MADRES QUE SON TODO Y PADRES QUE DAN LASTIMA: EL DESAFÍO DE PROTEGER A LOS QUE NO ELEGIMOS TRAER AL MUNDO
El Derecho de Familia, ese bastión cargado de términos como “vínculo intersubjetivo”, “régimen de visitas” o “responsabilidad parental”, muchas veces se despliega en los juzgados como campo de batalla.
El otro día sentado en mi escritorio, entre carpeta y carpeta, mientras los clientes se sucedían. Entre una audiencia y otra, me sorprendí reflexionando sobre algo que, en el ejercicio profesional, es tan frecuente como vergonzoso: los padres que entienden el régimen de visitas como un paseo ocasional o una breve aparición barata. Pero la paternidad no se ejerce como hobby, ni mucho menos como escape de fin de semana. No son pocas las veces en que estos personajes reclaman “derechos”.
¿Qué hacemos con la larga fila de excusas? “No puedo pasar la pensión este mes porque tengo deudas”, “No tengo tiempo”, “Seguro la madre usa la plata para otra cosa”.
Como abogado, he presenciado relatos de hijos que, a pesar del abandono, encuentran en sus padres ausentes una figura a la que amar, por difícil que sea entenderlo. Porque la paternidad (y la maternidad, su espejo imperfecto) no se mide en calidad de acciones, sino en el peso simbólico de las primeras ausencias.
En mi caso particular, nunca conocí a mi padre. Fue mi madre quien sostuvo, literalmente sobre sus hombros, la carga de todo. Ella es la razón por la que elegí la abogacía como mi camino; ella, que ahora lucha contra la enfermedad, me recordó siempre que el Derecho debe ser un puente para resolver esas injusticias tan básicas y, al mismo tiempo, tan irresueltas.
Las excepciones existen, claro: madres que abusan del sistema o padres enfrentando obstáculos injustos. Pero no nos engañemos: la regla general sigue siendo esa horda de incumplidores que prefieren vivir desde su egoísmo.
El tiempo, al final, los acomoda a todos en su lugar. Los hijos siguen adelante, aprenden a vivir sin los que faltaron. Y esos padres que eligieron la indiferencia, terminan enfrentando el más cruel de los castigos: una vida donde la soledad es su única compañía. Porque cada cual cosecha lo que siembra; la justicia de la vida no necesita audiencias ni jueces: todo se ajusta solo. Y si el silencio es lo único que les queda, es porque, en el fondo, es exactamente lo que se merecen, porque dan lastima.
Hasta la próxima semana.