PÉRDIDA. Esta semana escribimos en nuestra columna del día jueves nuestra opinión sobre la necesidad de aprender a vivir en el disenso. En realidad debí decir, volver a vivir en el disenso, pues algo que ha caracterizado por siempre a los uruguayos es a discutir respetuosa y responsablemente sobre todos los temas.
Hemos sido (somos, aunque en una versión más retrógrada), un pueblo sumamente politizado e ideologizado, lo que nos ha permitido años atrás, a poder llevar adelante una discusión o debate de ideas sin mayores inconvenientes.
Hoy sentimos que hemos perdido eso (de ahí lo de una versión más retrógrada), porque en vez de discutir sobre las ideas que tienen (tenemos) los demás, preferimos poner el énfasis en quién lo dijo. Si lo dijo alguien de “mis filas”, entonces se lo apoya aunque esté diciendo un disparate. Del otro lado, si alguien que “no pertenece a mis filas” dice algo brillante, debo destruirlo, pero no con argumentos y con ideas mejores, sino descalificando a quien las dice (“¡Callate, vos no podés hablar, facho!” o “¡Callate, vos no podés hablar, zurdito!”, por decirlo delicadamente pues en las redes sociales se ha podido ver descalificativos más bajos, de ambos lados).
Ya no importa quién tenga razón sino quién gritó el agravio más fuerte. Ese tipo de conversaciones no conduce a nada bueno; es más, sentimos que nos hacen retroceder como sociedad y se desaprovecha una muy buena herramienta tecnológica para poder acercar virtualmente las mesas de charla de café que supieron ser tan productivas para el país en algún momento.
Por eso nuestra inquietud de seguir apostando por el diálogo respetuoso y sincero, y dejar de lado a aquellos que pregonan el odio y el resentimiento, pues está claro que ese tipo de gente (que los hay en todo el amplio espectro ideológico y político) no aporta nada positivo al país, máxime en tiempos en que tenemos que comenzar a estar cada vez más cerca para poder construir entre todos el futuro que queremos dejar a nuestros hijos.
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FELIPE. Viendo anoche el informativo observaba cómo entramos fácilmente en un terreno casi paranoico de cuestionar a todos los directores técnicos de baby fútbol (si quieren pueden extenderlo a otros deportes) por la actitud que tuvo una persona con serios trastornos psicológicos aberrantes, que terminaron con la vida de un niño y con su autoeliminación.
Es como se dice en términos futboleros, “cobrar al grito”. Resulta que ahora la sociedad (o parte de ella a través de la voz del periodista que preparó un informe desde Maldonado sobre lo que pasó), reclama que se pase a pericia psiquiátrica a todos los directores técnicos de todas las categorías del baby fútbol para saber de antemano si detrás de uno de ellos no se esconde un monstruo a punto de atacar.
Se vuelve de esa manera a las viejas prácticas fascistas lombrosianas de pensar que según la fisonomía física o estética o a la profesión que se tenga, esa persona se encuentra predispuesta al cometimiento de determinado delito.
Ese es el tipo de debates que no contribuyen a la sociedad y que debemos evitar. Está muy bien que se llame a la reflexión colectiva, como ha hecho el gremio docente para tratar de ver instrospectivamente qué alarma falló en nuestra sociedad para corregir ese error y tratar de evitar que vuelvan a ocurrir casos como el de Felipe.
LEONARDO SILVA