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sábado, noviembre 29, 2025

De un sueño a la piel: la historia de Elías Tattoo

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Diario EL PUEBLO digital

En el corazón de Salto, entre historias grabadas en la piel y el pulso constante de las agujas, se encuentra Roberto Elías, más conocido como “Elías Tattoo Studio”, un artista que lleva más de tres décadas dedicando su vida al tatuaje.

Su historia no es solo la de un profesional del arte corporal, sino la de un soñador que convirtió una pasión nacida en su infancia en un modo de vida. Desde muy joven, Roberto demostró tener un talento especial para el dibujo, herencia de una familia de artistas y artesanos donde el arte se respiraba a diario: su padre, talabartero de oficio, y su abuelo, ambos hábiles con las manos y el trazo, marcaron su camino sin saberlo. 

Su acercamiento al tatuaje fue, como él mismo dice, una mezcla de curiosidad, destino y obstinación. En una época donde no existía la facilidad de conseguir máquinas, tintas ni formación, Elías comenzó como autodidacta, fabricando sus propias herramientas y aprendiendo observando a otros tatuadores en viajes o ferias.

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Desde los 18 o 19 años, su determinación lo llevó a Buenos Aires, donde se perfeccionó y conoció a artistas reconocidos internacionalmente, consolidando las bases de lo que más tarde sería su carrera.

Pero su vínculo con el tatuaje tiene una raíz aún más profunda: un sueño que tuvo de niño, en el que se veía tatuando y viajando por el mundo, incluso con detalles tan precisos como el nombre de una tinta china que años después descubriría que realmente existía. Ese sueño fue, según él, una señal de que su destino ya estaba escrito. 

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

Con humildad, recuerda sus inicios en el barrio, cuando tatuar era una aventura y una búsqueda constante. “Nosotros éramos los pioneros”, dice con orgullo al referirse a él y a su colega Nelson Fagúndez, con quien marcaron el comienzo del tatuaje en Salto, en una época en la que ser tatuador era algo poco común e incluso mal visto. Para muchos, tatuarse era un tabú, y los artistas del rubro eran catalogados como “los locos del barrio”.

Aun así, Elías nunca bajó los brazos. Desde su pequeño local en Ceibal, con herramientas improvisadas y más pasión que recursos, comenzó a dejar huella —literal y simbólicamente— en quienes confiaban en él. 

Con los años, su trabajo trascendió fronteras. Tatuó en Buenos Aires, conoció artistas de renombre de Argentina y Brasil, y fue reconocido entre los siete mejores estudios de tatuaje del Uruguay en 2021. A pesar del paso del tiempo y del avance tecnológico, se mantiene fiel a su estilo: el black and white, el arte en blanco y negro que, según él, refleja su propia personalidad: “Soy o blanco o negro, no soy intermedio”. Cada tatuaje que realiza lleva consigo una carga emocional, una historia, una parte de su alma. 

Elías no solo se define por su arte, sino también por su humanidad. Su anécdota con un joven salteño al que ayudó cuando no tenía para comer muestra el costado más noble de un hombre que valora más las personas que el dinero. “Capaz nunca haga plata por eso mismo —dice— porque no me gusta que alguien se vaya sin su tatuaje.” 

Hoy, desde su estudio en Salto Nuevo, sigue desafiando los esquemas y manteniendo viva la esencia del tatuaje como arte y expresión personal. Aunque las nuevas generaciones de tatuadores trabajan con tecnología avanzada y estilos digitales, Elías defiende con orgullo la vieja escuela: el dibujo a mano alzada, la creatividad genuina y el valor del esfuerzo.

Su visión del arte del tatuaje trasciende la estética; para él, es un modo de vida, una vocación y un puente entre el alma del artista y la piel del cliente. Después de más de 35 años dedicados a esta profesión, asegura que seguirá tatuando “hasta el día que me muera”, porque más que un trabajo, el tatuaje es su historia, su legado y su forma de permanecer para siempre. 

Por tal motivo, el protagonista de la historia de vida de hoy es Roberto Elías, “Elías Tattoo Studio”. 

¿Cómo fue tu primer acercamiento al mundo del tatuaje? 

“Vengo de una familia de dibujantes, somos todos familia: padre, abuelo… todos dibujamos. Empecé con pirograbado en cuero. Mi viejo es talabartero, toda la vida hizo dibujos en cuero. 

Yo buscaba el tatuaje, me gustaba el tatuaje. Empecé a tatuar a la gente, a probar tatuajes, pero en ese tiempo nosotros éramos autodidactas. No se conseguía una máquina, no se conseguía tinta, y de ahí íbamos aprendiendo a medida de la marcha. 

Íbamos aprendiendo de otros tatuadores con más experiencia que nosotros. Como mi viejo viajaba a Punta del Este o a Brasil, o lugares así, el tatuaje ya estaba más adelantado que acá. Yo me paraba en una ventana y miraba al tipo cómo tatuaba; de ahí me fui vinculando a eso, preguntando. 

Y después, hasta el día de hoy, creo que fue todo por un sueño que tuve, que es increíble. Soñé de niño, 11 o 12 años, que era tatuador, que viajaba a Japón, a lugares así en mi sueño, y cosas que coincidieron en la vida. 

Hasta una tinta que se usaba en ese tiempo en el sueño: la tinta Nankein. Hablaba con un chino en el sueño, me quedó patente ese sueño. 

Cuando viajo a Buenos Aires, que fui a comprar justamente la primera máquina, pregunto por una tinta y me dice: ‘Mirá, para empezar usan mucho una tinta marca Nankin’, que es una marca de tinta china. Y el sueño mío era Naikein, fue una pronunciación, poquitas letras de diferencia. Fui, conseguí la tinta y empecé a tatuar.” 

¿Ahí qué edad tenías? 

“18, 19 años. Me fui mucho tiempo a Buenos Aires, que ahí fue donde aprendí más del tema, con gente más profesional. 

Hoy en día tengo amigos que son muy respetados en el mundo por el tema del tatuaje: Sergio Sancast, Cacho de Indian Tattoo, mucha gente de Argentina que he conocido, de Brasil… son gente que hoy en día son los mejorcitos que hay, y tengo trato con ellos.” 

¿Recordás cuál fue el primer tatuaje que hiciste?

“Sinceramente no me acuerdo, pero sé que fue a un amigo del barrio. Me sirvió como conejillo de Indias para probar, con una máquina que yo me había hecho, porque justamente como no conseguíamos una. 

Una revista no se conseguía, era todo muy, muy escaso. Le hice a un vecino, se hizo en el brazo un tatuaje, un vecino que hasta el día de hoy tiene ese tatuaje. Debe de tener 40 años.” 

¿Siempre te salieron bien los tatuajes? 

“Y eso, más o menos. Es el punto que siempre quiero tocar, el tema del tatuaje. 

Nosotros, yo y mi colega —que lo voy a nombrar— Nelson Fagúndez, fuimos los pioneros en el tema del tatuaje acá en Salto. Yo aprendí mucho de él y no sé si él aprendió algo de mí, pero éramos nosotros dos, los únicos dos: él allá en el Cerro, que tenía su local en calle Charrúa, y yo acá en Ceibal. Éramos las dos puntas, los dos extremos. 

Lo que hablábamos con él el otro día, que tuve una comunicación porque él está viviendo en España ahora, ya está radicado allá con familia y todo, y tenemos comunicación. 

Nosotros somos los tatuadores del año 80 y pico, 90, y hoy en día la tecnología nos ha pasado por arriba. En mi caso tengo muchas críticas. Para mí el tatuaje es como el mecánico: no podemos criticar a un mecánico del año en que las herramientas eran escasas, a hoy en día que un mecánico te saca un tornillo con un destornillador eléctrico. 

Lo de aquellos años era todo manual, con bocho y fuerza. Con el tatuaje pasa lo mismo. Hay gente que nos compara; en mi caso te comparan, te dicen: ‘Mirá, el tatuaje de Elías es del año treinta’. 

Y bueno, yo en el treinta no tenía la máquina que tenés hoy en día, no teníamos acceso a eso. Hoy en día vos agarrás el teléfono, llamás a Montevideo y te mandan una máquina de última tecnología.” 

¿Tenés algún estilo que te identifique? 

“Yo lucho con todos los estilos. Me dedico más al black and white, que viene a ser en blanco y negro. 

Ese es el estilo mío, el que me gusta, y creo que es mi vida misma: es el black and white. Soy o blanco o negro, no soy una persona intermedia.” 

¿Cómo describirías tu arte, lo que hacés, en pocas palabras? 

“Y para mí, yo siempre digo: capaz no soy el mejor ni el peor ni nada, pero sé que lo hago con el alma.

Es un sueño de niño. Cada tatuaje que hago le pongo lo mejor.” 

¿Tu familia qué opina sobre el tatuaje? 

“Y al principio, cuando empecé a tatuar, era ‘el loco de la familia’. Era el loco, era esto, era lo otro. 

Y hasta el día de hoy mucha gente como que todavía sigue marcando el tatuaje como si fuera de presos, como que te discriminan por el tatuaje. Y Salto mismo es una ciudad muy especial también en eso.” 

“Yo me hice querer en Salto, pero noto que también hoy en día hay mucha gente, muy buenos tatuadores en los barrios y en otros lugares, y son discriminados. Es muy especial Salto.” 

“Hay veces que no buscan el arte, buscan el glamour, el local. Y en realidad hay muchos tatuadores —me subo yo en ese caso—. 

Yo elegí porque toda la vida me gustaron los desafíos. Yo me fui al barrio, y la he pasado mal en el barrio, pero gracias a Dios tengo mis clientes, y hace 35 años que vivo de esto.” 

¿Hoy estás en Salto Nuevo? 

“Hoy estoy en Salto Nuevo. Siempre me gustó romper los esquemas, nunca me gustó ser igual a nadie, siempre fui diferente.” 

¿Recordás alguna anécdota especial de algún cliente? 

“Me acuerdo de tatuajes y de gente que en un tiempo capaz era muy conocida. 

Me acuerdo que me iba de viaje a Buenos Aires, tenía local en Buenos Aires, me iba allá a laburar y me crucé con un tipo de Salto, que se iba a trabajar a los arándanos justamente, el gurí, con un colchoncito en el hombro. 

Y a mí me partió el alma porque en aquel tiempo yo trabajaba muy bien, se facturaba muy bien y viví esa época buena. Me acuerdo que íbamos con el tipo y me dice: ‘Vos sabés que cuando venga de la Argentina otra vez para Uruguay me voy a tatuar con el mejor tatuador que hay en Salto’.

(Mirá, se me eriza la piel). ‘Me voy a tatuar con el mejor tatuador’. Y le digo: ‘¿Quién es el mejor tatuador?’. Y me dice: ‘Uno que tiene ahí en calle Brasil, no sabés lo que es el loco’. 

Y entablamos una conversación: vos para dónde vas, para dónde venís. Me dice: ‘Me voy a hacer la boga allá, porque los arándanos y no sé qué fruta en la Argentina pagan bien’. 

Me dio una lástima, y le digo: ‘Vamos a comer conmigo’. Y él seguía con el tema del tatuaje. 

Después, hablando, le digo: ‘¿Vos sabés quién soy yo?’. Porque lo invité a comer. Me dice: ‘No, yo no tengo un mango, voy directo con la guita para laburar’. 

Y le digo: ‘¿Vos sabés quién soy?’. ‘No, ¿quién sos?’. ‘Elías Tattoo, ese que vos me estás hablando hace rato’. 

Y él me abrazaba. Hasta el día de hoy me trajo la familia a conocer. Un día dice: ‘Este hombre fue el que me salvó, yo no tenía para comer’. 

Y creo que siempre me identifiqué por eso, porque tengo tatuajes que los he cobrado muy bien, y tengo tatuajes que le he hecho a gente por eso mismo. Capaz nunca haga plata por eso mismo, porque soy de esas personas que no me gusta que se vaya sin el tatuaje. 

Trato de lograrlo, o se lo hago más rápido, o le digo: ‘Bueno, te tenés que aguantar y yo te lo hago en una hora’, un tatuaje que demoro dos. Entonces la gente, en esa parte, está bueno tener eso, ser más reconocido por lo macanudo y por el tema humano.” 

“El tema de las críticas, que lo hago barato, siempre va a haber; el tema competencia siempre hubo.” 

“Hoy en día, con la edad que tengo, ya no me interesa competir con más nadie. Yo ya logré lo que quería.” 

“En el 2021 estuve en los mejores estudios de tatuaje, estuve entre los siete mejores del Uruguay.” 

“Yo no compito con alguien que te calca: imprimen en la computadora un dibujo y te lo pasan en la piel. Yo por eso no compito. Nosotros éramos dibujantes: a mano alzada agarrábamos un lápiz y te lo dibujábamos.” 

“Yo era el primer tatuador de los motokeros en la Argentina, y estábamos en la maratón de Tinelli. He andado en muchas cosas, siempre la jugué de perfil bajo.” 

¿Qué le dirías a una persona que está por empezar en este mundo del tatuaje?

“Que se le hizo más fácil que a nosotros, porque nosotros prácticamente, como una manera de decir, tatuábamos con un clavo. 

Hoy en día la tecnología avanzó, pero igual yo me quedo más con el estilo vieja escuela. Yo creo que todo da vuelta, como la moda: se va para arriba y después va a llegar un momento en que vamos a volver a lo mismo. 

Mucha gente valora más el estilo mío, dibujado a mano, que un estilo que te lo impriman.” 

“Yo sigo viviendo de esto hace 35, 36 años ya. A veces siento como fracaso, como todo artista, porque creo que no nos valoran. 

El otro día lo hablábamos con Fagúndez: muchas veces no nos valoran por el tema de que somos vieja escuela. Pero no nos valoran gente que no entiende. 

Es como hoy en día los abuelitos, los meten en un geriátrico porque son abuelitos, y en realidad son la misma persona en distinta etapa de la vida, que la vamos a tener todos: tanto el tatuador, el mecánico y uno mismo como persona. 

Son etapas de la vida que vivimos; por ahí nos equivocamos, le erramos, pero tenemos que ser valorados como sea.” 

“Hasta el día que me muera voy a hacer tatuajes.”

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