Larga ha sido la discusión sobre si ética y moralmente es viable esta ley, o si al estar en aparente contradicción con el valor de la vida, el Parlamento podría ser cuestionado por las distintas creencias religiosas y los defensores de los cuidados paliativos.
Pero la verdad objetiva, empírica e histórica marca que Uruguay ha sido y sigue siendo, pionero en políticas revolucionarias para su tiempo. Basta remontarse al siglo pasado, cuando la mujer conquistó el derecho al voto o cuando se reguló la jornada laboral de ocho horas. Leyes vanguardistas que definieron nuestra identidad como nación.
Ni que hablar de leyes más actuales y que también sentaron su discusión en su momento como lo fue la ley del matrimonio igualitario, la ley del aborto donde nuevamente se sometieron a opiniones diferentes que hasta ahora perduran en el tiempo. Ni que hablar de lo que fue la ley de aprobación de la marihuana, otro gran tema de discusión.
Donde creo sin temor a equivocarme que más allá de haber sido leyes innovadoras para la época, han significado un cambio profundo en la vida tranquila y conservadora de los uruguayos, como lo fue la aprobación del voto de la mujer.
Hoy, con la ley de muerte digna, se reabre el debate. Cada uno tendrá su visión, positiva o negativa. Sin embargo, hay algo indiscutible. Uruguay continúa marcando tendencia en el mundo, estando una vez más a la vanguardia en materia de derechos.
Nuestro país sigue siendo mirado con respeto y admiración por ser un modelo de democracia entre dos gigantes, demostrando que es posible convivir con diferencias ideológicas sin generar divisiones, y que es posible innovar en leyes que nos colocan unos escalones por encima de nuestros vecinos de América Latina. No solo por la nobleza de una constitución que nos respalda institucionalmente y nos brinda garantías que podemos alardear de tener por ejemplo, en comparación con nuestros países vecinos, donde gracias a la separación de poderes tenemos un nivel bajísimo de corrupción (repito, en comparación con nuestros vecinos) y seguridad institucional sino también por la libertad que nos garantiza.
Una vez más, creo que somos privilegiados de vivir en un País modelo en el mundo, que se anima y se atreve a tomar este tipo de decisiones en pos de una sociedad más libre y con mayores garantías, brindadas nada más ni nada menos que por nuestro estado. Y eso es impagable.
La discusión se dio dónde debe darse, en el recinto de nuestra democracia. Avalando y contemplando la visión y creencia de cada uno de los que emitió opinión y voto.
Pero el parlamento habló, votó y avaló. Por lo tanto, en este punto podemos estar de acuerdo o no, pero de algo podemos estar seguros. Este tipo de leyes nos hacen más libres.
Libres de elegir.
Libres de brindar, a quien lo necesite (sea familiar, vecino o conocido), el derecho a elegir, por sobre todas las cosas, una muerte digna y un último adiós con respeto y humanidad.





