieron a su lado y quienes trabajaron con él no dudan en que él como nadie, era capaz de dedicar su tiempo desde que amanecía hasta entrada la noche y más aún, porque siempre estaba pendiente de las acciones de su ministerio.
Larrañaga enfrentó cuestionamientos no sólo de sus adversarios, sino también de sus propios correligionarios por algunas de sus acciones, pero siempre fue frontal. Siempre hizo lo que entendió debía hacer.
El reconocimiento que en estos días le han tributado propios y extraños. Esto es los de su partido y de otros opositores sirve para encuadrarlo en su exacta dimensión. El “guapo” como le llamaron propios y extraños, fue capaz de nuclear a su alrededor mucha gente joven´
La gente que mira más las acciones, que los “mensajes”, las que rasca mucho más allá de las acciones del político y por esto nos atrevemos a decir que se trató de un buen hombre, de alguien que mostró la coherencia de sus acciones y fue capaz cuando la hora así lo exigía, de anteponer su humanismo por encima de su fuerte ideología para constituirse en referente como nadie, para los jóvenes nacionalistas.
Si ha sido un buen ministro del Interior o no, es harina de otro costal. Desde muchos años a esta parte hemos escuchado de que dicho ministerio es “la tumba de los craks”, porque existe el convencimiento de que quienes pasan por ese cargo “desaparecen” luego de la consideración popular.
No ha sido el caso de Larrañaga, que no sólo criticó y cuestionó a la conducción de dicha cartera en el período anterior, sino que la asumió y trató al menos de mostrar otra cosa, tal como la concebía.
En definitiva coincidimos en que no sólo el Partido Nacional, sino el país todo ha perdido un gran hombre, honesto, pasional y humano.
A.R.D.