Artista visual y licenciada en Fonoaudiología, presentó recientemente la muestra “Sacro” en el Museo de Bellas Artes de Salto. Con más de tres décadas de trayectoria, reflexionó sobre los desafíos de crear y exponer obras en Salto, el valor del arte como sanación, la coordinación de cultura y la urgencia de políticas culturales que acompañen a los creadores.
¿Cómo es exponer en Salto?
Es un reto que implica mucho más que colgar las obras en una sala. Todo lo gestionamos los artistas: el apoyo institucional es muy escaso o prácticamente nulo.
Lo máximo que conseguimos es la sala del museo; después, montaje, iluminación, diseño, todo corre por nuestra cuenta. Cada exposición insume una gran inversión económica y personal.
En el caso de “Sacro” conté con la ayuda de Andrés Martínez, que realizó el montaje y el diseño del catálogo y de Gonzalo Barbat en la iluminación, pero todos los gastos salieron de mi bolsillo.
No hay montajista ni iluminadores en el museo, que deberían ser algo básico. Esa falta de apoyo desmotiva: muchos artistas invierten tiempo, dinero y esfuerzo, pero se encuentran con un muro y terminan abandonando.
¿Qué es lo que te mantiene en el arte?
Lo que me sostiene es el amor por crear, la necesidad de contar y comunicar. Todos los duelos que atravesé en mi vida los hice a través del arte. Ha sanado muchas cosas de mi alma y de mi vida personal. También tuve grandes maestros que me alentaron y el haber visto exposiciones en distintas partes del mundo me ayudó a decirme: puedo crear obras de esta calidad.
Creo que el artista tiene la obligación de contar, denunciar, reclamar y manifestarse. En mi caso, mi obra, en su mayoría autorreferencial, también ha tocado cuestiones sociales y políticas.
¿El arte es terapia?
Sí, también es terapia. Siempre digo, y se lo transmito a los niños en talleres de plástica, que el arte sana. Es un espacio donde uno puede volcar emociones, sacarlas, expresarlas. Es terapéutico; así lo ha sido para mí toda la vida.
¿Hay escasez de oferta de arte? ¿Cómo se administra la indiferencia?
No creo que falte arte ni artistas en Salto, tal vez sobra indiferencia. El problema es la falta de oportunidades para mostrarlos y, en el caso de las artes plásticas, falta una cultura de visitar museos. En otros países, los museos están llenos de ciudadanos que asisten regularmente; acá no. Hay que trabajar para generar esa cultura, pero faltan políticas que la apoyen.
La Pinacoteca del Museo de Bellas Artes de Salto, segunda en importancia a nivel nacional después del Museo Nacional de Artes Visuales, es un ejemplo del potencial que tenemos.
¿Cuál es el papel de los jerarcas?
Dentro de la Intendencia siempre tuve el apoyo humano de Lucia D’Angelo y Gabriela González, dos funcionarias muy accesibles y dispuestas a colaborar, especialmente en la difusión de proyectos, pero no cuentan con recursos ni poder de decisión final, por lo que hacen lo que pueden dentro de esas limitaciones.
Todo depende de que los jerarcas quieran, tengan voluntad. Valoro mucho la visita reciente del nuevo Coordinador de Cultura a APLAS, donde escuchó nuestras inquietudes. Eso ya es un avance, porque nunca había pasado y me deja con mucha esperanza.
Pero necesitamos mucho más que buenas intenciones, necesitamos técnicos en arte ocupando los cargos. Salto fue históricamente cuna de grandes artistas y hay que volver a eso.
En “Sacro” integraste varias disciplinas. ¿Cómo fue el proceso?
Conté con la colaboración del músico Charles Prates, del luthier Federico Oliveri y de Bruno Blanco en el área audiovisual.
Las piezas centrales incluían instrumentos musicales reales construidos a partir de reproducciones anatómicas de un hueso sacro, que traje de Estados Unidos. Quería que formaran parte del instrumento, no que fueran un adorno. Fue un trabajo complejo: en el caso de la kalimba hubo que rehacer la caja para lograr la resonancia correcta.
¿Qué lugar ocupa el catálogo en tu trabajo?
El catálogo de la muestra —diseñado por Andrés Martínez, con fotos de Pablo Cunha y textos curatoriales de Oscar Larroca— es un registro imprescindible. Sin catálogo, la muestra queda como en el aire.
También cuesta mucho dinero producirlo, por eso decidimos hacer reproducciones seriadas y firmadas de algunas obras que gustaron al público, para venderlas junto con el catálogo y recuperar parte de la inversión.
Contanos sobre tu viaje a Japón
Del 23 de septiembre hasta el 3 de octubre estaré en Japón. Es un proyecto que me tiene muy entusiasmada. Siempre me interesó el arte japonés y el budismo zen y, ahora, tengo la posibilidad de acercarme directamente a esa cultura.
La idea es recorrer espacios dedicados al arte contemporáneo y, en particular, llegar a Naoshima, conocida como “la isla de las artes”, donde está gran parte de la obra del arquitecto Tadao Ando, a quien admiro y sigo desde hace años, junto con instalaciones y piezas de artistas como Yayoi Kusama, entre otros.
Este viaje es, para mí, una forma de nutrirme de nuevas experiencias y de entrar en contacto con un país que ha sabido convertir el arte en motor cultural y económico, algo que considero inspirador para pensar cómo potenciar la producción artística en nuestra ciudad.
¿En qué trabajás ahora?
Actualmente desarrollo “Obra”, un proyecto basado en testimonios de 43 mujeres argentinas pobres que fueron captadas por una organización religiosa para trabajar como numerarias auxiliares.
No es una crítica a la religión, sino la narración plástica de esas vidas. Fueron explotadas durante más de 20 años, aisladas de sus familias, sin recibir remuneración y sometidas a un control total. Muchas salieron sin saber cosas básicas, como cruzar un semáforo. Es un tema que me conmueve profundamente.
En cada respuesta, dejo claro que para mí el arte es tanto un espacio íntimo como una responsabilidad social: un trabajo que exige inversión, compromiso y, sobre todo, un profundo deseo de contar.










