Beatriz Volpi es una mujer cuya vida ha estado profundamente atravesada por la música, la educación y la cultura popular. Nacida en una familia con raíces diversas y un fuerte legado musical, desde muy pequeña fue guiada por su padre en el camino del arte, aprendiendo a bailar y cantar a los tres años, y convirtiéndose en profesora de piano a los quince.
Su vocación docente la llevó a desempeñarse en todos los niveles del sistema educativo: fue maestra en primaria, docente en secundaria, profesora en el Instituto de Formación Docente y también trabajó en el colegio Sagrada Familia.
En todos esos espacios dejó huella, como educadora y formadora de sensibilidad artística y humana. Su pasión por el arte no se limitó al aula: fundó coros, enseñó teoría musical y ritmo y asumió la dirección del conservatorio departamental, donde siguió sembrando amor por la música.
Pero además de todo eso, Beatriz es parte viva de la tradición afrodescendiente uruguaya, representando a la Mama Vieja en la comparsa Tunguelé, donde celebra y difunde con orgullo la historia, la energía y el profundo sentido espiritual de esta expresión cultural.

Hoy, con amor propio y una mirada llena de alegría, sigue transmitiendo su legado con cada palabra, cada paso y cada nota. Por tal motivo, la protagonista de la historia de vida de hoy es Beatriz Volpi.
«Nací en una familia hermosa. Mi padre se llamaba Enrique; su madre era de Santa Catarina de Brasil y su padre era alemán. Era músico, tocaba el saxofón y era profesor de Educación Física. La plaza de Constitución lleva su nombre por él. Detrás de él estaba siempre mi mamá, Adelina, que era una madraza.
Tengo dos hermanos: José María Antonio, que falleció, y Eduardo. Esa es, como yo le llamo, mi familia tronco. Después está la familia que yo construí: tengo tres hijos, Pablo Marcelo, que es artista; Flavio Mauricio, constructor y el más chico, Julio César, que también es músico porque es murguero
Por parte de Flavio Mauricio soy abuela de tres nietos y por parte de Pablo Marcelo soy abuela de Camila. Y tengo a mi lado a mi compañero, mi pareja, Walter Ramón Fonticiella.»
«La música llegó a mí porque mi papá era músico y desde los tres años me enseñó a bailar. Yo bailaba samba, porque mi papá nació en Artigas. Entonces, ya desde los tres años empecé a bailar y cantar. Desde chica, cuando empecé la escuela, tenía dos maestras que me enseñaron expresión corporal. Yo me la pasaba recitando, cantando y escribiendo».

¿Cómo viviste la experiencia de integrar el conservatorio municipal?
«Yo era muy joven y ya me había recibido de profesora de piano. Con 15 años me recibí, pero como era muy chica, no podía firmar los certificados. Durante los exámenes venía gente de Montevideo a evaluarnos. Mi mamá siempre me apoyó, así como también mi papá y mis hermanos; me acompañaban a las clases de piano y me esperaban.
Como yo necesitaba trabajar más, porque ya tenía 30 alumnos, a mamá se le ocurrió hablar con el maestro Peruchena. Fuimos a su casa, le conté que era profesora de piano y que me ponía a las órdenes por si me necesitaban. No pasaron ni 15 días cuando Peruchena fue a mi casa a preguntarme si estaba dispuesta a comenzar a trabajar en el conservatorio departamental porque necesitaba una profesora de piano. Terminé siendo profesora de piano, de teoría, ritmo y hasta armé un coro ahí en el conservatorio».
Hablando de carnaval, ¿qué significa para vos?
«Como aclaración: el carnaval es una cosa, es un festejo muy especial, pero me gustaría hablar de lo que yo siento en la comparsa, que represento a la Mama Vieja. Estoy en la comparsa Tunguelé porque elegí estarlo y representar sus colores. Comencé en Tunguelé por unos chiquilines divinos que lo rearmaron, además de que se realizaban talleres en el conservatorio en el que yo ya era directora».
«A mí me duele que siempre que ven una comparsa la asocian con el carnaval y no es así. La comparsa tiene un fundamento impresionante, histórico, de la etnia o del grupo de la gente de color y es esta gente la que comienza a formar la comparsa. Comienza con los tamboriles, que es algo sublime, es la bondad del árbol y la bondad del animal, porque nos da la madera y nos da el cuero. Lo que hizo esta gente fue construir el tamboril y, por medio del tamboril, comenzaron a realizar su ritmo en distintos barrios, por ejemplo de Montevideo, para poder reunirse, para no estar solos.»
«Con el tamboril comenzaron a llamarse; ahí se encontraban en una placita y bailaban. De los tamboriles comenzaron a salir, entonces sí, en el carnaval, los primeros tamboriles en las fechas importantes, en Reyes, por ejemplo. Después, mucho más adelante, comienzan a salir los personajes, que son súper importantes. Ellos se reunían en una sala, ahí elegían los reyes y bailaban.»
«Los personajes eran el Escobero, que era el bastonero que ordenaba las fiestas en las salas de coronación, que luego dejó de ser bastonero para transformarse en escobero, que es quien barre las malas energías, es quien va limpiando la calle para que la comparsa avance. A continuación del escobero encontramos al Gramillero, que era el curandero, quien curaba con gramillos. La valijita que este personaje carga lleva yuyos, y su vestimenta se debe a que tenía que vestirse como doctor, porque era el doctor de ellos, siempre curando con su gramilla. Era la vestimenta que el amo ya no usaba y les entregaba a ellos. El bastón del gramillero sirve como contacto, para enviar sus energías hacia arriba».
«Además, está la Mama Vieja, que representa a la madre tierra, a la reina, la sabiduría, y servía a sus amos como mamá de crianza. Eso duraba casi toda la vida, porque guiaba a las jovencitas y orientaba también a los jóvenes. En cuanto a la ropa de la Mama Vieja: el turbante se debe a que ella tenía que tener la cabeza tapada; cuando el turbante es más alto, quiere decir que tiene más poder. El traje es producto de la ama; cuando no lo utilizaba más, se lo daba a la Mama Vieja. El abanico también tiene su significado: es un elemento con el que coquetea y limpia las energías, se comunica con el gramillero. El paso de la mama vieja también tiene significado: se llama paso a tierra porque es el contacto con la tierra, el planeta y su energía».

«Cada Mama Vieja tiene su personalidad. Algunas caminan más rectas. En mi caso, soy una Mama Vieja más bien pícara y lo disfruto mucho porque la gente se ríe, soy muy expresiva. Lo disfruto mucho. Escuchando el tamboril atrás de mí puedo recorrer cuadras bailando desde el comienzo al final, lo siento en los huesos, no sé explicarlo, pero es maravilloso.»
«No tengo ego, tengo amor propio. Me amo y me admiro.”