Andrea Iglesias dirige el Coro Departamental de Salto desde 2009. Su nombre se asocia con calidad, continuidad y trabajo sostenido en un contexto donde la formación coral se construye a pulso. Pianista, docente y directora egresada del Instituto de Música de la Facultad de Artes, entiende la dirección como una forma de pensamiento: cada gesto organiza un grupo humano, cada ensayo pone a prueba la voluntad colectiva de hacer arte.
En su labor se cruzan técnica, pedagogía y gestión cultural. Iglesias coordina procesos complejos donde el sonido y la estructura conviven con la fragilidad de lo humano. No busca imponerse: guía, afina y escucha. Esa relación con el coro —compuesto por coreutas honorarios que cantan por vocación— transforma la práctica en un acto de conciencia social y estética.
¿Qué significó para vos dirigir la Messe Solennelle de Louis Vierne?
Significó un desafío, profesional y personal. Un proceso de transformación conjunto hacia el resultado deseado. No fue una tarea sencilla: la obra exigía un nivel técnico y expresivo que implicaba compromiso, entrega y mucha paciencia. Pero al mismo tiempo, ese proceso generó un crecimiento colectivo, tanto artístico como humano.
Cada ensayo, cada avance en la interpretación, fue construyendo una confianza que solo se alcanza cuando el grupo se siente parte de algo más grande que sí mismo.
La obra exigió meses de trabajo y un gran nivel técnico. ¿Qué dice ese proceso sobre el estado del trabajo coral?
El ritmo de trabajo y el nivel técnico no eran desconocidos para mí. De hecho, me he enfrentado a muchos desafíos junto con el coro, donde debemos intensificar el tiempo de ensayo y también profundizar en la técnica vocal. Hemos hecho escenas de óperas y obras que requieren esa misma capacidad. Considero que el coro siempre hizo un excelente papel en sus interpretaciones. No es la primera vez que asumimos algo de esta magnitud.
El mayor desafío, en este caso, fue tener la confianza suficiente para invitar personas que pudieran reforzar el coro.
Eso implicó una gran responsabilidad: lograr que todos —coreutas estables, invitados, colegas y estudiantes— trabajaran hacia un mismo objetivo. También el hecho de contar con egresados del Instituto de Música de la Facultad de Artes, en diferentes disciplinas y con estudiantes en formación, significó un compromiso adicional.
Y lo mismo con los colegas directores que integraron el coro. Tenía que entregar algo que valiera la pena para ellos, que despertara su interés y que los hiciera sentir parte de una experiencia verdaderamente significativa.
¿Cómo se construye excelencia cuando el artista tiene que pagar para trabajar?
Me imagino que te referís a los coreutas que son honorarios. Y sí, es una realidad compleja. No es fácil. Lidiar con las inasistencias porque muchos no pueden cumplir con los ensayos pautados se convierte en parte del trabajo diario. Por eso tuve que organizar muchos ensayos parciales para que todos pudieran estar al día, lo que significó para mí el doble o el triple de esfuerzo y de cansancio.
Aun así, la experiencia se construyó sobre la voluntad de ellos, sobre ese compromiso silencioso que los llevó a sostener un proceso largo, entendiendo que todo este trabajo era por un bien mayor: el recibimiento de este instrumento histórico y la posibilidad de dejar una huella cultural en Salto.
Hay muchos factores personales que influyen y que no se pueden dejar de atender. Todo eso afecta el tiempo, la concentración y la energía que uno puede dedicar a lo que verdaderamente importa, que es la música. Es un trabajo arduo, de motivación constante. Y como directora tengo que mantener un desempeño impecable, porque cualquier traspié, por mínimo que sea, puede desmotivar a alguien y hacer que una voz deje de participar. Cada integrante es un instrumento y se necesita de todos para alcanzar el resultado final.
Sí, me refería a los coreutas que ensayan por vocación y sin remuneración. ¿Qué revela esa realidad sobre el valor que se le da al arte en nuestra sociedad?
Creo que revela que no se tiene dimensión del esfuerzo que implica sostener una obra coral. No solo las horas de ensayo, sino el cuidado físico y mental que requiere mantener en condiciones el instrumento vocal.
La voz es un instrumento muy delicado y está profundamente ligado a lo emocional. Cada coreuta lleva su vida personal, su trabajo, sus responsabilidades y, aun así, decide dedicar parte de su tiempo y energía a la música. Esa entrega dice mucho sobre la vocación, pero también sobre la necesidad de estructura para sostenerla desde lo institucional.
¿Qué importancia tiene reconocer el valor técnico y humano de quienes hacen posible una obra de esta complejidad?
Es muy importante el reconocimiento del trabajo que ha hecho el coro, sobre todo si se pretende continuar en esta línea de crecimiento musical y escénico. No se trata solo de agradecer, sino de comprender que detrás de cada presentación hay un proceso que demanda organización, formación y un compromiso que se renueva ensayo tras ensayo.
El reconocimiento también es una forma de sostener la motivación. Cuando un grupo percibe que su trabajo tiene impacto, que se valora la seriedad con la que se prepara una obra, encuentra fuerzas para seguir. Eso es esencial si queremos consolidar un camino hacia una práctica coral más profesional y más visible en el interior.
¿Creés que este proyecto puede marcar un antes y un después en la forma de entender la gestión cultural pública?
No te lo sabría responder con certeza. Pero sí creo que esta experiencia dejó aprendizajes valiosos. Pablo Bonet se involucró, acompañó de cerca el proceso, gestionó todo lo que se necesitó con interés y eficiencia. Además, nos apoyó para que el coro no tuviera agenda y pudiéramos dedicarnos exclusivamente a este proyecto.
Eso le permitió ver de primera mano el esfuerzo humano, organizativo y económico que asumen los coreutas para sostener su trabajo y, también, pudo apreciar los resultados.
Esa cercanía abre una puerta. Si esta nueva gestión logra transformar esa observación en sensibilidad y esa sensibilidad en acción, entonces podríamos hablar de una etapa distinta: una gestión que aprende junto a los artistas y que encuentra en ellos su mayor fuente de inspiración.
Después de esta misa, ¿qué horizonte imaginás para el Coro Departamental de Salto y para el futuro de la formación coral en la región?
El coro se dedicará a encarar este tipo de obras que impliquen un repertorio netamente coral, no arreglos. Creo que era una necesidad que existía en el medio. Siento que llegó el momento de dar ese paso, de apostar por obras que demanden un nivel técnico y expresivo más alto, que nos obliguen a crecer y a mantener la exigencia.
La formación coral en la región tiene futuro si logra consolidar espacios estables de trabajo, si se valora la preparación y el esfuerzo que exige. El Coro Departamental tiene el potencial de seguir siendo un referente y, para eso, necesita financiamiento y continuidad.









