Hace unos días mi cuerpo decidió que era momento de comunicarme algo. No, no fue un mensaje espiritual ni un sueño revelador, fue mucho más literal: vómitos y diarrea, a cual más líquida, como si mi organismo hubiera decidido ensayar para una competencia de fuentes danzantes digna de un Casino en Las Vegas.
Lo curioso es que yo no había hecho nada “mal”. Había comido sano, igual que el resto de mi familia, que obviamente no sufrió ni un mísero retorcijón. Ellos estaban ahí, sonrientes, mientras yo meditaba, abrazado al inodoro, sobre lo efímera que es la existencia, y como por mas avances tecnológicos no se ha podido mejorar la patética e indignante imagen que damos en ese momento.
Ahí empezó el desfile de teorías.
Primero apareció la biodecodificación:
—“Eso es tu cuerpo aflojando después de ese estrés emocional que pasaste las semanas pasadas. Liberaste tensiones, y bueno…ahora tu cuerpo limpia.”
Lindo concepto: mi cuerpo “limpia”. O sea, mi colon decidió celebrar la paz interior haciendo fuegos artificiales líquidos. Es casi poético. Según esta teoría, mis intestinos hacen de terapeuta alternativo, que, en lugar de darme consejos, me recuerda que el baño siempre está disponible para una liberación profunda.
Otros, más prácticos y menos místicos, me dijeron:
—“Seguro te agarraste un virus.”
Porque claro, los virus son como ofertas de supermercado: siempre hay uno dando vueltas, esperando que lo agarres. Lo coherente sería pensar que en el aire flotaba un virus con un cartel que decía: “¡Adopta un malestar!”. Y yo, generoso, le di refugio en mi aparato digestivo.
Pero la tercera teoría fue la más dolorosamente honesta:
—“Lo que pasa es que tu organismo está acostumbrado a la comida chatarra. Le das ensalada, una sopa, verduras, y colapsa.”
Ahí entendí todo. Mi cuerpo no está preparado para lo sano. Mis intestinos son como un rockero viejo, que no te tocaban una lechuga y sobrevivían a whisky, panchos y papas fritas. Mi estómago es un conservador, de viejos valores (esos de pelo largo, camperas de cuero, y motos Harley Davidson, no quiere cambios ni innovaciones, mucho menos verduras que parecen decorativas.
El mensaje final de todo este episodio, para mí, es claro: el estrés emocional puede irse por la cabeza…o por otro lado; los virus siempre están buscando afecto; y la verdadera biodecodificación consiste en aceptar que tu ADN probablemente viene condimentado con sal, grasa y azúcar en excesos.
Por eso, he decido escuchar a mi cuerpo con más atención. Le daré lo que me pide, lo que mi naturaleza exige, así que si me ven en la esquina con una hamburguesa triple, no me juzguen: es medicina preventiva.