(Por Gualberto Pérez Barbagelata, colaboración especial para EL PUEBLO)
Por Jorge Pignataro
Hace aproximadamente un mes y algo atrás, el cansino medio literario uruguayo del verano se vio perturbado. Primero fue a causa de una entrevista al escritor Roberto Appratto realizada por el crítico Gera Ferreira en El País Cultural, donde causaron mucho revuelo y comentarios múltiples sus opiniones y juicios sobre varios poetas uruguayos de ahora. Y más recientemente se suscitó una considerable ventisca a raíz de artículo del narrador olimareño Gustavo Espinosa en el semanario Brecha, reflexionando sobre su experiencia en cuanto jurado en el último concurso Onetti convocado por la Intendencia de Montevideo, texto con varias puntas polémicas. Ambas publicaciones motivaron comentarios de variado tenor en medios gráficos y radiales, pero sobre todo el fenómeno de multiplicadas polémicas en redes sociales. Estas se generaron a partir de varias opiniones, sobre todo de poetas -cuestionando o apoyando a los nombrados- las que de hecho oficiaron de disparador de interminables cadenas de opiniones muy diversas.
Esta suerte de asamblea virtual , con perfiles torrebabélicos, tuvo la virtud -se ha dicho, pero es algo que vale la pena reiterar- de sustituir en plena canícula uruguaya las reiteradas tomas de amaneceres o atardeceres playeros, y la consecuente avalancha de selfies en traje de baño, con intercambio de ideas y esbozos de análisis; la discusión, el cuestionamiento, la esgrima dialéctica, ejercicios de la mente que parecían erradicados del horizonte literario local, volvieron por sus fueros aunque fugazmente.
Pero también estos episodios pusieron el foco en ciertas características, no tan buenas y no tan nuevas, del ambiente cultural vernáculo. Los poquísimos que tal vez se tomaron, como es mi caso, el trabajo de la paciente lectura de todos esos comentarios, habrán comprobado un leit motiv que suena a justificación en una mayoría, en referencia a los dos intelectuales cuestionados: “Son muy buenos escritores…”; cuando tal condición nunca estuvo en entredicho; se habían cuestionado opiniones puntuales; en un caso sobre colegas poetas, y en el otro la transcripción de párrafos tomados de obras presentadas al concurso y que no fueron consideradas. No faltaban, aunque menos, los que alegaban: “Es buena persona, lo traté… me lo crucé una vez…”.
Y quienes hayan hilado fino en la lectura entrelíneas de todo el pandemónium textual generado por ambos entredichos, y tengan buen conocimiento del ámbito literario, podrán adivinar los posicionamientos grupales, eso que se tiende a negar pero existe. Los cenáculos, que en el pasado eran más evidentes y por ello más honestos, y al día de hoy son más solapados pero no menos influyentes, emergieron a la superficie con el agite generado por los affaires de Appratto y Espinosa.
