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domingo, septiembre 14, 2025

Chumbo Molina, la memoria sonora de un hombre detrás de los escenarios

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Diario EL PUEBLO digital
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Entre cables, voces y viajes, se fue tejiendo la vida de un salteño que encontró en el sonido un destino inesperado. Desde el Cosquín en Salto hasta los escenarios argentinos, y finalmente México, su historia es la de un hombre que supo escuchar la música desde adentro, más allá del aplauso y de las luces.

Comparto hoy con nuestros lectores lo que me comentó Héctor Molina, que muchos sabrán quien es, y otros «caerán» después, cuando les diga que se trata del Chumbo Molina. Chumbo, fue el sonidista del que narrábamos al comienzo, y si bien el trabajo de un sonidista es clave para un cantante o una banda, su labor está detrás del escenario, los aplausos que premian a los artistas son también, aunque el gran público no lo sepa, para quien hace que todo suene de maravillas…

EL ARTE INVISIBLE DE UN SONIDISTA

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Entre la maraña de guitarras, voces, bajos y percusiones, su oído entrenado busca el equilibrio justo, esa mezcla en la que cada instrumento respira con nitidez y cada voz alcanza a decir su verdad sin ser ahogada por la otra. Su trabajo es invisible, pero sostiene la magia.

El buen sonidista no se limita a girar perillas, conoce el alma del repertorio. Sabe en qué compás se eleva la intensidad, cuándo una pausa exige silencio profundo, y en qué instante preciso un efecto puede encender la emoción del público. Anticipa los movimientos de la banda como si leyera la partitura del aire.

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Además, es un maestro de la geografía acústica. No es lo mismo un teatro íntimo que un festival al aire libre, ni una sala cerrada que el eco abierto de una plaza. El sonidista adapta la música al espacio, domando reverberaciones, domando graves que se desbocan, silenciando «retornos» que amenazan con romper el encanto.

Es guardían del instante. Su ojo atento descubre antes que nadie el cable flojo, el micrófono fatigado, la chispa que podría arruinar la armonía. Mientras los músicos se entregan al escenario, él vigila desde la penumbra para que nada interrumpa el hechizo. El sonidista es, en definitiva, un artesano del aire. Esto fue el Chumbo Molina haciendo la tarea de sonidistas. No lo digo yo,no le doy un simple color, me lo contaron músicos que tocaron en bandas que trabajaron con él y gente vinculada al espectáculo de los años setenta y ochenta, del Siglo pasado.

LO QUE ME CONTÓ EL CHUMBO, SE LOS CUENTO A USTEDES

Me dijo que: El camino hacia la música, en este caso, no comenzó con una guitarra ni sobre un escenario iluminado. Fue en un liceo de Salto, compartiendo pupitre con Carlitos Racedo, cantante del grupo Interludio, cuando un joven curioso se dejó arrastrar hacia los secretos del sonido. Primero fueron los ensayos, después los micrófonos, los cables y las cajas; hasta que aquel mundo que parecía invisible se volvió una pasión que lo marcaría para siempre.

Y LOS SONIDOS LO LLEVARON POR AHÍ…

Cuando Interludio se disolvió, su viaje sonoro tomó nuevos rumbos. Con el grupo Evolución llegó la aventura de emigrar a Santa Fe, en Argentina. Los escenarios, las rutas y los sueños eran parte del día a día. Allí surgió el contacto con Yerba Buena, la banda que arrasaba con su “Canción Popular”. Aunque en un primer momento prefirió mantenerse fiel a Evolución, más tarde el destino lo llevó a sumarse al grupo argentino, entrando en un circuito que desbordaba energía y desafíos.

LOS CAPRICHOS DEL DESTINO

Pero la vida —siempre caprichosa— lo devolvió a Salto en un viaje donde un encuentro casual con Cotto (Forrisi) abrió otra puerta: la de los Linces, que buscaban una nueva voz técnica para reemplazar al Rata Nan. Fue así que los kilómetros se multiplicaron y los escenarios se sucedieron, como estaciones en un tren que nunca parecía detenerse.

CUANDO APARECEN LOS AMIGOS Y TIENDEN LA MANO

La amistad también fue un cable tendido. Manteca Núñez y Perón Peralta lo invitaron a trabajar junto a Tato Vigo y el grupo Azul, experiencia que lo reconectó con la tierra salteña y lo llevó a participar en grandes eventos en el Parque Harriague: el Cosquín en Salto, la Estudiantina y festivales que hoy pertenecen a la memoria cultural de la ciudad.

Entre tanto, se sumaron otros proyectos, como aquel grupo con Jolo Realini para animar la Semana de Turismo en Termas, o el Festival de Paso del Salado en Santa Fe.

ÓRALE MIS CHARROS

Todo ese recorrido puede contarse como un mapa trazado en sonidos, amistades y viajes. Y como todo mapa vital, un día señaló un horizonte distinto: México. Hace ya 48 años cruzó fronteras y se instaló en Cancún, donde rehizo su vida y se convirtió en empresario, aunque nunca dejó de llevar consigo aquel eco de los escenarios.

EL CHUMBO Y LOS SONIDOS DE LA VIDA

Su historia no es la de un músico ni la de una estrella, sino la de alguien que aprendió a escuchar la vida desde detrás de los parlantes, allí donde el silencio se transforma en vibración y la emoción del público se multiplica gracias a un buen oído y una mano firme en la consola.

Porque hay quienes cantan y quienes iluminan, pero también están los que, desde las sombras, hacen que todo suene. Y en esa discreta magia, se esconde una parte esencial de nuestra memoria cultural.

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