La diferencia entre dialogar e imponer es notoria.
Aunque algunos la confunden o la ignoran de ex profeso, porque a nadie le sirve. Dialogar significa escuchar, atender y tratar de entender con una disposición notoria a ceder, en lo que se considera negociable y exigir en lo que se entiende como innegociable.
Entre una y otra posición hemos visto y descubierto actitudes disímiles que muchas veces difieren en los hechos de las actitudes “proclamadas” en los discursos.
La segunda opción es la de imponer, vale decir la de dar lugar (a lo máximo) a que un opositor se exprese, pero escuchando “como quien oye llover”, sin interés alguno a sabiendas de que se cuenta con los votos suficientes para aprobar un proyecto o una iniciativa.
Esto es lo rechazable y la negación de lo razonable.
A lo largo de estos años hemos sido testigos de sonrisas socarronas y de comentarios irónicos, fuera de lugar, porque lo menos que se puede pedir en estos casos es respeto a quien expone.
En un mundo dividido casi en mitades hay que entender que quien o quienes están hoy en el poder, pueden mañana estar en la oposición, máxime sabiendo que el resultado de una elección, como ha sucedido últimamente, depende de una minoría ínfima que se inclina según sus intereses y saca el mayor rédito posible.
Es que vemos que el interés mayor sigue siendo la lucha por imponer nuestras ideas, enceguecidos en esta actitud no concedemos siquiera el beneficio de la duda a los rivales, muchos menos les podemos prestar atención a sus ideas.
Que consideremos que el programa que defendemos es el mejor y luchemos por él, no quiere decir que nos obnubilemos y nos radicalicemos, tratando de imponer nuestras ideas a cualquier precio.
La gran víctima de todo esto es el pueblo, que resulta retenido por una minoría que se vuelca hacia donde parece inclinarse la balanza.
La ceguera es mala consejera en todos los casos. Mientras nos aferremos a las posiciones que profundizan esta “grieta” y que muchos quieren ignorar, más nos costará salir de una situación en la que la gran víctima es la mayoría del pueblo.
Sucede en toda América en que el pueblo parece dividido tras posiciones acérrimas, irreconciliables y eso es muy mala cosa; porque ya lo dijo el argentino José Hernández en su inmortal Martín Fierro, “Si peleamos entre hermanos nos devoran los de afuera…”
A.R.D.
No profundicemos las diferencias
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