Crónicas de un hombre común en un mundo demasiado sensible
Este es un tiempo al que le duele el destiempo como decían aquellos, pensando en estos otros. Y en momentos de tanta sensibilidad cualquier movimiento es interpretado por la óptica de quien lo mira, y llegan a tanto las interpretaciones, que por el hecho de decir simplemente «voy al baño», algunos argumentarán que es para descargar su culpas, alivianar su penas o dejar de lados sus rencores.
Es tanta la sensibilidad existente que si uno, en un acontecimiento social, entre flashes cámaras y micrófonos, le suena el celular y uno baja la mirada, los analistas más sensibles dirán que uno agacha la cabeza porque le da vergüenza, tiene miedo, culpa o se siente incómodo.
Los otros días, por casualidad, enfrenté a un semáforo, mirando cuando cambiaba al verde para cruzar por la senda del peatón. Alguien con alto grado de sensibilidad, que estaba allí, detrás de una columna, según él, porque yo no lo ví, dice luego:
– Vos sabés que ya no mira, no, no, ya no es el de ante, ni me saludó.. mire si no se va a dar cuenta que estaba detrás de la columna….
NI EL CASCO RECONOCE
Otro caso. caminando por la avenida, las motos van y vienen, a alta velocidad, a mucha más velocidad de la permitida. Uno caminando por el sendero del medio, sumido en pensamientos que iban más que nada ordenando la actividad a cumplir cuando llegara a mi lugar de trabajo, escucha luego por terceros, que fulano le dijo a mengano…
– Pasamos al lado suyo, lo miramos y ni nos saludó…
– Anda mal este muchacho, mire si no va a conocer el casco de ustedes, que será igual al de todos los demás, pero este es el casco de ustedes, los tiene que reconocer…
– Es lo que yo digo…para mi que le pasa algo, no se puede dejar de saludar de un día para el otro…
ESTÁ OBSESIONADO, ESTÁ
En la cola del cajero automático, frente al cajero del supermercado o en el almacén del barrio, difícilmente uno mire a la calle, para ver quienes van o vienen, quiere hacer lo que fue hacer y retornar a su hogar o ir a donde tiene que ir…Y uno no se salva de comentarios tales como…
– Le importa solo la plata che, parece desesperado, va al banco con temor que no quede plata para él…
– Está cambiado, no hay dudas…
– Es más después en el supermercado miraba lo que sumaba la caja registradora, y eso que la cajera estaba que partía la tierra, él ni fu ni fa en eso, le importaba lo que sumaba la caja…
– Está cambiado, no hay dudas..
– Y compra en el centro, muy poco en el barrio, que sé yo, no es el mismo, me duele decirlo ….
– está cambiado, no hay dudas…
– Ahora, yo digo, por qué cambió, que lo llevó a ser de esta manera actual, te preguntantes vos…?
– Y es por la plata, o está mal de la cabeza. yo que querés que te diga, siempre compré en el barrio, nunca fui al centro a comprar, mi mujer si, pero yo no, sigo fiel a los boliches chicos, a la verdulería, a la panadería, a mi carnicería, porque es mi carnicería, los asados de los domingos los compro allí desde hace cuarenta años, y hasta sé la cantidad de cada grasita por kilo que me da el carnicero, y si se pasa un poco y yo se lo digo, el siempre responde los mismo…»está lindo para el chicharrón, también, con el aperitivo…», y me gana, tiene razón, el amarillo con hielo, acompañado de un buen chicharrón con pan, manda a parar de lejos….
– Yo también soy de barrio, y no cambio, pero este, está tan cambiado, compra en el centro y vive en el barrio…
– No tiene conciencia de clase….
– Que va!
CUANDO ERA GARUFERO
– Antes escribía canciones de murgas, tomaba el trago con los muchachos, se quedaba para la buseca o los asados de los viernes. Ahora no te escribe ni una reggeaton, toma cerveza sin alcohol y no se queda para las comidas, porque extraña a su mujer…
– Vos te acordás lo que hablaba de política, siempre opinando, siempre teniendo la última y argumentando como un doctor, como un filósofo y si hasta creímos que era un político disfrazado que en cualquier momento abría un club…
– Y lo fanático que era del fútbol, no le podías hablar de la selección ni de Defensor ni de Ferro Carril y menos que menos de Independiente de Avellaneda, si habrá roto con Bochini y Bertoni y el Chivo Pavoni…
– Y de Maradona, ni te digo.
– Si habrá cambiado que ya no usa camisetas de fútbol que se ponía cuando volvía del trabajo, creo que ya ni mate toma, por lo menos afuera de su casa.
– Para mi está en alguna religión o le hizo promesa a un cura, un monge o un pastor, a algún hermano de fe y se las pasa rezando en su casa…
– Yo no te quiero mentir, pero estoy casi seguro que los otros días lo vi de lejos leyendo un libro, y si no era una biblia era un libro religioso…
LOS QUE DIGANOSTICAN LA VIDA

Y así transcurre este tiempo tan sensible que, si uno respira un poco más fuerte de lo habitual, enseguida aparece algún iluminado diciendo que es un suspiro metafísico, que uno anda pesado de espíritu o que está intentando inhalar la esencia de la vida porque perdió el rumbo. A este paso, cualquier día de estos bostezo y me diagnostican crisis existencial, apnea moral y cansancio histórico, todo junto.
La otra tarde, sin ir más lejos, me quedé quieto unos segundos frente a una vidriera —no por nada profundo, sino para ver si tenían las alpargatas en oferta— y atrás escuché que alguien murmuraba:
—¿Ves? Está mirando su reflejo, pobre, se está preguntando quién es…
—Es la edad… —contestó otro, con tono de experto en almas ajenas—. Cuando uno llega así, a ese punto, empieza con esas preguntas…
Y yo apenas quería saber si el descuento era real o trampa publicitaria. «Quién soy» no me pregunté nunca: si con saber dónde dejé las llaves ya me alcanza para la jornada.
TE SACO ENSEGUIDA, DE SOLO MIRARTE
Es que últimamente cualquier gesto cotidiano se vuelve símbolo, metáfora o señal de alerta. Si uno se ajusta el cinturón, dicen que es por austeridad forzada; si se afloja un botón, es que anda liberado; si camina rápido es porque huye de sí mismo; si camina lento, porque carga el peso del mundo. Y si camina normal… bueno, ahí sí que están seguros de que algo grave pasa.
Al final, entre tanta interpretación creativa, uno termina dudando de sí mismo. El otro día pensé: “Capaz que realmente estoy cambiado”. Pero enseguida me tranquilicé. Me miré la panza, el peinado que nunca tengo, la misma camisa con olor a domingo, y dije: “No, sigo igual que siempre: desprolijo, apurado y sin tiempo para filosofías ajenas”.
Y llegué a una conclusión que quizás le sirva a la humanidad —o por lo menos al barrio, en un pueblo donde todos opinan de todos, el verdadero acto revolucionario no es saludar, ni mirar, ni ignorar, ni comprar en el centro o en el barrio… El acto revolucionario es simple, ser uno mismo sin pedir permiso, ni siquiera a su sombra, si ella quiere que me siga y sino que se quede a conversar con el sol o se recueste a la pared y deje que febo Apolo me coloree las mejillas.
Porque, a fin de cuentas, entre tanto análisis, sospecha y dramatismo, lo único que importa es algo muy sencillo: si el carnicero sigue guardándote el mejor corte, si te cobra honesto y si te guiña el ojo cuando te pone un poco más de grasa “para el chicharrón”, entonces tu vida está en orden.
Para todo lo demás, que digan lo que quieran. Total, hablar siempre hablaron. Y si algún día dicen que cambié… bueno, que se tranquilicen, el mundo sigue igual de loco, y yo sigo igual de yo. Y con eso alcanza.









