Edición Año XVIII N° 933, lunes 6 de octubre de 2025
RELATIVIDAD. Pensando en la relatividad del tiempo en el que vivimos, es increíble apreciar cómo se nos fue el año. Al poner la fecha en el acápite de esta columna, acabo de darme cuenta que es la primera del décimo mes del año, o lo que es lo mismo, del antepenúltimo mes de este 2025 que lenta pero rápidamente (pese a lo contradictorio) comienza a transitar los últimos tramos de su existencia.
Pero además, todos nos venimos dando cuenta de la altura del año en la que nos encontramos. No solo porque ya es comentario en varios lugares, sino porque ya se viene planificando la cena de despedida del año de algunas instituciones, por lo que el comentario que surge en sus reuniones pasa por, “¿dónde lo podemos hacer?” y la clásica, “pero no nos dejemos estar, que todos deben estar en la misma y ya deben estar reservando lugar. Cuando vayamos nosotros, si nos demoramos demasiado, quizás ya no encontremos dónde hacer la despedida”. Señal evidente que se termina el año.
Esto amerita algún par de preguntas introspectivas. ¿Será que es nuestra vida la que se ha acelerado de tal manera que el tiempo se nos escapa como el agua de las manos? ¿O es como dicen algunas organizaciones conspiranoicas, que el aparente desplazamiento de los polos terrestres ha acelerado el movimiento de rotación de nuestro planeta, lo que hace que el día ya no tenga 24 horas sino menos?
Basta mirar en retrospectiva el tiempo que ha pasado de este año para darnos cuenta de todas las cosas que hemos hecho. Es ahí cuando podemos apreciar que el tiempo es el que es, que los acelerados somos nosotros, lo que nos lleva a hacer perder la perspectiva del tiempo vivido.
En ese caso, podría decir que cuando volví a ver con detenimiento el espejo empecé a ver una imagen mía distorsionada en el tiempo, a una persona con más canas y alguna incipiente arruga cercana a los ojos, como que me habían caído veinte años de golpe… cuando me fijé ayer tenía 36 años y ¿hoy me veo como de 56?
Es verdad, a veces nos cuesta tomar conciencia de la edad que tenemos. Por dentro podemos llegar a ser los mismos jóvenes de siempre, pero con algo más de experiencia, pero por fuera, la edad no deja de marcar su paso inexorable por nosotros. Estaría bueno darnos cuenta de nuestro tiempo presente y sentirnos contentos y orgullosos por seguir de pie caminando y avanzando en la vida.
Llegado el momento, debemos aceptarnos tal como somos y transitar estos años de madurez con la misma hidalguía de nuestro primer amor. No está mal tener un cuerpo de 56 años de edad (mi caso), y la energía interior del joven que nunca debemos dejar de ser, que es el que nos permitirá seguir construyendo una vida mejor para nosotros mismos pero sobre todos para la gente que nos importa.
Valoro a las personas que ponen mucho esfuerzo en tratar de detener el tiempo, pero a partir del momento que se acepten a sí mismos tal como son, la vida pasará a tener otro valor, mucho más rico y disfrutable. Después de todo, es la relatividad la que rige nuestras vidas.
Hasta la semana que viene… y tilo pa’la barra!





