Edición Año XVIII N° 923, lunes 21 de julio de 2025
PASADO. Recuerdo cuando vine a Salto hace 36 años, la distancia se hacía sentir, solo era salvada con una llamada telefónica dominical de mis padres a la pensión en la que me encontraba para conocer cómo había sido la semana.
Hubo un momento donde no había teléfono en el lugar que me tocó vivir, y tuve que buscar algún recurso, como nos pasaba a unos cuántos, como ir los sábados a la noche a la sede de la Regional Norte donde el sereno nos daba turno a los estudiantes de otros departamentos para llamar desde portería a nuestros padres para decirles que todo estaba bien. Un gran gesto que tuvo con muchos jóvenes Don Pedro.
Ir a hablar a las cabinas de ANTEL era una opción, pero solo para emergencias, porque ahí tenías que pagar. Ahora bien, si había alguna emergencia familiar que comunicar, como sucedió, tenían que llamar a la casa de algún amigo y pedirle que avisaran que algo había sucedido.
*
PRESENTE. Hoy tengo a mi hijo cursando el primer año de sus estudios en Montevideo, el mismo del que empecé a escribir hace 18 años en esta misma columna, cuando apenas tenía dos añitos de vida y uno iba aprendiendo a caminar a la par como padre.
Se tiende a comparar etapas, parece mentira, pero ambos dejamos el nido a nuestros 19 años, él yendo a estudiar a Montevideo, yo a Salto. Hoy me demoré a escribir esta columna porque me encontraba realizando una videollamada con él, acercándonos en la distancia, y ya no solo escuchando su voz sino también viendo su cara, lo que tranquiliza porque nos permite ver que todo está bien.
Cuando vine a Salto en 1989, se imaginarán que esta tecnología no existía. En 1992 hice un curso de Operador PC en una empresa local y me enseñaron a manejar una computadora con el Sistema DOS (que no se pronuncia dos, sino “De O Ese”, porque era una sigla), la famosa pantalla negra con letras doradas o blancas. Terminaba mi curso con el título bajo el brazo, me voy retirando de la sala de computadoras y noto que un grupo de docentes se amontonaban alrededor de una computadora, me acerco y veo una pantalla a color. Imaginé cómo se sentiría el primer hombre cuando conoció el fuego.
Pregunté que estaban haciendo, “conociendo un nuevo programa que nos acaba de llegar y que parece que el año que viene se va a desarrollar en todas las computadoras, se llama Windows”. Bill Gates había desembarcado en Uruguay, era octubre de 1992, cuando América cumplía 500 años de haber sido descubierta, una metáfora en sí misma.
Mucha agua ha corrido bajo el puente (o en términos informáticos, muchos bites han pasado por el disco duro). Esos saltos cuantitativos hoy nos permiten desde un celular o desde la computadora acercar distancias entre los seres queridos que se encuentran a unos cientos o miles de kilómetros (según el caso) en tiempo real.
Supongo que si mi padre escribiera esta columna, iría más atrás aún, cuando solo había teléfonos en reparticiones públicas y los vecinos tenían que hacer largas colas en ANTEL para hacer una llamada de larga distancia, la que había que solicitar y luego esperar un par de horas para que lo comunicasen, en el mejor de los casos.
Si les parece bien, otro día hablamos de otro salto cuantitativo con la llegada de la Inteligencia Artificial a nuestro mundo y cómo afecta a nuestras vidas.
Hasta la semana que viene y tilo pa’la barra…