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lunes, diciembre 8, 2025

Cuando el trazo se vuelve una forma de verdad

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Diario EL PUEBLO digital

Mario Perillo: el dibujante salteño que hizo de la carbonilla una voz del paisaje interior

Nacido en Salto en 1962, Mario Perillo es uno de esos artistas imprescindibles que Salto atesora en silencio. Multipremiado, respetado en galerías nacionales e internacionales, dueño de una técnica depurada y emocional, pero ajeno a las grandes marquesinas.

Su obra —tejida con carbonilla, madera y luz— habita ese territorio donde la materia respira y el trazo se vuelve una forma de verdad.

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EL ARTISTA QUE DIBUJA DESDE LA RAÍZ

Hay artistas que buscan el centro iluminado del escenario, y otros que prefieren el borde, donde el silencio afina mejor la mirada. Mario Perillo pertenece a estos últimos. Estudió dibujo y pintura con el maestro Daniel Amaral Oyarvide y, desde entonces, ha construido una obra tan consistente como profunda, que lo ha llevado a exponerse en Argentina, Brasil, España, Estados Unidos y en múltiples salas del país. Más de cincuenta muestras colectivas y cuatro exposiciones individuales delinean un trayecto fértil, paciente, sin estridencias, donde la calidad habla más alto que el ruido.

Su recorrido artístico es un mapa de premios, menciones y reconocimientos que harían pensar en una figura mediática. Sin embargo, Perillo ha elegido siempre el bajo perfil, su obra circula más que su nombre, su trazo es más famoso que su rostro. En los salones nacionales, en concursos departamentales y en instituciones como el BID en Washington D.C., su trabajo se abrió camino con la fuerza de lo auténtico. Primeros premios en Uruguay y en el exterior, selecciones en bienales y muestras internacionales, presencia en catálogos y archivos culturales: su trayectoria está escrita en tinta firme.

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LA CARBONILLA COMO OFICIO, COMO RESPIRACIÓN

La carbonilla es, quizás, el verdadero idioma de Perillo. No como herramienta, sino como un modo de tocar el mundo. Su dominio del claroscuro —esa danza entre negros intensos, grises que se difuminan y luces que apenas rozan el papel— ha sido uno de sus sellos distintivos. En sus manos, la carbonilla deja de ser polvo para convertirse en atmósfera, en piel, en hueso, en latido.

La textura del carbón vegetal, nacido de la madera, le permite un trazo que va de lo íntimo a lo contundente. Sus dibujos poseen algo de rito antiguo, el artista dialoga con un material milenario, y ese diálogo se filtra en la obra con una honestidad austera, casi ritual. Cuando incorpora la madera como soporte o discurso visual, la pieza respira doblemente, lo orgánico del trazo conversa con lo orgánico del origen.

LOS TEMAS QUE LO PERSIGUEN, LA MATERÍA, EL CUERPO Y EL SILENCIO

En el universo creativo de Mario Perillo, nada es casual ni meramente decorativo. Sus obras parecen surgir de un territorio donde la naturaleza respira desde adentro, los cuerpos se tensan como si cargaran una historia y la técnica es, más que un procedimiento, un modo de pensar el mundo. Hay en cada trazo una obstinación íntima, la de volver siempre a ciertos temas que lo persiguen, que lo convocan y lo sostienen.

La naturaleza aparece en su pintura sin la docilidad de la postal. No es paisaje, es materia viva, es fuerza interna, respiración y grieta. A veces son animales, otras veces huesos que sugieren lo que la vida deja atrás, la arquitectura secreta del cuerpo, su fragilidad expuesta. Esas anatomías no describen, demandan.

El ser humano ocupa un lugar central, pero lejos de la solemnidad clásica. Perillo trabaja figuras tensas, cuerpos como “nudos”, torsiones que funcionan como metáforas del existir. En esos cuerpos parece concentrarse la condición humana, la fuerza, la caída, la resistencia, la cuerda floja donde todos buscamos equilibrio.

Y detrás de todo eso está la técnica, entendida como un ejercicio espiritual. El gesto, el trazo, la insistencia en el dibujo. Perillo estudia, prueba, corrige, vuelve, duda. Su obra es también un registro del propio acto de pintar, de esa búsqueda infinita del trazo justo que nunca se alcanza del todo, pero que siempre justifica el intento.

En sus cuadros, el tiempo parece suspendido y el silencio encuentra espesor. Perillo no pinta lo visible, pinta lo que queda cuando la luz deja de ser suficiente. Y en ese remanso entre lo que se ve y lo que apenas se intuye, su obra se convierte en una experiencia que acompaña, inquieta y persiste.

UN ARTISTA LEJOS DE LAS MARQUESINAS

A pesar de su lista impresionante de premios —desde el Salón de Arte Joven Mosca Hnos hasta concursos del Nuevo Banco Comercial, la Junta Departamental de Salto, Patria Gaucha, Isusa, el Bicentenario de Cancillería y selecciones en Madrid y San Pablo, entre muchos otros—, Perillo mantiene un pie en la tierra y quienes lo conocen lo cuentan con orgullo, casi con devoción, no sólo aprendieron técnica, aprendieron a mirar, con esa mirada “Perillana”.

Su obra forma parte del acervo cultural uruguayo, está registrada en bases como Autores.uy y AGADU, y un espacio cultural en Salto lleva su nombre. Es un reconocimiento que nace del territorio, de su gente, del paisaje que él ayudó a pensar y a retratar.

EL ARTISTA MULTIPREMIADO

Se sabe que muchas veces el arte suele confundirse con espectáculo, Mario Perillo, desde la vereda de enfrente, nos recuerda que el verdadero fuego creativo se alimenta de silencio, de paciencia y de materia. Su obra —hecha de carbón, madera y sombras que respiran— sigue creciendo lejos del estruendo, como crecen las cosas que de verdad perduran. Salto lo vio nacer; el arte uruguayo lo vio crecer, la vida nos pone frente a un creador constante. En cada trazo suyo late una certeza, algunas luces nacen en la penumbra.

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