Edición Año XVIII N° 934, lunes 13 de octubre de 2025
533 fueron los años que ayer se recordaron cuando europeos arribaron a este nuevo mundo en tres carabelas, la Santa María, La Niña y La Pinta. De ahí en adelante la historia cambiaría su rumbo, trayendo más tristezas que alegrías.
El 12 de octubre de 1492 fue el día que dio inicio a un largo proceso que determinó con la pérdida de la inocencia que tenían los naturales de estas tierras, las que fueron avasalladas, y sus habitantes masacrados o domesticados, porque eran considerados animales o seres inferiores por el mero hecho de tener una cultura distinta.
Más de cinco siglos después, nosotros también formamos parte de este continente, que lleva el nombre del cartógrafo marinero que se dio cuenta que estas nuevas tierras no eran Las Indias sino un nuevo continente. Somos herederos de ambas culturas, pues también somos producto de la masiva inmigración que se dio fundamentalmente a fines del siglo XIX y principios del XX. Debemos ser celosos custodios de nuestra rica historia, aceptar humildemente las atrocidades que hicieron nuestros antepasados al invadir y conquistar estas tierras, y convivir con nuestra historia, por dolorosa que sea.
Aceptar el legado que nos dejaron, unos y otros, encontrar la justa síntesis entre ambas, y sentirnos comprometidos en la construcción de una memoria colectiva entre ambas historias, que terminan siendo una, pero nuestra.
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SÍNTESIS. Debemos subrayar y agradecer el trabajo de aquellos que permanentemente rescatan del olvido historias comunes y anónimas que terminan siendo las columnas centrales que refuerzan los cimientos de nuestra civilización latinoamericana.
Si bien tenemos un pasado común, por donde se lo mire, parecería que según los tiempos que corren nuestros caminos se bifurcasen y se expandieran en líneas que no volverían a cruzarse más. Pero más acá o más allá, en algún momento, vuelven a encontrarse. Hoy somos la acumulación de divisiones territoriales que estuvo al servicio de los imperios europeos que prefirieron tenernos divididos como “estamentos estancos”, al decir de Montesquieu, porque sobre la división reinaron sobre nosotros.
Los héroes de nuestra independencia continental se dieron cuenta de la importancia de ser una “patria grande” por aquello de que la unión hace la fuerza, para poner de pie a nuestro continente por sobre los intereses foráneos. Pero más allá de los intereses de la patria, no debe existir bien superior a sentirnos como iguales en un mundo convulsionado que sigue prefiriendo la guerra a la paz como forma de resolver conflictos. Y en paz, preocuparnos por los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.
Si los promotores de la Revolución Francesa vivieran, seguramente cambiarían su lema de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” por el de “Libertad, Equidad y Fraternidad”, porque aquello de la “igualdad social” no es otra cosa que un eslogan voluntarista. Una sociedad más consustanciada con ello, menos especulativa y más operativa en los temas que importan, marcarían la diferencia.
Hasta la semana que viene… y tilo pa’la barra!





